El burro se murió

Todas las noches antes de irse a dormir, Trifina Candelo, viuda de Rencino, se acercaba a la habitación de Protacio Benito, su único hijo, para decirle: “Hijo, vaya y revise si el burro está bien”. –Mamá, en la mañanita, apenas me levante, voy y reviso-. ¡Se dice, si Dios quiere!, le increpaba la madre. A la muerte de Telésforo Rencino, esposo durante cincuenta años de Trifinita, como le decían, Protacio Benito se hizo cargo de la casa, pero en realidad de lo que se hizo cargo fue de la pobreza rampante del hogar, porque allí lo que había era tristeza combinada con la fe y las ganas de vivir. El recordatorio de todas las noches de revisar el burro, fue un ritual durante años. Vaya y revise…si mamá, mañana voy… diga si Dios quiere, mamá. Y así transcurrieron los días y los años, con sus horas de pena marchita, pero siempre con la esperanza de salir de ese cuadro de la pobreza. En silencio, madre e hijo decían: ¡Ojalá algún día llegue la Revolución!

Una mañana, tal como lo hacía todos los días, el buen hijo fue al corral, para “revisar” como había amanecido “Guacharaco”, el burro de la familia Rencino-Candelo. Más que sorpresa, se llevó el susto de su vida, pues “guacharaco” había estirado la pata, quizás a la media noche, porque parecía un globo de lo aventado que estaba. Protacio caminó rápido y de una sola zancada brincó la puerta del corral. Corrió a la cocina y allí dio la inesperada noticia: “Mamá, si Dios quiere el burro se murió”.

Ojalá nunca ocurra que un día despertemos y alguien diga: “la revolución, si Dios quiere se murió”. Porque desde hace rato, la madre razón-realidad nos está pidiendo a gritos que revisemos cómo anda la revolución y nosotros haciéndonos los locos y como si la cosa no fuera con nosotros. En medio de esta metáfora que atormenta y preocupa, imagino que Trifina lo que en verdad le estaba ordenando a su hijo, es que fuera y revisara que los murciélagos no le chuparan la sangre al pobre jumento, ni la cabuya le ahorcara; y además, que tuviera comida suficiente. Nada de eso se hizo y una noche sin luna, guacharaco se fue de este mundo sin haber mirado el lucero de la mañana ni haber escuchado los cantos de la revolución.

Las interrogantes se van acumulando en este mar de incertidumbres: ¿Cómo llegamos a esto? ¿Por qué el gobierno no atacó desde el principio la especulación y el acaparamiento? ¿Por qué se dejó crecer la plaga del bachaqueo externo y luego el interno? ¿Qué pasó con el “precio justo”, que luego se volvió injusto? ¿Será que el gobierno y el Estado no tienen la capacidad para arremeter contra las mafias que atentan contra la comida del pueblo? ¿Será que perdimos esta guerra? ¿Cuál guerra?

Es cierto que las mafias de la diferentes calañas que operan en el país, en componenda con los sectores opositores y enemigos de la revolución, no paran en esa escalada perversa de causar el mayor daño político, económico, social y moral a la familia venezolana; de allí que se demanda una acción de macropolitica, audaz y efectiva por parte del gobierno revolucionario que pare esta locura del alma irracional, que ha alterado la vida de la sociedad venezolana. Ya basta de tanta impunidad con los bachaqueros, con los especuladores y acaparadores. Algo hay que hacer para evitar que los escuálidos y las mafias maten la revolución.



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Eduardo Marapacuto


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