¿Pensando con el enemigo?

Me topé con un artículo del “chavista light” Jesús Silva, en el portal Aporrea, donde el autor quiere responder a una supuesta escasez de “propuestas positivas” por parte de lo que llama “personajes influyentes”.


Según Silva, “Hay una parte de Venezuela que plantea que el peligro de invasión yanqui contra Venezuela es una inmensa tragicomedia orquestada por el Gobierno tremendista y alarmista de Nicolás Maduro” (no define ni el tamaño ni la calidad ni la ubicación de esa ‘parte’ de Venezuela), y “Existe otra parte (cuyo tamaño, calidad o ubicación tampoco define) que propone al país olvidar los graves problemas económicos de la nación mientras nos dedicamos exclusivamente a la defensa antiimperialista de la Patria mientras el pueblo sufre para tener acceso a alimentos y medicamentos”. Antes que el lector tenga tiempo de pensar si esta dicotomía es verdadera, o de preguntarse quién es el idiota que propone “olvidar los problemas económicos” Silva concluye olímpicamente: “Ambas partes son radicales y ninguna de las dos tiene razón”.


Claro que ninguna de las dos tiene razón, porque ninguna existe: son caricaturas mecánicas de gobierno y oposición (que es donde se encuentran los “personajes influyentes”) y si existen quienes piensen así, no son, ni mucho menos, las dos mitades de Venezuela.

Silva divide la realidad en dos elementos: la “situación complicada (sic) como lo es el reciente decreto de EEUU contra Venezuela y también la mala etapa económica que padece nuestro pueblo”, sin que exista una relación interactiva entre ambos, como si fueran dos conflictos separados: “el conflicto entre venezolanos de la oposición y del chavismo, así como aquel otro entre Venezuela y EEUU”, contentándose con advertir sabiamente “Una cosa no excluye a la otra y las dos deben ser atendidas”.

¿Y cómo las atiende nuestro autor? “No veremos resultado favorable incitando a una batalla entre pro-imperialistas vs anti-imperialistas, tampoco vs capitalistas y socialistas, ni apátridas vs patriotas. Como venezolanos nos enfrentamos a la necesidad urgente de reunificar a la sociedad venezolana y restablecer la concertación nacional”… porque, añade, “No se trata de olvidar que Venezuela está dividida en clases sociales y se espera que cada una vele por sus intereses, sino que hay épocas que requieren priorizar la unidad nacional entre ciudadanos para hacer posible la convivencia, el funcionamiento económico del país y una política unificada y coherente como Estado venezolano hacia las demás naciones”.

Uno debe preguntarse ¿cómo es que el autor no se ha dado cuenta de que este llamado a la unidad nacional, a la convivencia, al funcionamiento económico del país, ha sido la prédica permanente y hasta fastidiosa del gobierno bolivariano durante 15 años? No, no lo ha notado, como tampoco parece haber notado golpes de Estado y sabotajes petroleros, llamados a la violencia y guarimba por parte de la oposición.

El problema, para nuestro autor es que “en vez de fomentar acuerdos entre gobierno, trabajadores y empresarios respecto a las grandes líneas de la economía donde todos perciban beneficios y se intente la armonía”, lo que se promueve (¿quién promueve?) son “discrepancias infinitas donde el trabajador rendirá menos laboralmente y se dedicará más al proselitismo, el empresario aplicará trato discriminatorio al empleado según preferencias ideológicas y por su parte el gobernante dará más oportunidades a los de su partido político que a los emprendedores capaces”. Que viene a ser el discurso opositor desde hace 15 años, según el cual –en palabras de Silva- así “se destruyen las fibras sociales de una nación y por supuesto se desbarata la economía”.

En pocas palabras, nuestras dificultades económicas vienen de que hacemos mucha política, y no de las fallas y retrasos en la gestión, ni de una acción premeditada para crearlas por parte del gobierno de los Estados Unidos y la burguesía local.

Petro no se crea que Silva critique sin proponer: recomienda que “Desde lo alto del gobierno y de la oposición, debe surgir la iniciativa de convocar un “Congreso de venezolanos por la paz” con actores gubernamentales y no gubernamentales, tanto partidarios como detractores de la Revolución Bolivariana…”, como si este paso no se hubiera dado, y no hubiera sido abortado por la cúpula opositora que tenía en la manga la carta de la violencia y el sabotaje financiero y comercial.

El “congreso” de Silva tendría como objetivos:

“1) Organizar al pueblo sin discriminación política para entre todos derrotar la escasez, el desabastecimiento y la inflación”, como si estos males fueran fenómenos naturales y no acciones promovidas desde la ilegalidad, y como si la derecha estuviera dispuesta a señalar otros culpables aparte de los chavistas.

“2) Convertir las nuevas formas de organización del poder popular en instrumentos para la convivencia ciudadana y la atención de asuntos comunitarios sin diferencias partidistas;” que es lo que en la práctica son, aunque Silva no lo haya notado..

Y… ¡aquí viene lo bueno! “3) Establecer un acuerdo nacional de amnistía y compromiso con la solución constitucional, democrática y electoral de todos los temas del país.” Dirían los romanos ‘In cauda venenum’ (en la cola el veneno), o en criollo: aquí es donde la puerca tuerce el rabo, se subió la gasta en la batea y la cabra tiró pal monte…


¿Amnistía para quién? ¿Para los golpistas y terroristas? ¿Para quienes llamaron a la violencia de calle que causó tantos muertos? ¿Para los especuladores, acaparadores, saboteadores y contrabandistas? ¿Para Leopoldo López y Antonio Ledezma? ¿Para los asesinos de Robert Serra?

¿A quién le pide Jesús Silva un “compromiso con la solución constitucional, democrática y electoral de todos los temas del país.”? ¿Al gobierno bolivariano? ¿Al pueblo chavista? Ambos han cumplido y cumplen ese compromiso. Si la cúpula opositora venezolana lo hubiera cumplido, nos hubiéramos ahorrado una década de lo que el mismo Silva define como “absurdo odio prolongado entre los hijos de una misma patria para hundirnos en pobreza y atraso”.

Derrochando sabiduría, Silva nos habla de los modelos capitalista y socialista, y propone que “se desarrollen paralelamente en un mismo país y aquel que demuestre ser más eficiente y brindar mejor calidad terminará ganándose el respaldo voluntario de los venezolanos, sin guerra”, como si esto no hubiera ocurrido ya, electoralmente, unas 20 veces, con el pueblo votando por el “Estado social y de derecho” de nuestra Constitución, y no por el capitalismo que hoy arruina la vida de millones de seres humanos en Europa y los Estados Unidos…

Para terminar, Silva propone convocar un “Congreso extraordinario por la paz entre venezolanos y estadounidenses”, el cual debería ser integrado por delegaciones ampliadas y plurales de ambos países, incluyendo voceros de movimientos sociales, intelectuales, obreros, campesinos”. Es evidente que aquí el pensamiento de Silva vuela alto, hasta la estratósfera, al punto de no poder ver jamás los movimientos sociales, los intelectuales, obreros y campesinos, participaron en las negociaciones del Departamento de Estado. Vuela tan alto que su “congreso” internacional llamaría al respeto del derecho internacional, como si la historia de los Estados Unidos desde hace un siglo no fuera la negación de ese derecho, y como si la injerencia de Washington en Venezuela no fuera un plan premeditado y acordado con la derecha criolla e internacional… Peor aún, como mediadores, Silva olvida a los países latinoamericanos que ya se han propuesto y han sido rechazados por Washington, para proponer al Vaticano, cuyos intereses lo inclinan o lo obligan a alinearse con Estados Unidos.
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Silva como cualquiera, tiene el derecho de pensar, opinar, proponer, acertar o equivocarse. Incluso tiene el derecho de pensar con y como los enemigos de la democracia y el socialismo en Venezuela, a sabiendas, por torpez o por puro abuso del eufemismo. A lo que no tiene derecho es a escribir, como lo escribe, que su pensamiento viene de “las leyes del materialismo histórico adaptado al siglo XXI, es decir, la cosmovisión de quienes practicamos un marxismo serio, un socialismo científico, no los paracaidistas del socialismo panfletario acostumbrados al populismo, el despilfarro, saraos de aguacates y por supuesto: mucho pero mucho “pan y circo”..

Reprimo las palabrotas que vienen a mi paracaidista y panfletaria mente y me limito a preguntar: ¿en esa cosmovisión de quienes practican “un marxismo serio, un socialismo científico”, dónde está la dialéctica, dónde queda el pensamiento de Chávez?



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Eduardo Rothe


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