Si las cosas van de mal en peor, ¿por qué echarnos las esféricas al hombro, mientras crecen las amenazas de que la sangre llegue al rio? Como es archisabido, desde el 12 de febrero del 2014, la confabulación fascista puso en marcha una maléfica agenda para tratar de incendiar al país; creando así condiciones objetivas que justifiquen la intervención de fuerzas multinacionales al servicio de las oligarquías, y que son las mismísimas que no pierden ocasión para desestabilizar a gobiernos progresistas, incluyentes y nacionalistas, que decidieron no ser más colonias de nadie, ejerciendo así su derecho a la autodeterminación.
Por descartado que la MUD se resigne a reconocer su derrota electoral el 6 de diciembre, razón por la cual quedan en el aire muchas preguntas sin respuestas: ¿Está preparada la revolución para repeler cualquier intentos de guerra civil que promuevan los grupos fascistas, pues quien duda que no se atrevan a darle un palo a la lámpara? ¿En qué grado de eficacia será conveniente que el poder judicial aplace el encarcelamiento de los facinerosos que buscan la caída del pueblo organizado en revolución? ¿Es o no un acto de quijotismo creer que estamos blindados contra cualquier agresión extranjera?
Desde ya leemos con mucha facilidad en el firmamento, que solo una fuerza emergente, sin resquemores ni odios acumulados, podrá evitarnos una innecesaria guerra fratricida con sus enormes consecuencias catastróficas. Por estas y otras razones, los venezolanos sentados deberán oponerse a esta absurda polarización, entre dos fieras heridas que los ciega la soberbia y muy poco les interesa el amor por la patria. De modo que vista esta fatídica experiencia que nos deja la MUD y el GPP con su estúpida guerra a cuchillo, cabe hacerse una última pregunta: ¿Valdrá la pena prolongar este horrendo drama, que pareciera más bien una pelea de perros callejeros, y que además nos expone al escarnio ante los ojos del mundo? ¿O será que le cojimos el gustico a que nos consideren ridículos.
