Lambucios

Con la revolución bolivariana se formaron y reordenaron grupos sociales que corresponden a diversas formas de pensar a Venezuela y a la posición que ocupan en ella. Los chavistas, el grupo más numeroso, fue forjado materialmente por la inclusión y los programas sociales, y subjetivamente por las enseñanzas de Chávez, la educación masiva y la convicción política generalizada de tener derechos que defender y conquistar en el contexto nacional, latinoamericano y mundial. Luego están los opositores, que vienen de la burguesía, las clases medias y los desclasados, formados en el pensamiento tradicional pre-Chávez, clasistas y racistas, pitiyanquis y, en general, adoradores del pensamiento burgués en su etapa mercantil, espectacular y neoliberal, y que en este tiempo fueron y siguen siendo deformados por la propaganda contrarrevolucionaria de los medios de desinformación. Los opositores no sólo rechazan el "modelo" socialista, sino le niegan toda realidad a las grandes transformaciones de los últimos 15 años, y así sobreviven, frustrados y amargados, en la burbuja de una realidad virtual, voluntariamente divorciada del país real.

El paso del tiempo ha cobrado por igual a bolivarianos y opositores, con una diferencia: en el sector de la revolución, ligado a la realidad cambiante, el tiempo trae contradicciones y transformaciones propias de todo proceso, mientras en el campo opositor nada nace y nada se transforma, permaneciendo como simple chata negación de todo cambio, como culto a una Venezuela imaginaria que nunca volverá. Esa parálisis conceptual empobrece políticamente y erosiona numéricamente a la oposición, reduciéndola a la indigencia ideológica de tener que atenerse a lo que por ella se decida en el extranjero.

En Venezuela, debido a la debilidad y desprestigio de la burguesía, el pensamiento dominante está inscrito en la ideología global del consumo, y los modelos consumistas que son, en la vida cotidiana, como una policía secreta de las ideas. Nuestra oposición no sólo es cosmopolita porque la imitación es "el homenaje más abyecto que le rinde la indigencia a la opulencia", que dice Britto García, sino también en la medida en que está divorciada del alma nacional que, ya se sabe, reside en el pueblo. Pero por una jugarreta de la historia, lo que la burguesía venezolana ha perdido en el tiempo, lo ha ganado el pensamiento servil y dependiente con la aparición de los lambucios.

Lambucio o lambucia es un venezolanismo coloquial: se dice del glotón que acostumbra comer entre comidas, es avaro en pequeñas cantidades, constante e insistentemente pide, busca y aprovecha todos los beneficios, especialmente materiales, que pueda obtener; alguien que pretende sacar provecho material, aunque sea escaso, de todas las situaciones, aún en perjuicio de los demás. Un logrero. El término viene de lamber que es un arcaísmo de lamer. Por ejemplo, lambebota, lambecupo.

El lambucio no es chavista ni opositor, pero sí profundamente reaccionario. Es pobre y no tiene otra causa que no sean "sueños que no tienen dueño y que no pueden ser". Mientras la clase obrera, los campesinos, los estudiantes y los soldados bolivarianos manejan conceptos amplios de Patria, Humanidad, Solidaridad, y se movilizan por nobles causas en grandes eventos, mientras los opositores salen tercamente a votar, por quien sea siempre que sea contra el chavismo, ...los lambucios y lambucias son indiferentes y forman un submundo entre los empleados de las empresas privadas, institutos y ministerios, una categoría de gente sólo preocupada por ganarse unos billetes mediante el aplique, el truquito y la maroma, raspando cupos, comprando electrodomésticos, motos y celulares, a "precio justo" subsidiado por el gobierno, para venderlos tres veces más caros a la vuelta de la esquina. Son los "raspacupos", los bachaqueros urbanos, traficantes de lo escaso para estafar a los necesitados. Son, o quisieran ser, chicos y chicas plásticos, pero ni a eso llegan.

Nunca serán ricos, pero siempre serán corruptos: son los hijos apolíticos de aquella Cuarta República donde los políticos "robaban pero dejaban robar", con una diferencia: antes de Chávez el pueblo no tenía dinero, y ahora hay más dinero que cosas. Los lambucios son la fauna cadavérica de la vieja Venezuela moribunda que se niega a morir, los agentes de una guerra económica minimalista. Infelices que nunca podrán consumir como quieren, y en el camino van perdiendo todo sentido de pertenencia. Ellos no tienen nada: el capitalismo los tiene agarrados por los cabellos de la ilusión. Son los más bajos peones en la gran fábrica del beneficio, y jueguen a ser empresarios a la escala miserable del negocito privado.

Algunos de lambucios extremos cayeron presos por vender droga en los campamentos de los jóvenes opositores, por alquilar su violencia mercenaria a la derecha guarimbera, otras por ir a Cuba a vender ropa de contrabando y traficar un puñado de dólares; pero la mayoría prefiere la impunidad del minidelito a la sombra de un trabajo formal: son pequeños delincuentes a medio tiempo, lambucios a tiempo completo.

Como fenómeno social nacido de la guerra económica, el lambucio terminará cuando ésta termine. Mientras tanto, los Poderes deberían ir elaborando un código ético que permita sancionar a los lambucios que pululan en la administración pública, para que ésta no sea, o deje de ser, escuela de corruptos y vivero de enemigos del pueblo.



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Eduardo Rothe


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