La abominable clase comerciante

No cabe duda que al comercio se le debe diversos cambios en el planeta, algunos buenos y otros no tan buenos.  Ya desde la época primitiva a los comerciantes se les debe, en parte, la difusión y la integración de las culturas de los pueblos. La ruta de la seda permitió el conocimiento de diversos objetos de fabricación China, así como también la incorporación del té a lo largo de los pueblos ubicados en este sendero mercantil. El comercio coadyuvó al conocimiento del idioma de los mayas a lo largo de los pueblos centroamericanos, así como la venta de objetos de manufactura maya. Fue por el comercio que los europeos tuvieran acceso al tomate, al chocolate, al tabaco, a la papa y otros productos autóctonos de América. Así mismo, al mercado se le debe que los nacidos al occidente del atlántico  se nos impusieran los productos europeos. El canto de ordeño de los llaneros venezolanos fue legado por los iberos y a estos le llegó a través de los camelleros, en la ruta comercial de las caravanas de los hijos del desierto que tuvieron presencia en España. Los camelleros, en la soledad del desierto les cantaban a sus animales para compartir el aislamiento en las yermas dunas  deshabitadas.

El trueque de nuestros indios Caribes en su ruta comercial hacia y desde las islas caribeñas, contribuyó a la construcción de canoas y el aprendizaje de los mensajes de las estrellas para navegar por el mar Caribe. Fue así como arribaron al lugar donde se realizaban los intercambios de mercaderías. Allí llegaban con sus productos y de allá traían otros desconocidos por nuestros aborígenes. Lo mismo lo podemos afirmar de los aztecas, los incas,  los  guajiros,  los pemones, los kariñas, los yanomamis, entre tantas etnias que fabricaban productos y los cambiaban por otros manufacturados por otras tribus  apartadas.

El afán desmedido de los comerciantes por descubrir nuevas rutas para la comercialización de las especies fue lo que determinó la conquista, la embestida y el ignominioso coloniaje del territorio americano. Aquellos seres avaros, con la única intención de enriquecerse, no se detuvieron ante los inhumanos desmanes cometidos por los conquistadores y luego por los colonizadores. En la pretensión de alcanzar la ruta para llegar a la India los marchantes arribaron a la tierra de gracia, iniciándose así el insolente robo consumado por los españoles, ingleses, holandeses y portugueses de las entrañas de América. Evidentemente se equivocaron, no llegaron a la India, pero si a un territorio de abundantes recursos naturales que los comerciantes no dudaron en explotar. Fue así como robaron tierras, esclavizaron a los aborígenes y descubrieron que la mano de obra de la gente de piel negra también se podía comercializar y comenzó el infamante negocio de carne humana, es decir la esclavitud.  

Los industriales y los comerciantes acuerdan pactos para sacarle provecho, lo más que pueden, a los productos provenientes de las fábricas. Para tal fin inventan modelos económicos como el capitalismo, como el modelo neoliberal o como la globalización solo para sacarle una desmedida rentabilidad a la mercancía. Da la impresión que los industriales y los comerciantes carecen de sentimientos y de sensibilidad, para estos avaros  todo se mide en ganancias, en réditos para llenar cuentas bancarias.

Los industriales y los mercachifles, perdón los comerciantes, contratan a ciertos economistas para que inventen leyes. Pretenden que tales códigos sean inexorables, casi como una ley natural, como la ley de la gravedad. Así, por ejemplo siempre se refieren, para justificar  los aumentos de precios de las mercancías y sobre todo el de los alimentos, a la “ley de la oferta y la demanda”. La oración, en verdad, suena como algo que se debe cumplir en toda circunstancia. Lamentablemente, para estos hambreadores del pueblo, las leyes naturales si son infalibles dentro de un sistema de referencia y en tales no entra en juego la mano del hombre. Un cuerpo que se arroje hacia arriba desde la Tierra siempre caerá con una aceleración igual a la aceleración de la gravedad del lugar. En cambio el precio de un producto puede aumentar si el industrial decide provocar una escasez artificial bajando la producción. De igual manera el dueño de un supermercado puede justificar el aumento de precio de un alimento acaparándolos en sus depósitos para generar la insuficiencia del producto. Como se ve, estos codiciosos intervienen tanto en la oferta como la demanda. Luego esta aberración no es una ley, sino un descargo para poder especular.

Penosamente la producción y distribución de alimentos están en manos de los industriales y los comerciantes, seres cicateros que tienen por corazón una máquina registradora. No se inmutan ante la problemática de los seres humanos y si cualquier decisión le va producir ganancias no se detendrán. Los industriales no les tiemblan las manos en envasar un producto en un recipiente de cartón y colocar menos contenido de lo indicado en el envase, desmejorando, en oportunidades, la calidad del producto. Eso sí, le aumentan el precio al rubro. Industriales tramposos que ofrecen mercancías que no cumplen con lo ofrecido en el empaque. Es el caso del conocido hombre de la estrella Polar que no brilla. El codicioso empacador vende un arroz con sabor a ajo, pero que no contiene el producto ofrecido, solo lo hace para justificar el aumento de precio del cereal. Son innumerables las trampas de los industriales y los comerciantes, las hacen para ganar más dinero sin importar las carencias provocadas por ellos mismos. A estos son los afanes a las que están sometidos los hombres, mujeres, niños y ancianos para poder subsistir. Es conocido que durante las innumerables guerras sufridas en el planeta los comerciantes, ante la insuficiencia de alimentos, lo único que se les ocurre es aumentar, de manera inmisericorde, los precios de estos comestibles. Así se comportan la mayoría de los comerciantes, como seres malévolos.

Los consumidores deben tener claro que solo los que producen alimentos y quienes los comercializan pueden manipular los precios. Unos bajando la producción y otros acaparando los productos para venderlos por la vía que le permita obtener descomunales ganancias. Estos bandidos siempre están dispuestos para las fullerías: si el gobierno regula el precio de cierto víveres, no les importa y lo vende a como les da la gana; si los fabricantes se reúnen con el gobierno para establecer el precio de los alimentos, en ninguna parte se consiguen los artículos a los montos acordado entre los productores y el gobierno; muchos de los comerciantes tiene galpones subrepticios donde esconden la mercancías para luego sacarlas y venderlas a precios exorbitantes. Si una mercancía escasea entonces proceden a aumentar la otra que sustituye la primera. Es el caso de la harina precocida y la yuca. Los comerciantes de este producto procedieron a aumentar el  precio del tubérculo, solo porque no se consigue la harina de maíz. No es la ley de la oferta y la demanda es la manipulación descarada de la venta de alimentos, es la especulación insolente de los aviesos comerciantes.  

En el caso de Venezuela la comercialización de los alimentos de los supermercados y abastos está en manos, en su mayoría, de portugueses. Estos lusos no escatiman en jugar con fuego, comportándose como verdaderos verdugos de la clase popular y de la clase media en vía de extinción. No advierten el peligro que los afectados identifiquen el gentilicio de los explotadores con el de todos los lusitanos que vinieron a esta tierra a trabajar y no a especular. No deseo que esto se tome como chauvinismo, solo intento evitar que lo que está ocurriendo en nuestra tierra no trascienda más allá, consecuencia de la avaricia de algunos comerciantes extranjeros. 

                                                                                  

                                                                                           enocsa_@hotmail.com      
 



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Enoc Sánchez


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