Empujados por fuerza de las circunstancia, y sin importar que sean opuestos quienes cuidan sus groseros privilegio, hoy la realidad nos impone la necesidad de ensayar con un gobierno cívico-militar que en la praxis sea capaz de devolvernos esa anhelada paz, y que sea de manera sustentable y duradera. A leguas vemos en los rostros de la gente, su convencimiento de que esta crisis no la aguanta nadie, y que será de ilusos majaderos pensar que podrá recomponerse el país mientras persista esta primitiva pugna entre bandos que a cuchillo se disputan el poder.
En principio creemos que no hace falta recurrir a magos ni buscar a Dios por los rincones para encontrar una salida civilizada que ponga fin a este drama dantesco y que cada vez nos aproxima al infierno. Por eso estamos persuadidos que el santo remedio consiste en un gran acuerdo nacional: entre civiles emprendedores y militares que no se hayan dejado contaminar del flagelo del burocratismo y la corrupción galopante que no dejo hueso sano en la administración pública.
Un verdadero cambio de gobierno y no de decorado, debe pasar por el respeto a la inteligencia de los pueblos, que no recurra a ese vulgar reparto de dadivas que prostituye la conciencia, que sea capaz de generar empleo y riqueza sin tener que hipotecar la soberanía nacional. En fin, deberá ser un modelo de desarrollo que se ajuste a nuestra realidad concreta, y que en ningún momento se asocie con el neoliberalismo salvaje y el apestoso castro-comunismo que espero más de medio siglo para reconocer su aparatoso fracaso.
Y como cada golpe nos hace más listo y también reconocemos que por algo se dice que más sabe el diablo por viejo que por diablo, entonces que esperamos para dar el paso firme hacia el futuro. O es que acaso le vamos a tener miedo al cuero después que matemos el tigre.
Ojalas que por cobardia o cuidar un salario miserable, prefiramos pasar agachados, mientras con heroica indiferencia contemplamos que el país se desmorona en nuestras propias narices.
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