¡Militante del socialismo!

La vida apacible de los lugareños se alteró momentáneamente. En aquel inmenso cielo apareció algo extraño; hasta entonces su cotidianidad sólo la habían perturbado los bachaqueros y las colas.

El rumor se regó de casa en casa. Asustados, salieron presurosos a congregarse en la plaza; juntos podían resolver el enigma. Comentaban entre sí: ¿Será el dron que dejó a los marines que vienen a perturbar la Patria de Bolívar y Chávez? ¿O más bien un ovni que intenta salvarnos de la guerra económica? ¿Quizás uno de los héroes de las historietas juveniles que pierde sus poderes con la criptonita?

Mientras los rumores y los chistes se propagaban por doquier, un ruido característico los perturbó de repente. Miraron al cielo y observaron que el objeto se mecía de un lado a otro, ascendía y descendía rítmicamente. Distinguieron su forma, sus colores, su amplitud pero no la sombra que lo cubría. Un niño gritó: ¡Es una cometa, una hermosa cometa como las que hacían nuestros abuelos! Una abuelita agregó: ¡Eso es cierto, pero no reconozco la sombra!

La cometa se aproximó cada vez más; hacía piruetas en el aire. Rozó la estatua de Bolívar, luego se bamboleó alrededor de la Julián Pino para dirigirse a la avenida Bayón donde se detuvo. Una risa jocosa perturbó aquél silencio: ¡Jajaja! ¿No me reconocieron? ¡Soy yo, vengo de la eternidad dónde no percibo los detalles! ¡Aquí viví! ¡Aquí me confundí entre ustedes y soñé con lo imposible! Asustados todos, intentaron dispersarse; temieron fuese la nueva versión de la sayona, quizás la llorona o hasta el mismo demonio. La voz ronca e intensa insistió: ¿Qué les pasa? ¿A qué le temen? Incrédulos al fin, no podían creer lo que sospechaban.

Mientras más palabras profería esa voz inconfundible, algo ocurrió ante sus ojos. Poco a poco, lentamente, la sombra se fue desvaneciendo; en su lugar apareció, milagrosamente, un rostro, unos ojos, un cuerpo. Y gritaron: ¡Es Chávez! ¡Resucitó entre los muertos! ¡Vino a salvarnos del demonio, de las tentaciones, del egoísmo, de la traición!

El hombre replicó: ¡Sí, soy yo, Chávez! ¡Regresé al lugar de mis ensueños! ¡Vine a buscar a mamá Rosa y a poner orden en los extravíos! ¿Acaso se olvidaron de mis lecciones y de nuestro empeño colectivo? Se alarmaron un poco pero no pudieron contener sus emociones. Se acercaron al hombre para tocarlo, besarlo y entregarle papelitos. Era Chávez de carne y hueso, el Comandante, el Líder, el Gigante quien les enseñó a cabalgar por el universo. Había ocurrido el milagro de nuevo.

Una mujer interrumpió la aglomeración para decir: ¡Chávez, nos hemos portado bien. Elegimos a Maduro; esa fue tu orden. Y seguimos construyendo el socialismo! ¡Mentira, dijo Chávez, extraviaron el camino! Aquella lúgubre noche del 8 de diciembre les ordené: "En cualquier circunstancia nosotros debemos garantizar la marcha de la Revolución Bolivariana, la marcha victoriosa de esta Revolución, construyendo la democracia nueva, que aquí está ordenada por el pueblo en Constituyente; construyendo la vía venezolana al socialismo, con amplia participación, en amplias libertades". Pero no han cumplido; retornaron a lo viejo, a lo indigno y por eso se avecinan nubarrones; el imperio acecha y ya no estoy con ustedes. La mujer le replicó: ¡Recuerda que desde que partiste, todos somos Chávez! Ciertamente, dijo él. La construcción del socialismo no es tarea fácil, pero es el camino y estamos obligados a hacerlo por el bien de la humanidad. Aquellas palabras los conmovieron; estaban convencidos que iban por buen camino.

Mientras conversaban entre ellos se distrajeron. No percibieron que el cuerpo se desvaneció lentamente; la voz se hizo sombra y junto a la cometa, alzaron vuelo de nuevo. Se detuvieron en la Bayón y en aquella casa tan querida, en el patio de sus ensueños, lo esperó la mamá Rosa para arrullarlo y amamantarlo en el amor. La cometa desapareció.

Al caer la tarde, una hermosa mariposa amarilla alzó vuelo desde la avenida. Voló y voló cada vez más alto, confundiéndose con la infinitud del cielo sabanero, mientras un murmullo se oyó a lo lejos: "Recuerden a Mariátegui cuando dijo: La revolución es un niño que persigue a una mariposa, no importa si la atrapa… en el intento se yergue al humano y apunta al infinito".

elgaropa13@gmail.com



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