Puño y letra

La megalomanía en la promoción cultural

Luego de cierta trayectoria en la acción socio-cultural, se corre el peligro de creerse indispensable, único y superior a los demás, esto es una patología de la megalomanía; la cual es un trastorno psíquico que obsesiona a las personas con delirios de grandeza y poder, advierte a ella el narcisismo que se promueve en los grandes y pequeños centros culturales. Los elogios y autos elogios son el alimento inicial de este monstro devorador de la personalidad humana.

Un cultor distraído en el individualismo es presa fácil de esta enfermedad porque en ocasiones nuestros amigos guiados por el sentimentalismo, el afecto sincero y el cariño tienden a sobrestimar nuestro trabajo ya darnos reconocimientos por encima de nuestros méritos ganados. Ciertamente lo hacen sin malas intenciones, pero con un gran desconocimiento de las consecuencias que podría generar en una persona publica los elogios sobre elevados, tales elogios son un infierno empedrado de buenas intenciones como diría el poeta Gabriel Celaya (1911-1991).

Por eso no se trata de sobre estimar o subestimar, estimar sin prefijos es suficiente.

Creerse la madre o el padre de la cultura es algo menos que estúpido por muy culta que sea la persona, porque nadie tiene el conocimiento absoluto de la acción cultural comunitaria y sus quehaceres. Ser un buen bailarín, un buen pintor, un buen poeta o un buen promotor cultural no te hace padre o madre de la cultura, porque la cultura misma es la madre de todos cuantos hacemos vida entorno a ella; pensar lo contrario es un adefesio, nadie puede ser madre de su madre.

Gran cuidado debe tener el cultor de no ser poseído por la megalomanía, porque una vez poseído es casi irreversible el daño, dejaría, de acuerdo a lo planteado líneas atrás de ser un cultor para convertirse en una pesada personalidad cuya sola presencia se torna fastidiosa.

De manera que lo que podría comenzar con un auto elogio, por el narcisismo nos puede inducir a creernos mejor que los demás y no reconocer a nuestros compañeros de camino y su labor. Apresurarse a los reconocimientos y auto reconocimientos sin duda alguna es un mal indicio.

La humildad es una virtud lo contrario a ella es un defecto, reconocer el trabajo de nuestros compañeros es reconocer el nuestro, el respeto nos hace merecedor de ser respetado.

En la acción cultural siempre habrá personas que nos subestimen y personas que nos sobre estimen pero si nos enfocamos en nuestro trabajo ninguna de ellas cambiara nuestra posición de entrega y compromiso ante la acción cultural comunitaria.

El megalómano no reconoce compañero, no reconoce a nadie en su nivel y menos por encima de él, no acepta ayuda, se cree omnipotente y cree que los demás deben seguirle y venerarle, lo que lo convierte en una bomba de tiempo en su contra si no consigue quien satisfaga su placer.

Consecuencias de un cultor en manos de la megalomanía:

Ya nos hemos referidos a algunos elementos que nos inducen a la megalomanía, sin embrago estimado lector creo conveniente mencionar algunas consecuencias de lo que podría ser un cultor en manos de esta enfermedad:

El absolutismo: tendencia a excluir opiniones, ideas y aportes del colectivo, tomando posiciones cerradas que solo reflejan su interés narciso, nada quiere que pase sin el filtro de su revisión.

El divisionismo: al no verse seguido y venerado este comienza a sembrar cizaña y chismes para tratar de ganar algunos adeptos y neutralizar a otros, esto por supuesto es un mal terrible para un colectivo porque representa el fin de la armonía

La frustración: cuando no logra su cometido un megalómano actúa con ira y violencia para tratar de someter por la fuerza a personas que no responden a su criterio.

La paranoia: esta es la radicalización de la megalomanía, la explosión misma, aquí se siente atacado o atacada por todo aquel que se le acerque. Sería muy triste ver a un activista cultural en semejante estado, porque al siempre sentirse atacado, siempre estará a la defensiva lo cual es muy lamentable llegar a este nivel, porque en este nivel se está a muy poca distancia de la esquizofrenia.

Un cultor convencido de su trabajo, debe por defensa propia de su salud mental cuidar y cultivar los valores humanos en sí mismo, y promoverlos en los demás, pero debe hacer énfasis en el respeto, la humildad y la solidaridad, reconociendo el trabajo y los méritos de los demás alentándolos a continuar con su labor. De lo que damos recibiremos, es una máxima de la vida.



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Douglas Donaire


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