Esperando la catástrofe

Venezuela es una maravillosa y fértil república de llanuras, selvas, ríos y serranías, repleta de riquezas, defendida del mar por una cordillera que corre de este a oeste; sus pobladores son gente alegre, igualitaria y despreocupada, alérgica a toda imposición o prepotencia.

Los venezolanos son serios pero informales, sólo cultivan la perfección donde es obligatoria, en la ciencia y la tecnología, la aviación y la música; en lo demás, cultivan un cuidadoso desorden que da a sus obras y labores, a sus ciudades y servicios, un toque de incompleto. Los extranjeros notan, de entrada, que en Venezuela todo podría mejorarse, nos desaprueban en silencio por no hacerlo, pero rápidamente se adaptan y adoptan el impulso descontraído de los criollos.

Hartos de siglos de dictadura, los venezolanos son esencialmente democráticos, en las costumbres y la política. Discutieron y votaron la Constitución que los rige, tienen más elecciones generales que nadie en el planeta, y adelantan una revolución controvertida e imperfecta, llena de errores pero libre de los horrores totalitarios de la historia. Como siempre cuando hay revolución, los ricos odian al pueblo indócil y conspiran contra el gobierno que no controlan, gritan a los vientos que no los dejan hablar y viven en conspiración permanente animada desde el extranjero. El gran partido de los ricos, compuesto por la Mesa de Unidad de todos los partidos de oposición, clama que vivimos en una dictadura espantosa, y–sin rubor- comparan desfavorablemente a Caracas con Bagdad y Damasco.

Pero…Todos los días se levanta el sol, alegre, sobre esta tierra sin cadalsos, sin fosas comunes, sin desaparecidos, donde nadie se acuesta con miedo a que lo despierten para llevarlo a la muerte. Y todos los días los venezolanos, tan polarizados en sus opiniones y en los medios, se cruzan camino del trabajo, compran en las tiendas, asisten a conciertos, polemizan en las redes sociales, protestan contra la escasez y los malos servicios, sin herirse ni asesinarse. En política, los violentos de mala entraña, los asesinos fanáticos o pagados, son pocos y repudiados por la mayoría.

Maravilloso país de la exageración, donde la crítica es mayor que lo criticado, donde la queja supera al motivo de la queja, donde antes de la revolución los que la estaban pasando bien bromeaban: "Este comunismo nos está matando…"

Pero hoy la vida puede cambiar en un momento, porque se cierne sobre Venezuela la sombra siniestra de un golpe de Estado y una intervención extranjera. Barcos poderosos cargados de rayos como nubes de tormenta, rondan por el Caribe a la espera de una orden para pulverizar y carbonizar ciudades. Tropas paramilitares jadean en la frontera, listas para llenar de dolor y muerte a los venezolanos, sin mucha distinción. Algunos infiltrados, militares y civiles, emboscados en el secreto, incuban su traición y complotan contra Constitución, contra la paz del país, de la cual gozan sus familias. Todos apuestan a la efectividad de la sorpresa y al choque paralizador: creen que sorprenderán a la República, que paralizarán de confusión y miedo a millones de personas.

No pasará como esperan los conspiradores: nadie, ni el gobierno actual ni ninguno que lo usurpe, tiene el poder para ahumar el avispero y adormecer al pueblo, para imponerse por la fuerza. Lo único que lograrán será despertar las voluntades y activar las resistencias, iniciar la violencia generalizada, desatar la guerra que deroga el futuro y destruye la esperanza de todos y cada uno de nosotros.

Los que saben que las guerras sólo sirven para ganarlas se preguntan ¿Quién ganará la guerra? Pero cuando comience ya habremos perdido todos, y habrán ganado los que de la guerra viven, los que ponen a pelear a los pendejos para beneficio de las transnacionales de la muerte, los que nos consideran peones en su ajedrez geopolítico de las potencias. Previendo la catástrofe, un Leopoldo López, un Capriles, una María Corina Machado, tienen preparados mullidos exilios a donde ir a lamerse las heridas. Pero tú, chavista y antichavista, si sobrevives a la hecatombe, te quedarás aquí a criar a tu familia contaminada por el uranio empobrecido de los proyectiles, en la peor de las miserias y las tristezas, en las ruinas de lo que fue un país, viéndolo convertido en un devastado Irán, Afganistán, Libia o Siria, reflexionando en lo que un sabio romano dijo: "Hicieron un desierto y lo llamaron paz". ¿Ves alguna mejoría en eso?

¿Te gusta este país que es tuyo? No dejes que los monstruos lo destruyan.



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Eduardo Rothe


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