La anunciada Tarjeta de Abastecimiento Seguro, se suma a la larga lista de temas que hoy dividen a la opinión pública en dos grandes bandos: los que apoyan y los que rechazan la idea. Dentro de cada grupo hay infinidad de matices y razones para tener una opinión u otra al respecto. El fantasma de ¡Cuuuba! una vez más se hace presente.
Mi respuesta para los que me han preguntado es lo que muchos podrían considerar guabinosa: depende. De que depende?
De varias cosas: En primer lugar, de que no sea una reedición de las tarjetas SOMOS ó Del Buen Vivir, manejadas por la banca pública para incrementar la capacidad de consumo de los beneficiarios. Esa fue una estrategia aislada, sin articulación con otras medidas, sin planificación y arriesgada en la medida que puede colocar en manos inexpertas tarjetas de crédito, que sabemos pueden ser un verdadero dolor de cabeza para el usuario y para la banca, aun con tasas controladas.
Si la tarjeta de abastecimiento seguro es otorgada a clientes de Mercal, PDVAL e incluso Bicentenario únicamente me parece bien. Que el circuito estatal de distribución de alimentos cuente con la información precisa de los hábitos de compra de su clientela me parece acertado. Incluso que se controle racionalmente las cantidades a los que los consumidores tendrán acceso dentro de esos establecimientos, en el entendido que los bienes allí vendidos, disfrutan de algún tipo de subsidio que evidentemente es limitado en su alcance. El gobierno no puede ni debe subsidiar todo, siempre, para todos. Se podría evitar que se desvíen esos bienes subsidiados a restaurantes y ventas de comida, por ejemplo. Si en esos establecimientos puede satisfacerse la demanda sólo con producción estatal, mejor todavía.
El contexto necesario para que esa estrategia tenga éxito es permitir ajustes en los precios de los productos de la cesta básica que se expenden en otros establecimientos. En efecto, la progresiva regularización de los precios internos que restablezcan la rentabilidad de la producción privada y que produzca por tanto, una disminución de los índices de escasez, es la única forma de permitir que la situación de abastecimiento se normalice. Esto evidentemente tiene un impacto sobre el salario real de buena parte de la población. Ese impacto justamente vendría a ser atenuado por la existencia oalternativa de una red estatal de distribución que se encuentre abastecida y vendiendo a precios subsidiados. Cabe acotar que los subsidios deben ser razonables. No es posible que un kilo de harina de maíz en mercal cueste Bs. 2 (y eso porque se acaba de aumentar 74%)
Visto así, puede llegarse a una situación donde el ciudadano pueda hacer mercado en una red privada bien abastecida, existiendo siempre la posibilidad de acudir con la tarjeta de abastecimiento seguro, a una red del estado, si el ahorro a obtener lo justifica y si su situación económica particular así se lo impone. Si quieres comprar en una red privada, amplia, iluminada, con una oferta variada puedes hacerlo pagando un precio mayor. Si por el contrario, necesitas el ahorro que produce el subsidio, acudes con tu tarjeta a la red estatal.
Se trata de establecer una política diferenciada de subsidios, a donde voluntariamente el consumidor elige acudir en las ocasiones que lo necesite, permitiendo la rentabilización de la producción interna y con ello, la diminución de la escasez
@jhernandezucv