No hay que hacerse ilusiones con la sonada entrevista que los mandatarios sostendrán en Quito, pues en tales circunstancias la agenda estará plagada de utopías, ya que luce imposible que lo legal sucumba al mundillo de lo delictual. ¿Acaso contrabando de extracción, narcotráfico, cobro de vacuna, sicariato y paramilitarismo pueden ser negociables entre Jefes de Estados, en el marco de tratados internacionales que no se conjugan con la piratería? ¿O pretende Juan Manuel Santo que la excepción sea uniformar nuestra legislación a esas aberrantes disposiciones del Alcalde de Cúcuta, quien de manera burda pecha productos subsidiados por Venezuela, y que por vía del contrabando entran al turbulento mercado negro de Santander del Norte?
Hablando claro y raspado, la oligarquía bogotana ya no disimula su intención de pescar en rio revuelto. Y porque por décadas enteras han estado mal acostumbrados a la riqueza fácil, ahora estarán pensando que con el apoyo de las siete bases militares gringas, podrán esta vez echarle mano a la codiciada llamada media luna, espacio territorial rico en petróleo y gas que ellos no tienen y que resulta más rentable que el cochino negocio de la droga que exportan a Norteamérica y Europa.
Sin ir tan lejos en enredonas teorizantes, bastaría con solo preguntarse: ¿qué nación—por muy esplendida que esta sea--, soportaría albergar a más de 5.600.000 hermanos colombianos, a lo que se suman 140.000 desplazados en lo que va del 2015? También resulta obligante preguntar: ¿Qué economía a guanta semejante hemorragia de diez mil millones de dólares que anualmente van a parar a pocas manos de mafiosos que hacen su agosto en la frontera como Pedro por su casa?
Ojala que Nicolás Maduro entienda que nada hay que negociar cuando de por medio están los sagrados intereses de la nación; que vista la cruda realidad el susodicho encuentro solo será gasto innecesario de pólvora en zamuro. Por tanto, la cacareada entrevista no deberá ir más allá del apretón de mano, los correspondientes honores protocolares y esa fingida sonrisa que siempre se interpone entre los amores imposible.
A prueba que 6 años como inquilino de la Casa Amarrilla, también sirvieron para algo más que enriquecer el currículo de Nicolás Maduro.