Democratizar el Dialogo

Existe una particular herramienta en la construcción del entendimiento, y esta es el dialogo. Sin la comunicativa acción dialogante se imposibilita la identificación y se aparta el reconocimiento entre las partes. Ya que, dialogar es un proceso eminentemente significante. Es decir, haya su fundamento en la expresión simbólica del relato discursivo de las partes. Ahora, es en la intersubjetividad manifiesta que se suscita la prolongación de la acción identificativa entre las partes, donde se consigue el equilibrio razonado de los argumentos y se halla el reconocimiento de la asociación subjetiva a tales razones argumentativas, presentadas de un lado hacia otro. En este campo de acción comunicativa dialogante se construye el consenso, que responderá a la identificación de los actores, demandas y reconocimiento de los relatos con posteriores acciones consensuadas.

Pero, ¿y que cuando no existe consenso? Cuando lo que acontece es un desacuerdo. Entonces: “El desacuerdo entraña, a su vez, un proceso de subjetivación que es también una desidentificación o desclasificación y reidentificación específica”. (Franze, 2013, pág. 73). Negándose el ámbito a lo intersubjetivo y presentándose la subjetivación de los argumentos, acontece la imposición, donde la fuerza del relato de uno niega el relato del otro, trayendo como consecuencia: la anulación de identidades o más bien, excluyendo las identidades, renombrando el relato del otro mediante un proceso de desacreditación del argumento como algo no razonado. Esto en un estricto caso de la negatividad del desacuerdo, pero ¿qué cuando el desacuerdo es un espacio positivo para la construcción del consenso? Franzè (2013) reinterpreta dicha cuestión:

El desacuerdo no consiste en que alguien diga blanco y el otro, negro, sino que ambos dicen blanco (o negro) pero cada uno entiende parcialmente lo mismo y parcialmente algo diferente con ese mismo término. Por tanto, el desacuerdo no es un choque entre dos posiciones que resultan claramente diferentes para los hablantes (…) Por el contrario, se trata de un encuentro entre lo que “a la vez” se entiende y no se entiende, y por ello ambas posiciones son inconmensurables. Se podría decir que ni siquiera hablan de lo mismo, pero que a la vez comparten algo de su evaluación (pág. 73).

De tal manera, que el desacuerdo, positivamente puede recibir el espacio de vinculación necesario para establecer una acción comunicativa permanente, el simple hecho de que las razones argumentadas (posiciones inconmensurables) respondan siempre al alcance de los sujetos en lograr entender y presentar su realidad como un relato, reconoce como una parte de la totalidad del dialogo debe llevar, de por si, a criterios de unificación. Solo acá hacemos democracia, reconociendo al otro, alcanzado entendimiento de las razones argumentativas del otro y estableciendo criterios de consenso con el otro, todo esto entendido a nivel de lo instituido y no a lo instituir. Sin embargo, a mayor cantidad de relatos, mayor cantidad de criterios consensuados, ante la negación a la participación de un relato, surge la imposición socavando la democracia y posicionando la representación, minando la participación protagónica y tomando la unidad desde el poder. Donde, el diálogo será visto como una representación de intereses negociados y no como un consenso desde lo democrático.

*Franzè Javier (2013). “La política más allá del Estado: ¿una omisión de la violencia?”. Ediciones UCM

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