Ninguna sociedad civilizada ha logrado estabilizar sus instituciones, sin antes persuadir a sus gobernados sobre las conveniencias de mantener el orden en casa, entendiendo que esta disciplina social sea direccionada en el mejor sentido de la palabra. Por ello, en cualquier democracia, sin importar su signo, tendrá dificultad para respirar cuando cada individuo haga lo que le venga en gana, como si fueran habitantes de la tierra de nadie, de pueblo sin leyes, a merced del relajo y del sálvese quien pueda.
Lamentablemente los sucesos en los actos del bicentenario de la gloriosa Batalla de La Victoria en 1914, pusieron en evidencia que la canalla fascista no tiene paz con la miseria, que son anarquistas congénitos y que desprecian todas las más nobles causas del pueblo venezolano. ¿Y cómo pedirle a lacayos del imperialismo que respeten la soberanía, si son pagados para conspirar contra la seguridad y defensa del país? Por esta razón, ese fascismo enloquecido por las ansias de poder, volvió a arremeter contra la paz nacional.
Aprovechándose del descontento que la oligarquía golpista ha venido generando con la guerra económica, la ultraderecha creyó que podría pescar en rio revuelto y que también seria pan comido derrocar al Presidente Nicolás Maduro, pero a la final les salió el tiro por la culata. ¿Dios mío, será que empujados por las fuerzas de las circunstancias, terminaremos aceptando la conseja de que muerto el perro se acaba la rabia?
Y porque somos un pueblo sabio que maduró en quince años de aprendizaje republicano, la revolución con sentido de pertinencia pudo abortar los intentos de golpe de Estado, resultando la canalla nuevamente derrotada, con las tablas en la cabeza, y perdiendo esta vez hasta el derecho a ser creídos. Entre tanto, ese agitador, corrupto y cobarde apodado Leopoldo Loco, anda huyendo como gallina despavorida, dejando en la estacada a sus seguidores, mucho de ellos arrepentidos de haber sido tontos útiles al dejarse arrastrar a una trampa caza bobo.
Ojala que esta dolorosa lección que costo perdidas humanas y cuantiosos daños materiales, sirva de prodiga enseñanzas, para que mas nunca se repitan el drama sangriento que hoy enlutan hogares venezolanos. ¿Acaso no basta con la lección del 11 de abril del 2002, o el paro criminar contra la industria petrolera? Y porque conocemos la maldad de estos fascistas endemoniados, nos está prohibido repetir el error de perdonar a quienes andan rabiosos detrás de nuestra cabeza.
Por pasarse de tolerantes y bonachones, a Isaías Medina Angarita y Rómulo Gallegos los dejó a su turno la locomotora de la historia, porque bueno es cilantro pero no tanto. Y lo que es peor aún, como ya es costumbre que la historia la escriben los triunfadores, a la final Medina Angarita y el ilustre novelista Gallegos terminaron siendo los malos de las películas. Vaya ironía.