Si dejáramos al lado el excesivo culto a la personalidad, y a cada quien atribuyéramos sus cuota de responsabilidad, ni siquiera Hugo Chávez escaparía a la crítica y auto crítica constructiva, pues humano al fin, algún desacierto cometió durante su prolongado ejercicio del poder. Por ello, a los errores del periodo puntofijista (1958-1998), también debemos sumar los que se produjeron a partir del nuevo ciclo histórico iniciado en 1998. De modo que así levante ronchas, y hasta cualquier fanático nos tilden de sospechoso, debemos decir que es una gran verdad afirmar que nadie está excepto de pecado para lanzar la primera piedra.
Sin necesidad de aburrirnos inventariando todos los errores del pasado—que fueron tantos y largos como la historia del tabaco-- también deberíamos admitir con hidalguía de caballeros que el país está envuelto en una grave crisis de gobernabilidad, lo cual explica que ahora se esté hablando de recurrir a la fuerza de la ley, como mecanismo institucional para contener las consecuencias del creciente descontento que viene creciendo como bola de nieve. Si al respecto quedaran dudas, le recomendamos leer al periodista José Vicente Rangel, cuando planteó la necesidad de hacer una posible enmienda a la Carta Magna o crear una ley especial para reforzar la capacidad de defensa del Estado democrático ante los ataques de la extrema derecha nacional e internacional contra Venezuela.
Otro de esos ingredientes disociantes que afecta la homogeneidad en la línea de mando de la revolución, es la falta de autenticidad de algunos que de manera hipócrita juran lealtad al Presidente Nicolás Maduro, pero en su interior se consideran en condiciones de igualdad o superiores en méritos para conducir el proceso bolivariano. Y de ser cierto que la historia a veces se repite de manera mecánica, entonces diremos que estamos en presencia de aquel drama que conmovió al liberalismo amarrillo después que mataron a Joaquín Crespo en la Mata Carmelera en 1898. ¿Acaso no fue vacío de poder y lucha entre quienes se creían iguales, lo que permitió que Cipriano Castro asaltara el poder con apenas sesenta hombres mal
armados?
Aunque no sea la única razón del conflicto institucional que hoy afecta a Venezuela, también no deja de ser cierto que todavía sigue siendo una piedra en el zapato la rancia tradición presidencialista, concentrando todo el poder en un solo individuo, e impidiendo que la responsabilidad sea compartida con otros venezolanos que sean capaces de aportar más luces en la conducción de la República, sobre todo en esta hora crucial de transición, que aún no precisa a dónde nos llevan . ¿Y será que muchas manos en el plato ponen el caldo morado?