Es un caballo blanco el caballo mío, Es blanco, de todos, de crin libre y paso inquieto como es necesario que sea el caballo blanco de Bolívar. Es de Bolívar y es mío, de mis hijos, de mis hermanos, de mi compañera, y pertenece ese corcel a todos los latinoamericanos y latinoamericanas. Ayer dije a mi pequeña hija Aguacero que ya era dueña de un caballo blanco y ella sonrío.
Ya sé que no tuvo sólo un caballo nuestro padre y también sé que no todos fueron blancos porque en la guerra sería muy complicado eso de estar buscando sólo caballos blancos, pero es blanco el caballo de Bolívar. y desde niño, al verlo en el escudo supe que era el caballo de mi orgullo y de mi dignidad.
Temprano supe, en el grupo escola unitario donde el maestro Bernardo me adentro en estos asuntos, que en ese caballo cabalgué en el pasado, cabalgo ahora y cabalgaré en el futuro, porque en la carrera de ese indómito animal, en la polvareda de sus cascos se iba borrando la línea opresora del imperio español y sus agentes regionales. Supe con claridad que en los cascos de ese caballito blanco sonaban los disparos de la fusilería de un pueblo levantado en armas para liberarse a sí mismo y que aun hoy construye a diario su libertad resistiendo los ataques del imperio estadounidense.
En ese caballo que es todos los caballos iba un hombre que es todos los hombres del mundo que luchan por la libertad.
Ese caballo no acepta corrales ni sogas terribles porque es el caballo de la dignidad de un continente. Es un caballo mil veces caballo a quien ninguna maldad podrá flagelar.
El caballo del que les hablo, con el jinete que les cuento, también se fue un día para Colombia y a ese pueblo liberó, y luego vino de allá y se fue a liberar a otros pueblos; por ello el caballo mío que les menciono estuvo flaco alguna vez como consecuencia de haber guerreado para liberar al pueblo colombiano de la opresión española.
Lo hizo nuestro caballo, los liberó, pese a que la oligarquía de ese país no cejaba en su empeño para desprestigiarlo y eliminarlo a el y a su jinete, tal cual hacen ahora los herederos de esa oligarquía.
Pero el caballo, nuestro caballo, no puede ser ofendido, porque está por encima, siempre lo estuvo, de todos los infames que acatan y escriben aquello que el imperio que los oprime les ordena.
Nuestro caballo no está famélico pese a que muchos a diario se llevan para Colombia el alimento del pueblo venezolano. A decir verdad, a nuestro caballo no le molesta que el pueblo colombiano coma el alimento de los venezolanos porque ese caballito mío luchó por una patria grande que no estuviera tasajeada por el avaricioso puñal de las oligarquías.
Nuestro caballo sabe que al estar en Colombia no puede dormir tranquilo porque cualquier traición en ese suelo es posible, debido a que allí aun manda a sus anchas la oligarquía y hay siete pequeños pedazos de suelo colombiano donde gobiernan los gringos y esos siete pedazos de suelo mancillado son como siete puñales clavados en el cuerpo de Latinoamérica.
Los infames odian a nuestro caballo y a nuestro escudo, sufren por la victoria de nuestro escudo que es voz irreductible de las victorias del pueblo.
Pueden los canallas dibujar nuestra libertad y nuestra dignidad como les venga en gana, pero nunca podrán mancillarnos, nunca detendrán el galope irredento de ese caballo blanco constructor y definidor de nuestra libertad.