Es sorprendente, desde que aprendí a leer periódico todos los años me entero por la prensa, unos tres meses antes de llegar las fiestas decembrinas, que el poder ejecutivo debe concederle a los comerciantes las correspondientes divisas que asegure a los católicos y profanos una navidad netamente "criolla".
Como soy un escribidor senil sin oficio declarado ni registrado, me he permitido hurgar un poco respeto a estas celebraciones y me sorprendió el resultado. Las navidades tienen su origen en las saturnales del Imperio Romano, un homenaje a Saturno el dios de la cosechas. La palabra navidad proviene del latín "nativitas" y significa nacimiento. Con la llegada del emperador Constantino a Roma (306 d.C) se legaliza el cristianismo en la península. De esta manera las saturnales se convirtieron en la fecha para celebrar el advenimiento de un niño judío (sin connotaciones racistas ni peyorativas) en la zona de Palestina y territorio que actualmente los sionistas pretenden apoderarse. Imposible dudar de la religión del recién nacido Jesús de Nazaret. Se comenta que el bebé fue circuncidado por el rabino experto en la Torá. Durante varios siglos el santo prepucio del neonato hijo de David adornó, como reliquia milagrosa y simultáneamente, los altares, de varias iglesias católicas europeas, entre estas, la abadía de Charroux (Francia), la de Calcata (Italia), la de Coulombs, la de Amberes, la de Puy-em-Velay (Santiago de Compostela), la de Letrán (Roma) entre tantas. Ciertamente, con el santo prepucio del niño Jesús se cumplió la multiplicación de la carne para ser exhibido a la vez en varios templos de viejo mundo. Para esta época la Tierra era plana y descansaba sobre el lomo de cuatro elefantes; posteriormente los frailes decretaron que el universo giraba alrededor de la Tierra. Durante esa vetusta temporada nadie imaginaba la existencia de América.
Catorce siglos después de su nacimiento, Jesús llegó a la América de mano de la monarquía española. Junto a esta navegaban, en la Pinta, la Niña y la Santa María, los frailes quienes impusieron en el nuevo mundo la fe en Cristo. Por supuesto, no solo arribaron con La Biblia en la mano, sino con los arcabuces, la pólvora, los caballos, los perros, las armaduras, las picas y todo aquello que obligaba a los habitantes de los pueblos originarios a profesar una religión desconocida para ellos.
De esta forma fueron subyugados "pasivamente" los naturales para que profesaran la doctrina contenida en La Biblia, en la cual Dios expresaba su santa palabra. Extrañamente, en oportunidades el conquistador o el fraile, parados frente a los aborígenes, les leía en castellano los mandamientos transcritos en el libro santo y quienes no lo cumplieran (todos), por no entenderlo, eran sometidos a cruentos castigos. Así mismo, fueron desapareciendo de la cosmogonía de nuestro ancestro, quienes tenían más de diez mil años pateando esta tierras, Amalivaca, Kamputano, Dioso, Makunaima, Apoik Piá, Mereiwa, Ches, Tomoryayo, Guayguerri, Kuai-mare, entre tantos de nuestros dioses. Estas deidades, al igual que el Todopoderoso de los curas españoles, les permitían a los aborígenes conectarse con un mundo espiritual de la selva. En verdad, estas divinades no desaparecieron, fueron quemadas por el inquisidor español. Mejor dicho, borradas de la memoria de los aborígenes, dado que para tener memoria es imprescindible tener cabeza y millones pensadoras de nuestros ancestros rodaron por los suelos durante casi cuatrocientos años. Así desapreció la cultura milenaria de un pueblo. A punta de arcabuz los conquistadores y los friales obligaron a nuestros naturales a celebrar el nacimiento de un niño judío, que Él, ni su madre María, ni tampoco los Reyes Magos y mucho menos María Magdalena sabían de la existencia de un territorio llamado posteriormente América.
Por la vía punitiva se obligó a los habitantes de la naciente capitanía general de Venezuela a tomar La Biblia como el libro que debía guiar y juzgar la conducta de los vasallos de la monarquía. En el caso de que algún nativo violara los mandamientos escritos en dicha obra sagrada, redactado en un idioma desconocido, debería acogerse a los castigos del fraile inquisidor. Algo muy singular de La Biblia: originalmente fue escrita en arameo, luego se tradujo al griego, los romanos la transcribieron al latín (la vulgata), del latín pasó al castellano (castellano antiguo) y finamente transcrita al español, tal como la conocemos ahora. Con cierto agravante, en cada traducción se hacían las modificaciones pertinentes de acuerdo con la época, simplemente para complacer a quien pagaba la nueva versión. De esta manera se fueron incorporando y eliminado evangelios del libro sagrado, del cual se considera que emana la palabra de Dios. De los versículos de La Biblia los jerarcas de la iglesia tomaron el mes de diciembre para celebrar la navidad.
Así fue como a los nativos de Venezuela se les impuso la religión católica, una doctrina exportada por los Reyes Católicos desde España, obligada por el conquistador español a practicarla bajo la vigilancia y supervisión de los ladinos monjes inquisidores. Eran estos quienes determinaron cuáles nativos tenían un alma pura y casta que mereciera llegar a la casa de san Pedro después del juicio final.
Pasado el tiempo nuestra navidad se hizo más criolla y para su celebración es necesario preparar hallacas con aceitunas, pasas, alcaparras, embutidos, importados; pan de jamón con harina, olivos, alcaparras, pasas, es decir, todo importado. Necesario es brindar con wiski escocés, champaña francesa, vino chileno barato, licores franceses, entre otros. Es obligatorio que en una familia criolla, formada con los valores patrios, no le falte en su mesa un suave panetone italiano como prueba de su venezolanidad, así mismo, el tradicional turrón de Jijona elaborado en la madre patria. Absurdo olvidar que la ropa y los zapatos para estrenar el 24 y el 31 de diciembre deben ser importados de USA o por los menos, traídos de Panamá y adquiridos en centros comerciales de lujo, donde brillan por su ausencia productos de fabricación nacional. Y si puede, el devoto comprará algún musgo para adornar el pesebre, o el belén, como lo nombran los españoles, contribuyendo así a la degradación ambiental. En las cartas dirigidas al Niño Jesús los infantes especifican que los juegos electrónicos requeridos deben ser "made in Japón" o "made in USA", eso sí, de tecnología de punta.
Los que confeccionan un pesebre o nacimiento buscarán en las tiendas de bisutería china los consabidos adornos y luces, además, un niño Jesús esculpido por algún artista reconocido de la madre patria. Qué decir del pino navideño canadiense, ornado con luces fabricadas en China. Para acentuar nuestro criollismo colocamos en la puerta de la casa o del apartamento un obeso san Nicolás nórdico o en mejor de los casos, qué más autóctono que el gordo níveo con una nariz de zanahoria, copiado de los gringos, personaje representativo de nuestra blancas navidades venezolanas. En las iglesias los coros infantiles entonarán los hermoso villancicos españoles, un patrimonio cultural y símbolo de nuestra venezolanidad, Ya, para finales de diciembre, muchos de los venezolanos están a punto de infarto, con sobre peso y feliz porque las divisas de la patria contribuyeron a enriquecer las economías extranjeras.
Por lo que se ve, en la actualidad, nuestra navidad criolla, navega hasta Venezuela tal como en la época del descubrimiento, es decir importada, esta vez en cajas, embotellada, empaquetada y envasada para el bienestar de los comerciantes venezolanos que necesitan divisas para hacer feliz a los católicos y profanos.
Escribiendo sobre materia alimentaria, recomiendo un artículo titulado "Mátame lentamente" que aparece en "soyfeliz.blogspot.es" de la investigadora nutricional Alejandra Coll.