De cómo paralizar un país

Caracas, noviembre del 63, es decir, entre el jurásico y el cuaternario. Faltaban dos meses para las elecciones que ganó Leoni. Salimos de Chapellín, con dos minutos entre uno y otro, por un puentecito que ya no se usa, y nos reunimos donde nadie podía vernos, en el monte que bordea un campo de golf del Country. Éramos cinco, y el ‘contacto político’, que nos bajaba la línea.

La línea era siempre la misma: “El régimen está debilitado por nuestra lucha armada y por sus contradicciones internas. Hay que mantener la presión hasta obligar a los militares a dar un golpe de Estado. Un gobierno militar creará un repudio general, que el Partido aprovechará para ponerse a la vanguardia del movimiento popular”, etc.  Luego las instrucciones tácticas:   

“El Partido ha decidido que el 19 de noviembre vamos a la huelga general insurreccional, contra las elecciones fraudulentas de los adecos, en las que no dejan participar ni al Partido Comunista ni al MIR”.  Nos miramos y miramos al contacto, “Miguel Matos” (su verdadero nombre lo supe 20 años después): éramos estudiantes, no obreros ¿qué podíamos hacer en una huelga general?

 

Miguel era conciso porque las reuniones, por reglas de clandestinidad, no podían durar más de 10 minutos. “Las instrucciones son simples: autobús que circule o fábrica que arranque, se quema; regamos tachuelas y miguelitos por toda Caracas, hacemos operaciones relámpago para quemar cauchos y trancar las vías, y al que asome la cabeza, plomo con él. Ojo, no se trata de matar gente sino de asustarla, pero en caso de duda, plomo. Dónde y cuándo se van a colocar y sus objetivos, se les informará en tiempo útil. Tres días antes hay que pintar llamados a la huelga en las paredes, y (del forro secreto de su maletín de cuero sacó unos esténciles) lanzar esto como volantes…”  Por un lado, tenían el facsímil de un billete de 500 y por el otro el llamado de las FALN a la huelga general.

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Comenzó bien. Nunca olvidaré la avenida Baralt vista desde el Puente Llaguno a medio día, completamente vacía. Asombrados, nos detuvimos un momento, y los policías de una radio-patrulla que pasaba, con escobas amarradas en el parachoques para evitar pinchazos, se nos quedaron viendo, pero no se detuvieron, engañados por nuestras caras de yo no fui, los uniformes de liceo y los cuadernos bajo el brazo.

 

El 19 de noviembre de 1963 se quemaron decenas de empresas y murió gente. En la noche, el centro y el oeste de Caracas eran un gran tiroteo, donde se distinguían los tiros de fusil y el retumbe de las Punto 50. No se ha escrito la historia de esa “huelga general insurreccional”, pero lo cierto es que, al día siguiente los “huelguistas” habían agotado sus municiones, a los tres días todo se calmó, dos semanas después hubo elecciones y volvieron a ganar los adecos.

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¿Paralizar un país? Se dice fácil. Hacerlo es otra cosa, especialmente a la fuerza, cuando se quiere aplicar lo que los antiguos llamaban argumentum ad baculinium, argumento a palos.

Los intereses y rencores sociales de ricos y aspirantes a ricos, manipulados por las transnacionales y su Imperio, han hecho correr sangre, han quemado personas, animales y árboles, han sembrado el temor en la vida cotidiana. Ir a trabajar o visitar a la familia puede implicar riesgos e incomodidades. Y ahora anuncian que van a paralizar Venezuela.
 

Ne sería la primera vez: lo intentaron en la Navidad y Año Nuevo 2002-2003, con el llamado “paro cívico” convocado por Fedecámaras y demás asociaciones patronales, en santa alianza con la mafia sindical de la CTV, la cúpula eclesiástica y los partidos tradicionales.  Sabotearon la industria petrolera y durante dos meses faltó gasolina y gasoil, y por lo tanto no hubo alimentos, ni navidades, ni temporada de pelota profesional. Sin gas, hubo quien hizo leña de sus muebles, para cocinar.  No había cerveza ni licores ni refrescos: fue el fin de año de la ‘guarapita’ (aguardiente de caña con jugo de frutas), se paralizó el transporte terrestre y los aviones no volaban: recuerdo al difunto Vargas Llosa durmiendo en el piso del aeropuerto de Valencia.

Pero poco a poco, día a día, enfrentando la violencia de la derecha que se estrenó en quemar gente, Venezuela recuperó su industria petrolera y todo comenzó a funcionar de nuevo. Los opositores declararon: “el paro se nos fue de las manos”, y se supieron derrotados.

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¿Qué sería diferente hoy? Dos cosas: la violencia incendiaria ya no la improvisan los ricos y sus lacayos, sino un lumpen reclutado, entrenado, armado y encuadrado por paramilitares; y la injerencia extranjera esta vez sería abierta y militar, preparada por la actual campaña mundial de difamación, y certificada por organismos internacionales.

 

¿Qué forma tomaría? El escenario probable es la creación de un foco urbano de cierta magnitud, no controlable por los antimotines, que amerite la intervención del ejército, a lo cual el Imperio y sus aliados responderían con aviación, con su ya famosa “intervención humanitaria”, como ocurrió en Libia donde, con el pretexto de salvar vidas, iniciaron una guerra que mató a más de 100.000 personas y destruyó el país.

 

El objetivo económico son las reservas de petróleo y otras riquezas, el objetivo político la aniquilación del chavismo, y el objetivo militar la destrucción de la Fuerza Armada, columna vertebral del Estado-Nación.

 

¿Saben esto Leopoldo López, Freddy Guevara, Julio Borges y los otros? Posible y probable pero no importante, porque a la hora de la verdad también son, para el Imperio, como todos los demás, desechables. Las agendas políticas idénticas a las ambiciones personales, se quiebran como el cristal, y para ejercer una dictadura cualquier aventurero sirve.

Pero primero tendría que triunfar la “huelga general” que anuncia el niñato Freddy Guevara. Paralizar un país se dice fácil, hacerlo es otra cosa…



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Eduardo Rothe


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