En tanto brazos políticos armados discursivamente, los medios concentran sus ataques al adversario en líneas informativas que persiguen debilitarlo, deterioran el vínculo, fracturan aun más la relación con ese otro y alejan la posibilidad del anhelado diálogo. Parece subyacer en ese manejo político-mediático la intención de mantener a la ciudadanía en un estado de miedo perpetuo como arma de dominación política y forma de control social. Siempre surge una causa para el miedo que va cambiando de apariencia a lo largo del tiempo y de acuerdo a las circunstancias. La violencia delincuencial, la represión del Estado, el totalitarismo, el neoliberalismo, el caos económico, la impunidad, la corrupción, la conjura mediática, los planes conspirativos y magnicidas, etc. El miedo parece impregnar la sociedad en todos sus ámbitos y sometidos a una suerte de destino inexorable, nunca vivimos sin miedos. Sobrevivimos en la cultura del miedo. Y como no podemos dejar un vacío de miedo –suerte de vacío de poder- inmediatamente algo tiene que llenarlo.
La prensa de oposición abandona la matriz de la inseguridad y aborda con furia el tema económico, reseñando una situación de caos inevitable que convoca en delirantes sectores posibles “salidas”, que van desde las acciones violentas de calle y la consecuente renuncia de Maduro, hasta la convocatoria a una constituyente. Por su parte, la prensa oficial se concentra en el manejo de la teoría conspirativa, con gravísimos señalamientos de planes golpistas y magnicidas. La conjura mediática sobre Venezuela se trabaja desde un foro que convoca voces nacionales e internacionales y concluye en la propuesta de “creación de un frente internacional de comunicadores por la paz y por la vida…para consolidar un periodismo ético y de calidad profesional, que no se preste para el desarrollo de climas de desestabilización y terrorismo sicológico.”
Curiosamente los miedos de un sector político se constituyen en los distractores políticos del otro, suerte de herramientas de difamación y debilitamiento del adversario político. El distractor genera cortinas de humo que reorientan la atención de los hechos que son desfavorables y busca precipitar el olvido. Tal es el caso de la teoría conspirativa convertida por la oposición en un mero conspiracionismo distractor de los reales problemas del país. Veremos el tratamiento político-mediático que recibirá el caso Giordani.