Cada año se pierden 14 millones de hectáreas de bosque, porque la deforestación es el gran negocio del siglo XXI. Un tercio de la comida mundial es desperdiciada, para que los alimentos nunca lleguen a las manos del aguerrido pueblo africano. Las emisiones globales de dióxido de carbono por la quema de combustibles fósiles, se elevaron hasta un 60% en comparación con los niveles de 1990. Y el descomunal uso del agua utilizada por el sector agrícola del Mundo, deja una huella hídrica anual que contamina gravemente los ecosistemas y fortalece la desertificación de los territorios.
No importa que vueles por los aires, viajes por la tierra asfaltada o navegues por el mar abierto, pues la toxicidad siempre queda impregnada en los extensos cultivos de maíz transgénico, en los inflamables oleoductos petroleros, en las gigantescas redes de las embarcaciones pesqueras, en las radiactivas plantas nucleares, en los corrosivos vertederos de basura doméstica y en la colosal fractura hidráulica, que sigue enlutando la vida del Medio Ambiente y de toda la biodiversidad que yace en la geografía del orbe.
La impunidad ambiental es la penumbra que por siglos ha perseguido y acorralado a los Seres Humanos. Ellos viven presos en las paredes de un macabro juego político, en el que impera el dinero ensangrentado que no se cansa de comprar, vender e hipotecar el destino de las chimeneas de Hadas. El problema, es que cuando las piedras de abajo empiezan a ceder por el irreparable daño ecológico que enfrentamos en la actualidad, entonces la magia de la mitología griega se desploma ante la arrogancia, la anarquía y el complot que mueve a los dioses capitalistas del nuevo milenio.
Dicen que después de la tormenta llega la calma, pero en el planeta Tierra las palabras se las lleva la implacable ceniza otoñal, que tiene color a desgracia, olor a diesel y sabor a plutonio. Por eso las luces artificiales siempre resplandecen en las metrópolis de los países pseudo-desarrollados, para que la insaciable cantidad de Tera Watts continúe alumbrando a EEUU, España, Japón, Rusia, Alemania o China. Se abusa del consumo eléctrico que satisface la demanda de los hiperactivos residentes, y satura de alucinaciones al explosivo firmamento. Así, van oscureciendo el futuro de los niños haitianos, que no tienen luz, leña ni carbón para apaciguar las lágrimas que cubren la injusticia perpetrada por el resto de la comunidad global.
Es ese sentido, la desigualdad socio-económica del Mundo se agudiza debido a que nadie quiere ver el cielo estrellado en la granja del abuelo, porque todas las personas prefieren llenar de bombillas incandescentes a las principales calles urbanizadas de sus ciudades, que generan contaminación lumínica y nos dejan ciegos, sordos y mudos en el fuego de la irracionalidad post-moderna. De allí, que las piezas del rompecabezas ecológico se siguen rompiendo y olvidando en una caótica historia ambiental, que no tiene un final feliz en sus desfiguradas páginas de tinta indeleble.
La víctima de toda la cobardía que aflora en la mente de la Humanidad, es nuestra fuerza suprema de sabiduría llamada Gaia, quien lucha a cada instante para mantenerse en pie de lucha, buscando no caer en las legendarias trampas fabricadas por los humanos de carne y hueso, que desean convertirla en una máquina robótica cotizada en la bolsa de valores, y así terminar vendiendo su alma al Diablo. Pero, el gran corazón de Gaia no es una mercancía que se paga en efectivo o con tarjeta de crédito. Ella nos transmite el legado de paz, altruismo y amor, que recibió en la majestuosidad de un celestial Universo, que ha visto como nos perdemos en inacabables guerras, en trágicos genocidios y en planes conspirativos de muerte.
Dicen que la Tierra ya no es redonda, pues ahora tiene la forma de un cuadrilátero en el que nos matamos en el ring de la intolerancia, que golpea con dureza las calles de América, Europa, África, Asia y Oceanía, dejando en knockout al pacifismo, a la gracia salvadora y a la solidaridad. Es una pena que Gaia no sea tratada como una Diosa, sino como una muñeca de trapo que todos humillan, insultan y manipulan con funesta premeditación confesa. Sus aleccionadoras experiencias, no surten un efecto positivo en el discernir de los Seres Humanos, quienes son los peores verdugos al ritmo del dogma, del racismo y de la transculturación.
Toda esa hostilidad que se acrecienta diariamente en el Mundo, ha dejado a Gaia dentro de un laberinto en el que sus signos vitales van empeorando y las heridas del pasado siguen muy abiertas, porque el presente es todavía más doloroso. Vemos que no hay salidas de emergencia, genios embotellados ni señales de retorno, por donde Gaia pueda escapar de la pesadilla que enfrenta bajo la esclavitud de su Némesis. Ella se desespera, se ofusca y llora por toda la barbarie que observa en los ojos del ecocidio. Si bien el planeta Tierra es nuestro único refugio de vida, los hombres y las mujeres se dedican a violentarlo con un alto grado de agresividad, que dejaría atónito a cualquier otra especie extraterrestre que se atreva a visitarnos.
El inevitable gran Apocalipsis, ya empieza a trascender las fronteras gravitacionales de la Tierra, pues la contaminación espacial ha corrompido el destino de la galaxia, mediante basura tecnológica generada por restos de cohetes, piezas de satélites obsoletos y fragmentos de explosiones producidas por la cabeza artificial del Hombre, quien busca trasladar su longevo poder belicista hasta las raíces del Cosmos. No olvidemos que mientras las familias humildes en Somalia no tienen un techo donde vivir, el Imperio se obsesiona con colonizar los suelos marcianos del planeta Marte, que en un futuro relativamente cercano, quedará tan contaminado como nuestro actual planeta de vida. También, van a cultivar nabo, berro y albahaca en la superficie de la Luna, para desarrollar la horticultura sideral que ya no recuerda los efectos nocivos ocasionados por el agente naranja, tras arrollar toda la vida terrestre que albergaban los campos rurales de Vietnam.
Podemos llegar a ser tan hipócritas, que hasta celebramos un día alegórico a nuestra querida Gaia. Sin duda, que el 22 de abril es un cruel espejismo de la asfixiante realidad que padecemos a escala global. En esa insignificante fecha, juramos y perjuramos que ayudaremos a preservar los nobles recursos de la Naturaleza. Cada año, nos acostumbramos a repetir una y otra vez esas rebuscadas frases divertidas, que empiezan con el tradicional ¡Hay que salvar la Tierra! y terminan con el clásico ¡Ya es hora de cambiar! Lo triste, es que un par de horas después del supuesto compromiso, ya no recordamos quién es el Astro Rey y cuál es el satélite natural del planeta Tierra.
Nos duele reconocer que el 22 de abril es un producto enlatado que genera grandes ingresos monetarios, mediante la venta de gorras, franelas, pulseras, documentales televisivos y actividades recreacionales patrocinadas por una serie de marcas comerciales, que aunque tendrían que fomentar los valores ecológicos en el público asistente, lo que hacen es aprovechar la oportunidad para vendernos más gorras, franelas y pulseras. Lo peor, es que los niños resultan perjudicados ante la comercialización del Día Internacional de la Tierra, pues en los centros educativos latinoamericanos no existe la obligatoriedad de cursar la Educación Ambiental, como una asignatura adscrita al pensum de estudio que desarrollan los muchachos en las aulas de clases, debido a que los gobiernos se niegan en crear políticas ambientales que se solidifiquen en las calles, en los colegios y en los hogares.
La ausencia de sentido conservacionista en la población, promueve el peligroso libre albedrío en la ciudadanía. Vemos que la gente no siente remordimiento de atrapar un conejo, matarlo y degustarlo en una soleada tarde de domingo. El instinto caníbal del Hombre, lo aleja totalmente de entender el significado real de la existencia humana. A su vez, la carencia de responsabilidad social con el Medio Ambiente, permite que los cazadores sigan extinguiendo especies de fauna autóctona con la pólvora de sus escopetas, que las empresas continúen lanzando desechos industriales en el lecho marino de los crustáceos, y dejando que las hamburguesas aniquilen la razón de toda la colectividad. Por el contrario, el vegetarianismo genera un estilo de vida armonioso con la Naturaleza, mejorando nuestra calidad de vida, fomentando las buenas relaciones interpersonales y propiciando el bienestar del entorno.
Con el fin de alcanzarlo, debemos recordar la conocida Hipótesis de Gaia, propuesta por James Lovelock en 1969, la cual interpreta que la atmósfera y la parte superficial del planeta Tierra, operan como un todo coherente que aprovecha la vida natural que alberga por sí misma, para lograr auto-regular las condiciones esenciales que lo constituyen (temperatura, composición química y salinidad). Por tal motivo, Gaia se transforma en un sistema vivo integral, capaz de auto-regenerarse y mantener el equilibrio ecológico, gracias a la genuina interacción de todos los componentes biológicos que la conforman.
Quienes hemos estado en contacto directo con la Naturaleza, y prestamos atención a los detalles que esconde el cuerpo de Gaia, podemos fácilmente adherirnos a ese gran pensamiento holístico. Es simplemente asombroso observar la forma en que todo se nutre y se retroalimenta de todo. Es un proceso natural que como bien afirma Lovelock, tiende a la búsqueda del equilibrio por sobre todas las cosas. Si usted va al parque y se sienta frente a un árbol, empiezas a ver el verdoso pasto, los insectos que trepan el tronco, los pájaros que aprovechan las altas ramas para construir sus nidos, los frutos que crecen para alimentar al resto de los organismos, y las semillas que prometen traernos de vuelta la flor primaveral que llena de esperanza y optimismo al paisaje.
Esa sencilla forma de apreciar la mesura de Gaia, puede recrearse en procesos algo más complejos, pero que siguen llevando el emblema natural en sus comportamientos, tal es el caso del ciclo del agua, de la cadena alimenticia y los niveles tróficos, de la hibernación de algunos animales, de la fotosíntesis, del cambio de las estaciones y hasta de la biodegradación. El problema, es que la hipótesis de Gaia se quedó en una hermosa suposición, porque en términos meramente ecológicos, el Mundo aún resplandecía en una etapa de admiración, descubrimientos y respeto ambiental, que ayudaba a salvaguardar los ecosistemas bajo la luz del Sol, por lo que no existían bases argumentativas que validaran o refutaran aquella romántica hipótesis.
No obstante, Lovelock nunca imaginó que la elocuencia de su gran hipótesis, sería colosalmente destruida por los accidentes de Chernobil, Fukushima y Bhopal. Tampoco esperaba que el Prestige derramara miles de toneladas de fuel frente a las costas gallegas, que la plataforma Deep Water Horizon demoliera a las especies acuáticas en el Golfo de México, o que la planta termoeléctrica Kingston embriagaría al río Emory de arsénico, bario, cadmio, mercurio, cromo y plomo. En décadas recientes, han ocurrido muchísimos ecocidios de proporciones bíblicas, los cuales vienen devastando cada uno de los rincones geográficos del planeta Tierra, junto a la novedosa complicidad del trío dinámico compuesto por el gas de Efecto Invernadero, la sequía del Cambio Climático y el calor del Calentamiento Global.
Por desgracia, tuvieron que pasar 45 años para que la hipótesis de Gaia quedara obsoleta y se atesore en el nostálgico libro de los recuerdos conservacionistas. Ahora la envenenada realidad ambiental que cotejamos, obliga a conceptuar la Nueva Teoría de Gaia, la cual afirma que la mano irracional del Hombre es capaz de destruir progresivamente el equilibrio ecológico del planeta Tierra, al irrumpir, explotar y rentabilizar los recursos naturales a su propia conveniencia, lo que deja a Gaia en una situación vulnerable extrema y sin el tiempo ni la capacidad de auto-regenerarse, debido a que cada día la polución crece más y más en el entorno biofísico circundante.
El sustento de esa profética aseveración, se observa con los conejillos de indias engendrados por la industrialización de la Humanidad, que se encargan de carcomer los suelos con la soja transgénica, de contaminar el aire con las emisiones de CO2, de enturbiar las aguas con barriles de crudo oleaginoso y de talar la vida de los árboles centenarios, para sembrar el lucrativo vicio del narcotráfico. En paralelo, la Teoría de Gaia es demostrable gracias a la indiferencia de la gente, que aunque observa a diario como los conejillos destruyen la santidad de la Naturaleza, nunca se deciden a denunciar esos graves problemas ecológicos. Además, las organizaciones ambientales internacionales, son las que alimentan el espíritu vandálico de los hambrientos castores, a cambio de recibir plata, lana y pasta. Al final del día, todos terminamos siendo víctimas y victimarios del fatal ecocidio global.
No hay duda, que la nueva Teoría de Gaia está ganando más seguidores, suscriptores y pulgares levantados. Ya las redes sociales se apoderaron de la teoría, y la convirtieron en una tendencia global en 140 caracteres. De hecho, es una moda para los internautas, quienes nunca reciclan los desechos que consumen, derrochan el agua potable por capricho y siempre malgastan la energía eléctrica. El desolador panorama, obliga a que la Teoría de Gaia viaje a Latinoamérica para comprobar su éxito durante el año 2014, debido a que se viene fusionando con la ola de problemas sociales que enfrentan sus países.
Por ejemplo, en Venezuela se talaron y quemaron más de 5000 árboles para emplearlos como parte de las barricadas, que se utilizaban en protestas violentas para trancar las principales calles del país. La cobardía de los guarimberos que es pagada por la cobardía de la oposición venezolana, ha trastocado los logros ambientales de la Revolución ecosocialista, porque el desastre en contra de la Pachamama se afianza con la criminalidad y con la apatía de la población criolla, que no asume la gravedad del deterioro presentado.
En Colombia, la multinacional Drummond contaminó la bahía de Santa Marta, por el derrame de miles de toneladas de carbón en sus aguas, lo que ocasionó un daño irreparable a todo el ecosistema marino, que tardará más de 30 años en recuperar la integridad ecológica del paradisíaco territorio. Lo insólito, es que la perversa compañía estadounidense, ahora lanzó 60 galones de aceite para motores tras el incidente de una barcaza, y también arrojó residuos de cemento mezclado con lodo y arena en el Mar Caribe, lo cual continúa estropeando los hábitats tropicales por los reiterados abusos ambientales cometidos.
Mientras que en Argentina todavía se resienten los daños ambientales ocasionados por la nube de humo tóxica, visualizada tras el estallido de unos tanques petroleros a cargo de la empresa estatal YPF. La explosión causó un voraz incendio que contaminó el aire de la ciudad de Malargüe en la provincia de Mendoza. Recordemos que en el 2013, hubo cuatro vertidos de petróleo en Neuquén, afectando las aguas del río Colorado que atraviesa a cinco provincias del país argentino. En Perú, la minera Chinalco vertió una gran cantidad de efluentes tóxicos en las lagunas de Huacracocha y Huascacocha, provenientes de la mina de cobre Toromocho. Cabe destacar, que el gobierno peruano planteó eliminar los estudios de impacto ambiental, para los trabajos de exploración sísmica que abarquen los codiciados lotes petroleros, buscando acelerar las inversiones en el sector de hidrocarburos y aprobando que el gremio empresarial agilice los ecocidios en las zonas protegidas peruanas.
El desinterés de los gobiernos en considerar el alarmante riesgo sísmico que causa la degradación de los suelos por las actividades extractivas, nos hace pensar en el pasado reciente de Chile, que fue el epicentro de fuertes movimientos telúricos, como el Terremoto de 2010 y 2014, los cuales demostraron la fuerza todopoderosa que aguarda el planeta Tierra. En vez de seguir taladrando, rompiendo y mercantilizando sus sagrados recursos naturales, deberíamos aprender a respetarlo y defenderlo de los infernales megaproyectos que pretenden destruirlo. No olvidemos que Chile es una de las naciones que enfrenta mayor conflictividad ambiental a nivel mundial, debido a los atropellos ecológicos que causan los consorcios mineros extranjeros, que ayudaron a ubicarlo en el décimo puesto del Atlas Global de Justicia Ambiental.
Cuando los países juegan con el destino de Gaia para llenarse los bolsillos de cobre, nunca piensan en las consecuencias de envenenar con billetes verdes a la santidad de los verdes pastos. Tal es el caso de Ecuador, que ya no sabe qué más hacer para remediar el descomunal ecocidio que generó Texaco-Chevron en su exuberante territorio. Entre demandas, juicios, fallos y apelaciones que atiborran los expedientes de los tribunales, los gobiernos intentan que la plata a recibir en el 2014 como indemnización por el politizado desastre natural, borre la imborrable cicatriz causada por la plata que recibieron en el recordado período de 1964 a 1992. En aquella época, a nadie le importó la suerte de los indígenas, ni de las miles de hectáreas de selva que fueron arrasadas o de las aguas enturbiadas por los criminales galones de crudo norteamericano.
En conexo, la siniestra mente monetaria del orbe se encarga de violar los derechos humanos y demoler los espacios naturales. Por ejemplo, en Brasil se cometieron severos daños ambientales para levantar la infraestructura del chocante Mundial de Fútbol 2014. Entre la eterna deforestación del suelo carioca, pasando por la falta de planificación urbana que colapsa los improvisados drenajes de aguas servidas, y terminando con la vida del Tatú Bola, que aunque es la especie de armadillo que sirve de mascota promocional del Mundial, se encuentra en peligro crítico de extinción porque todos desean alimentarse de su sabrosa carne. Además, los territorios de los pueblos indígenas han sido invadidos sin derecho a resarcimiento, para que los millones de turistas y fanáticos del deporte, puedan descansar en los hoteles de lujo, salir a comprar en los recién estrenados centros comerciales y visiten los agradables campamentos de las selecciones mundialistas.
A veces es muy grotesco, evidenciar el conformismo de las personas en malograr el porvenir de la Naturaleza. En México, el 98% de los ríos en Veracruz están seriamente contaminados, debido a las aguas residuales, a la descarga de basura doméstica y a la clásica costumbre de los lugareños en tirar la piedra y esconder la mano. Es increíble apreciar como la nación azteca provista de un acervo cultural inigualable, permita que sus entornos sean destruidos a mansalva. No importan los jeroglíficos, las pirámides prehispánicas o los monolitos. Todas las civilizaciones antiguas se arruinan en un santiamén, cuando don dinero y sus carteles así lo establecen. De igual manera, el río Verdiguel presenta un alto grado de polución gracias a que la gente lanza llantas usadas, colchones deteriorados, electrodomésticos dañados y hasta animales muertos.
Pudimos comprobar que la nueva Teoría de Gaia es verídica y justificable a través de los cuatro puntos cardinales del planeta Tierra. Vimos que nuestra diosa sigue encadenada en el laberinto cimentado por los Seres Humanos. Dicen que siempre hay una luz de esperanza en el más oscuro de los túneles, pero el tiempo sigue sin darnos una respuesta positiva ante el destructivo panorama global. Resulta evasivo creer que las asambleas, las cumbres y los foros internacionales que debaten la problemática, lograrán resolver el gran martirio que padece toda la Humanidad del siglo XXI.
Me pregunto ¿A qué estamos realmente jugando? Quizás necesitamos que los designios autoritarios del Universo, dejen caer un furioso asteroide, un inmenso agujero negro o una eterna luna roja, que nos despierte de la pesadilla ambiental que enfrentamos a diario. Ya es hora de tener la suficiente voluntad para construir un camino tan verde como el sueño por recorrer. Intentarlo es más que una palabra, y hacerlo es mucho más que intentarlo. Así, que dependerá de nosotros hallar la puerta ecológica y mantenerla abierta en el futuro.
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