En Venezuela hasta militares chicharroneros como Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, cubrieron con el beneficio de la duda esa conveniencia o no de recurrir a dictaduras como forma de gobierno. Incluso, se dieron casos como el Gral. Marcos Pérez Jiménez, a quien por sus monumentales obras de infraestructura, algunos ciudadanos de la época recuerdan con cierta nostalgia, siendo este fenómeno sociológico digno de ser estudiado en profundidad para desentrañar su verdad científico-social. De modo que a la dictadura perezjimenista podrán criticarle que fue implacable persiguiendo la plaga adeca, esa especie de maldición gitana que de 1945 a 1948 infecto la administración pública con la más espantosas de las corruptelas que se conozca en nuestra accidentada vida republicana. Con razón dicen que los adecos no cambian, y que serán por siempre peores que las siete plagas de Egipto.
En honor a la verdad, las FANB es de las pocas instituciones que ha sabido resistir al virus de la corrupción administrativa, flagelo cuya paternidad debemos atribuírsela exclusivamente a los gobiernitos de AD y COPEI durante la segunda mitad del siglo pasado. De ahí que ninguno de esos plumarios de malas purgas tiene la autoridad moral de criticar el Decreto 40.845 y 2231, pues se trata de poner a prueba la eficacia del estamento militar en el manejo de la actividad de exploración, producción y venta de nuestro petróleo y demás recursos mineros que yacen en nuestro territorio, incluyendo aquellas áreas territoriales que se encuentran en reclamación con Guyana y Colombia.
Y porque conocemos las enormes reservas morales de la nueva oficialidad que se formó al calor de la doctrina militar anti-imperialista y socialista, estamos convencidos que las FANB de hoy sabrán asumir esta prueba de fuego para demostrar que a veces los militares son mejores administradores que los civiles, máxime cuando se trata de un negocio considerado estratégico para el Estado venezolano.
Sea bienvenida esta loable y muy necesaria iniciativa del Ministerio de la Defensa, precisamente cuando atravesamos por la peor crisis de fe, de moral y de rumbo que amenaza con cundirnos de violencia y manchar de sangre nuestro mapa político, hoy tan dramáticamente acechado por factores externos e internos que buscan por todos los medios destruir el poder popular.