Ya era hora que el fascismo entendiera que tenía sus días contados, porque en Venezuela la historia siempre ha tenido sumo cuidado en reservar una fosa a los traidores de la patria. Y porque agotaron todos los cartuchos y ahora se sienten que perdieron todas las posibilidades de resucitar, al extremo que sea hasta su propia sombra las que los reprocha, ahora se les ocurre la infeliz idea de jugar a la insurrección, como si lo que le guinda al burro fuera trompeta. ¿Y será que esta oligarquía soberbia y ciega aún no se ha percatado que técnicamente están muertos en vida? ¿O será que no miden los riesgos de jugar con candela teniendo el rabo de paja?
El Caracazo del 27 y 28 de febrero de 1989, -- fenómeno social que los sociólogos saben explicar mejor-- no es ni podrá ser endosado a una oligarquía criminar que provocó la ira colectiva contra el paquetazo hambriador impuesto por CAP, lacayo de las trasnacionales que seguía instrucciones del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. De modo que están caídos de una mata quienes creen que comerán cochino, cuando por ignorancia acarician la pretensión de capitalizar el descontento que la guerra económica generó con la carestía y la especulación, y que como se sabe forma parte de un plan macabro que busca derrocar la revolución.
Haciendo un repaso de los antecedentes que remolcaron a la población de menores ingresos a que reaccionara en forma violenta, vale recordar que para entonces la economía venezolana había sufrido una caída a partir del endeudamiento que se generó en el país después del "boom" petrolero en los 70. Comenzaba así una caída paulatina a medida que el Estado venezolano aumentaba su recaudación y sus enormes gastos que generalmente eran devorados por la corrupción administrativa. Con el tiempo esto causó una devaluación de la moneda en 1983. A esta dramática situación se suma el hecho de que las políticas económicas de los gobiernos de Luis Herrera Campins y Jaime Lusinchi no fueron capaces de frenar las espirales inflacionarias, generando desconfianza en las inversiones y pérdida de credibilidad en la moneda nacional. Algunas de las políticas que emplearon estos gobernantes fueron controles de cambio a través de RECADI con Luis Herrera Campins y un control de precios cuando Jaime Lusinchi, medidas que fueron caldo de cultivo para que se disparara la corrupción con los mercados negros de divisas y bienes. A la final esta situación se tradujo en una desinversión del sector privado que generó escases de bienes y servicios. Al fin y al cabo, resumiendo el cuento la oligarquía parasitaria veía como más atractiva las importaciones, que obligarse con las contrataciones colectivas de trabajadores.
Este aniversario de la tragedia social que enlutó a millares de hogares venezolanos, y que muy a nuestro pesar se inscribe en las páginas dolorosas y cruentas de nuestra historia, esta vez debe convocarnos a serias reflexiones sobre la conveniencia de perfeccionar más la revolución social, pues Chávez cuando la concibió, también procuró blindarla contra cualquier amenaza de estallido social. ¿Alguien podría imaginarse que pasaría si los cerros de Caracas bajaran haciendo justicia con sus propias manos? Menos mal que en hora buena el Presidente Maduro aconsejó a que “dejen quieto a quien quieto esta. Después no digan que no se los advertimos.