Hablar de cultura en Valencia: Entre lo concreto y lo absurdo

Siendo corresponsables cada vez más, dentro de lo que cabe, de las variadas manifestaciones humanas producto del acervo cultural que poseemos, lograríamos en lo inmediato canalizar en más de una ocasión toda clase de propuesta que satisfaga el bien común.

Esto no quiere decir que en el fondo del ser las virtudes personales dentro del campo socio cultural no tengan la planicie para proyectarse de acuerdo al potencial de cada individuo. Pero resulta que, en vista de lo observado, a lo largo del tiempo, y en pro del rescate de sectores excluidos, la cultura heredada por nuestros antepasados se ha avivado de manera interesante en Venezuela en los últimos años.

Lamentablemente posiciones contrarias, producto de esos medios tóxicos, depravados, incontinentes a la hora de vender antivalores como el consumismo, la muerte, la violencia en cualesquiera de sus manifestaciones penetrantes y hasta la carencia de un amor propio a la madre naturaleza, a la patria y a sí mismo parecen ser piezas de un vehículo pesado que todo puede llevárselo a su paso.

En este sentido la organización de factores -públicos y privados- hacia esta materia ya es un punto representativo para la promoción, divulgación y multiplicación en las propias comunidades.

La Venezuela actual no puede seguirse perdonando cómo generaciones de finales del siglo pasado crecieron de espaldas a la realidad de sus comunidades, sin personalidad, sin identidad siquiera de hechos acaecidos en años recientes en sus sitios de residencias, por decir celebraciones de recordada tradición en vez de adoptar otras como es el caso del joropo venezolano que era sonado al final de un toque de minitecas después de la ingesta de música anglosajona escuchada y bailada por más de 5 horas. Tal aberración se llegó a presenciar hasta en localidades rurales. Así poco a poco se fue acomodando en la mente y en la costumbre de los chamos esta clase de hacer fiesta producto de la moda que se recogía a través de la TV y las emisoras ya en forma de circuitos radiales transmitidas desde la ciudad de Caracas.

Mientras, grupos de recortados presupuestos y con más corazón que vestimentas se abrían paso por sí mismos con tal de no dejar a cientos de niñas y niños huérfanos de conocimientos, distracciones, risas y, sobre todo, privarles de soñar gracias al teatro, la música, la danza, las artes visuales. Y para los más grandes el cine, la venta de libros, revistas y folletos, además de trabajos de escenografías cuyos autores no desaparecían en el tiempo.

Sobre este tema conversaba con Carlos Reyes, escritor, poeta, ensayista y promotor cultural con muchos años de experiencia en la ciudad de Valencia a quien conseguimos en solitario, pipa en mano, sentado en uno de los bancos centrales de la plaza Cedeño o como mejor se le conoce desde siempre a este lugar de la zona sur del Cabriales, plaza Santa Rosa. Nos decía cómo un pueblo como Valencia, que llegó a convertirse en una de las ciudades de mayor expansión demográfica en América Latina perdía sus raíces producto de la llegada de otras civilizaciones a mitad del siglo pasado. Nos hablaba de una cultura híbrida. Claro, hoy en día por doquier se ve "un arroz con mango", muy desabrido, por cierto, para cualquiera que valore el papel que ha jugado esta ciudad en la construcción de la patria durante los últimos doscientos años.

Esa ciudad, extrañada, con incontables casas de techos rojos, de calles angostas en el casco central, de pintoresco paisaje (propio de la región andino-costera) por encontrarse sobre pendientes que luego terminan en cerros cubiertos de pequeños arbustos dista de aquellos tiempos de tranquilidad y acogedor caminar entre negocios de pulpería, boticas, pequeños artesanos para verla convertida hoy en una gran "frankenstein" citadina, pues parroquias como Catedral, El Socorro, Candelaria y San Blas se convirtieron en zonas comerciales sin ningún tipo de planificación. Una verdadera pesadilla para quienes la transitan hoy en día.

A manera de confesión y para que el lector tenga una idea de cómo estamos ubicados en el tiempo, por allá, cuando niño, a finales de los setenta ya la ciudad estaba enferma pero aún se podía distraer sanamente dado que había salas de cine, cafeterías, pastelerías, fuentes de soda y restaurantes para clientes variados, por supuesto recordamos árboles más sanos y frondosos en plazas. Nada de hilos de aguas negras que saltar.

Y cuántas veces uno se ha tenido que preguntar: ¿Cómo fue posible que ocurriera todo este cambio? En nuestra imaginación uno logra ver una gran trenza aislante pues, a determinadas horas del día, parecen dormir por largas horas viejas edificaciones de aquel pasado activo y de luces como lo son el Teatro Municipal, la antigua facultad de Derecho de la UC, la Escuela de Teatro Ramón Zapata, el Museo de Artes Visuales Alexis Mujica, la Casa de la Estrella, la Casa de los Celis y también sede del museo antropológico, el Museo Casa del General Páez e igualmente sede de la Ilustre Sociedad Bolivariana de Venezuela, el Museo de la Cultura en el mismo sitio donde fue la estación alemana del ferrocarril Pto Cabello-Caracas, la Casa Natal del poeta Manuel Alcázar, la casa natal de otro peta como lo fue José Rafael Pocaterra, la sede de la Logia Masónica, la casa natal de Miguel Peña (ya a punto de ser devorada por la ignominia); además de los templos católicos y otros inmuebles que no son menos importantes pero que en su mayoría están allí siendo nada más y nada menos que apéndices de la usura y la explotación del hombre por el hombre (más de las mujeres, pues en las tiendas abundan más las vendedoras).

Hoy nuestro casco citadino es una especie de gran mercado al aire libre a donde las comunidades más humildes acuden en busca de ofertas en artículos de vestir y calzar sin que veamos esa imagen de ciudad querida y adorada por todos. Poco o nada se ve en calles o plazas del casco central que digamos hay un trabajo perenne en pro del rescate de nuestra identidad. Un esfuerzo que se valora es el que observamos en la plaza Sucre por parte de la Gobernación del estado Carabobo bajo la gestión de Francisco Ameliach pero tal acometida, y así lo percibimos, se queda minúscula con tanta deshumanización existente en la actualidad.

Por tales razones es que desde este espacio se llama al rescate de los pueblos de alma pura, a que la gente recupere parte de su esencia como muy bien lo puede tener cualquier barriada del sur de Valencia.

Investigaciones al respecto y en encuentros fijados con docentes, cursantes de estudios para maestría en el área cultural de universidades nacidas en Revolución, sostienen que marcan la pauta al aplicar métodos cualitativos bajo paradigmas de integración y convivencia. Se hace énfasis en la inclusión, con un perfil distinto al que proyectan las universidades tradicionales que aún no ven la realidad para el área cultural al seguirla impulsando con fines mercantilistas. De igual forma estos colegas, amantes de la pedagogía liberadora, robinsoniana, humanista, especifican el trabajo que se está cumpliendo desde las comunidades más desasistidas en municipios alrededor de la Gran Valencia para lograr esa transformación o por lo menos dejar una pequeña huella en los corazones de niñas, niños y adolescentes. Un número no despreciable de estos últimos ya convertidos en madres y padres.

No hay que ser mezquinos cuando mucho antes de la llegada de la Revolución Bolivariana cultores populares interactuaban en la calle con obras que atraían a familias enteras y, desde luego, cabían sus planteamientos en procura de ser tomados en cuenta por los organismos competentes. Es así como podemos mencionar una publicación como "Máscaras", órgano divulgativo de 1992 y que era distribuido por la agrupación teatral "La Huella". Allí no sólo conseguimos nombres destacados en el mundo del teatro sino serias reflexiones de un espacio aún no comprendido por esta sociedad que no cuenta con el carácter del desprendimiento del dogma neoliberal. Lamentamos ser duros en este aspecto.

Por ello, cuan imprescindible retomar lecturas que la tinta negra sobre el papel impreso, hoy huella de aquellas atrevidas incursiones teatrales que, como candil sobre el escritorio, dejara en páginas de la revista antes citada y que en Valencia no podemos defenestrar: "el diseño neoliberal implica, por otra parte, la conversión a toda costa del individuo en simple consumidor banal e innecesario, destruyéndolo como ser humano y ciudadano consciente de sus derechos y responsabilidades".

Así como hemos apreciado la dialéctica de un niño de escasos recursos con su títere y una joven madre dejar en otros brazos seguros a su bebé para tomar una marioneta y salir ante un público a expresar una realidad de su comunidad, de la escuela o de su iglesia, también es cierto que la labor de muchos cultores populares se queda corta en medio del camino en una ciudad que deambula sin la gracia de lo hermoso del contacto por las distintas artes. Mientras tanto, en las paradas, unidades autobuseras, metro, plazas, pequeños centro comerciales son lugares del asedio del dolor ajeno y el sufrimiento, fetiches patentizados de una Venezuela rentista, seguiremos dando vueltas al mejor estilo de Cien años de Soledad.

Acaso no es absurdo entablar una conversación de este nivel con un cultor popular, cuyas manos prodigiosas se les vieron trabajar en la realización de murales y otras aplicaciones pictóricas, y ahora están siendo subutilizadas para el ramo de la buhonería a pocos metros de las riberas del río Cabriales, por lo que sentenció bajo una calurosa tarde de ir y venir que "Concretamente en Venezuela , claro, hay movimientos que apoyan la cultura pero en Valencia eso es terriblemente deficiente".

Al final de cuentas sus palabras fueron para nosotros jabón para lavar.

(*)bridator2@gmail.com



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Brígido Daniel Torrealba (*)


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