En una de sus tantas canciones, llenas de profunda sabiduría, nuestro gran cantor, Alí primera, cuenta que ante la pregunta: “¿Papito, cuál es la relación entre lujo y plusvalía?”, la respuesta del padre trabajador es: “Perdona, pero no sé de lujos y economías”.
El tema lo traigo a colación a propósito del asunto de las divisas y de su manejo desde el gobierno revolucionario y pro-socialista que encabeza nuestro camarada Nicolás Maduro, pero que encabezó también, durante casi tres lustros consecutivos, nuestro Comandante Supremo Hugo Chávez.
Fue el Presidente Chávez, en su incansable lucha por aproximarse a la equidad social y a la máxima felicidad del pueblo, quien tomó la decisión de crear un mecanismo que permitiese distribuir los ingresos petroleros en una simbólica distribución para consumo de viajeras y viajeros al exterior o de compradoras y compradores en el mercado electrónico, vía internet.
Fue también el Comandante Hugo Chávez quien convirtió la bonificación, por vía de bonos de alimentación, popularmente conocidos como “cestatiques” en beneficio masificado, de obligatorio pago para todas y todos los trabadores, tanto del sector público como del privado. Junto a esto, el incremento móvil del valor de los mismos, en concordancia con el valor coyuntural de las unidades tributarias.
Dos (o tres, para ser más exactos) grandes medidas, asumidas con espíritu democrático para contribuir a saldar las grandes diferencias económicas y sociales, propias del capitalismo, y acentuadas por los gobiernos sumisos al capital transnacional e imperialista, como los de la denominada Cuarta República y, puntualmente, los del puntofijismo.
Pero, nuestro pueblo trabajador no sabe ni entiende “de lujos ni economía”. Es decir, las medidas tomadas con muy buena voluntad, con espíritu de “mejor gobierno”, para calificarlo con el mismo término que utilizara el Libertador Simón Bolívar para aquel que “concede la mayor suma de felicidad a su pueblo”, se quedaban cortas o terminaban beneficiando a unas pequeñas élites pequeñoburguesas, a la lumpen burguesía propia de ese mismo sector y, en última instancia, a la burguesía, al gran capital, a los dueños de los medios de producción.
Esta realidad, propia de toda auténtica transición social, en la que se está ante la muerte del capitalismo y el nacimiento del socialismo, el gobierno revolucionario, bolivariano y chavista, asume medidas para contribuir a avanzar junto a su pueblo, en la construcción del socialismo, pero, inevitablemente lo hace ante las ataduras –también legales- de quienes saben “de lujos y economía” y para beneficio de esos pocos.
Los llamados “cupos” de distribución de divisas, además de que siempre quedan distribuidos entre las “numerosas” pero igualmente privilegiadas élites de portadoras y portadores de tarjetas de crédito, inmediatamente entraron en un perverso mecanismo de manipulación, conocido como el de los “raspacupos”, quienes, con el mismo criterio de “usura legalizada” propio a la banca (a toda la banca, porque es mentira de que exista “banca socialista”) se dedicaron a robare intentar acumular capital, tratando de imitar a los explotadores, a los burgueses.
Esto ocurre y seguirá ocurriendo. No es para resignarnos. Seguirá ocurriendo mientras nuestra tarea sea la de combatir el capitalismo y construir el socialismo. En Venezuela, como en otros países de Nuestramérica, contamos con el privilegio de que nuestros pueblos se han dado gobiernos proclives al socialismo, de carácter antiimperialista, soberanos y patriotas. Pero, además, Venezuela es la cuna de Bolívar y Chávez y del liderazgo que hoy, avanza firme en la construcción del socialismo, por Nuestramérica y el mundo.
El debate, en lenguaje dolarizado, de divisas o cupos y no en términos soberanos de bolívares, es un debate que solo beneficia al capitalismo y a su hegemonía en el pensamiento común. Hace falta que nos revisemos en criterios proletarios de soberanía, patriotismo y antiimperialismo. El pueblo jamás ha tenido cupos. El único cupo al que aspira el pueblo trabajador es el que le da acceso a una auténtica sociedad de iguales. Es eso lo único que le quita el sueño al pueblo: ¿cómo perder las cadenas con las que le ata el capitalismo?