El extraño mundo de Catalina Botero

Desde la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, se ha buscado restar apoyo popular a la Revolución Bolivariana a través de campañas difamatorias y acusaciones de violación a la libertad de expresión, con el fin de crear el miedo y una sanción internacional contra el Estado venezolano.

Tan indiferentes y adaptados están los ricos de Colombia a la desigualdad y la guerra, tan protegidos, que sus vidas parecen la de un escandinavo cualquiera. Nacen, crecen, estudian, viajan y reciben de sus mayores el dinero, el poder, la fama, los cargos y las empresas, sin que les duela una Patria y sin que la guerra los distraiga de sus distracciones. Para cuidarlos están los soldados y los policías, sufriendo y muriendo desde hace 60 años, cuidando la pared de muertos que no deja pasar los gritos y el estruendo del fratricidio.

Catalina nació Botero, que es mejor que nacer Kennedy, Rothschild, Saboya y, por supuesto, Grimaldi. Agraciada la niña, y bien dotada, estudió en la exclusiva Universidad de los Andes, fundada en 1948 (¿de qué Bogotazo me hablan?) por Mario Laserna Pinzón, otra de esas glorias a las que la sangre general no mancha el ruedo de la toga ni el académico plumaje. Cierto, los Botero son muchos, los buenos y los que hacen política, los creadores y los corruptos, pero un apellido es un apellido y Catalina pronto llenó su estudio de diplomas, maestrías y postgrados. En la Carlos III y la Complutense de Madrid, lejos de los alaridos de dolor y los llantos desolados de Colombia, la joven se especializó en algo muy a la moda, y que el Estado colombiano necesitaba urgentemente conocer, si no respetar: derechos humanos y libertad de expresión.

Catalina ascendió a magistrada, y mientras en campos y ciudades asesinaban a los activistas de derechos humanos, nuestra brillante erudita llegó, sin miedo y sin peligro, a los organismos internacionales, ideales para envejecer y terminar en el Panteón de las glorias académicas neogranadinas, tan formales, tan cultas y tan inútiles. Pero no pudo lograrlo, porque la realidad tiene cara de hereje y la oligarquía colombiana está trenzada con el imperialismo y con el uribismo paramilitar.

Venezuela está en la mira del Ministerio de Colonias de Washington (vulgo OEA) y a la hora de atacar a la revolución bolivariana, el Departamento de Estado espera que cada colombiano cumpla con su deber, especialmente aquellos a quienes les paga el sueldo, como a Catalina en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Y Catalina no aguantó dos pedidos: hace un año un opositor venezolano afirmó, sin sombra de evidencia y sin otro propósito que aterrorizar a la ciudadanía, que el agua potable de Caracas estaba masivamente contaminada por aguas negras infiltradas en el sistema.

La canalla mediática propagó la alarma, y el gobierno venezolano tuvo que salir de su bonhomía casi alcahueta para parar en seco la campaña, presionando a los autores a retractarse, y a los medios para que rectificaran. ¡Oh, terrible violación de la libertad de expresión! Catalina Botero, a nombre de la infame Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) se volvió una tigra para defender a los falsarios.

Ahora Catalina habla de "diarios cerrados" en Venezuela, equivalente a hablar de los principios éticos del uribismo: no hay tales. En Venezuela, en 15 años de revolución, no se ha clausurado ningún medio impreso. Y uno se pregunta por qué una magistrada se permite tan torpe embuste. La explicación es que "el asesino define al grupo", y Catalina debajo de sus zapatos Gucci tiene la tierra removida de la gran fosa común de Uribe Vélez: los gringos la obligan a tomar partido, "partido hasta mancharse", y la mancha crece por su traje de jurista famosa y los hilos de sangre le corren por las piernas. ¡Ay, Catalina Botero! Embustera mayor, traidora de América, madama de la libertad de expresión y traficante de los derechos humanos. ¡Tremenda mapanare con una cara tan bonita!..

Que no se engañe Catalina, no, creyendo que esta refriega va a pasar como pasó su vida: sin contradicciones ni consecuencias. Su deshonestidad intelectual forma parte de la enorme conspiración mundial de los amos de la guerra y el dinero: quien tiene una mentira en el corazón tiene un Guantánamo entre las piernas, quien conspira contra Venezuela conspira contra la paz de Colombia, que es paz de América. Los pueblos no la perdonarán, los hijos de sus hijos conocerán su infamia.

Como dice el himno internacional de la juventud, con música de Shostakovitch: "El pueblo que crece y labora, levanta un presagio feraz, se acerca una pródiga aurora, de amor, de trabajo y de paz". Hacia allá vamos, venezolanos y colombianos, latinoamericanos, caribeños y humanos todos.

Tú quédate en tu extraño mundo, Catalina Botero, pájara de mal agüero.

 



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Eduardo Rothe


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