Dilema aristotélico: ¿Quién es más puta, el comerciante, el pueblo o el gobierno?

El dueño del abasto (del pueblo de Canaguá, del Estado Mérida) al frente del mostrador gritaba con todo su gañote: "-¡Todos los que estén en la cola me tienen que entregar un bono navideño si no, no podrán comprar aquí en mi negocio! Además, tienen que consumir absolutamente todo el bono en mi abasto".

Hablaba así, por todo el cañón, sin pelos en la lengua.

El comerciante canaguero había puesto los precios por las nubes, de modo que con el bono navideño apenas si los lugareños podían comprarse cuatro artículitos.

Y el rebaño de la gente iba avanzando poco a poco cabizbajo.

Todos iban como unos cobardes (aunque rabiando) cumpliendo las órdenes del maldito especulador y usurero. No sé quién será más mierda, si los cobardes consumidores, las fulanas autoridades o el consabido estafador.

Y hay que decir que en esta ocasión la mayoría en la cola era pro-chavista.

  • ¡Alcense carajo! –estalló una anciana.
  • Si nos alzamos qué carajo vamos entonces a comer. Llega el dueño del negocio y lo cierra, y nos vamos todos con las manos vacías –replicó un conocido chavista del lugar.
  • ¡Será para que además nos jodan. Para que llegue la guardia nacional y nos meta preso y nos dé unos coñazos, y entonces salga más favorecido y protegido el hijo de puta especulador! –agregó el dirigente Melquiades Atencio, preclaro dirigente de los Pueblos del Sur.
  • Y quedemos además señalados para siempre y no podamos nunca más venir a comprar en este comercio. Nos fichan.
  • ¿Y entonces para qué carajo estamos en revolución si ya el gobierno no puede con esta verga? -asintió Clemencia Márquez de la Comuna Los Atalitos.
  • Es la vaina más absurda que he visto en mi vida: no podemos protestar contra los especuladores porque el gobierno prácticamente los protege al permitirle que día a día suban sin conmiseración ninguna los precios.
  • Claro, porque si hoy el cartón de huevos está a 300 mil y mañana a 400 mil y nada pasa en este mundo, es porque entonces debe ser que según las leyes de la economía es de lo más normal y justo, ¿y entonces quién carajo, sin poder ni armas algunas va a salir a caerse a coñazos con estos ladrones?
  • ¿Estaremos condenado por siglos a vivir en este estercolero entonces?
  • Si el gobierno no puede que podremos hacer los pobres diablos como nosotros.
  • Hasta que este verguero se incendie, nojoda, y el que venga atrás que arree.

Para mayor humillación, cuando el comerciante ladrón iba entregando los artículos decía:

  • La panela a 150 mil BOLOS, y toma tu Maduro.
  • El kilo de arroz a 100 mil bolos, y aprieta tu Maduro.
  • La mayonesa a 120, y coge tu Maduro.
  • La Margarina a 130, y lámeselo a Maduro.

Comerciante por definición y naturaleza suele ser un tipo con carácter, una persona agresiva, alguien que aterroriza con su voz, con sus gestos y decisiones. Un pendejo no puede ser comerciante. Un verdadero chavista no podría ser comerciante. El gen de un ladrón y de un asesino tiene mucho de la naturaleza de un comerciante, mucho de un contrabandista y de un burdelero. Todo eso está muy bien explicado en las teorías filosóficas del inglés Jeremías Bentham.

Y uno ha ido nadando en este mar de lágrimas de cocodrilos cagones.

Porque sólo quejarse por la situación, sólo chillar, moquear y berrear por el disparo demencial de los precios es propio de rameras. Hay que enfrentar decididamente a los comerciantes. Las comunidades deben tomar los comercios y requisarlos, porque además tienen escondidos cientos de miles de productos, esperando a que los precios se disparen de nuevo.

Estamos asqueados de ver día tras día este mar de lloronas en los mercados y en los bancos. La quejadera en Venezuela ha alcanzado niveles paxorísticos que rozan ya la más burda guasa carnavalesca. La idiotez de los gemidos en los negocios estremece las llamas del infierno. Los estertores de las meretrices en la calle hablan de la idiotez del gobierno pero compran como miserables el precio que impongan los comerciantes. Las bembas de las quejonas y quejones, de las golfas y golfos, de las zorras y zorros recuerdan los truculentos belfos de Vilca Fernández cuando se los remendaba en sus juergas de hambre. Traen a la memoria estas tramas la faz ajada y terrorífica de Gaby Arellano recién salida de una colchoneta en una de aquellas burdas juergas de cerebros caídos en la Universidad de Los Andes.

¡Bendito Dios!, no hay día en que no recuerde este pensamiento de Schiller: "Contra la estupidez, ni los mismos dioses pueden".

Las quejonas y quejones, las golfas y golfos, las zorras y zorros jamás le echan la culpa del caos que estamos viviendo a los cerdos de Colombia Juan Manuel Santos y a Álvaro Uribe Vélez. Jamás le echan la culpa de DolarToday, ni a los jeques de los sifrinos de Miami ni a los empresarios ladrones de Fedcámaras.

Lo más triste son los pobres diablos que también le echan la culpa de este caos inducido, al gobierno. Andan tensos, aturdidos y desencajados de sus centros. Lo viví ayer en el trolebús que va a Ejido: se formó una repentinamente sampablera; dos tipos se cayeron a trompadas dentro de la unidad y casi se produce una estampida. Yo vi la barahúnda "impertérrito" (no podía hacer un carajo), pero inmediatamente un imbécil gritó: "Esto es culpa de Maduro, nojoda", y una señora preguntó: ¿Qué tiene que ver el presidente con la subidera de precios de los comerciantes?, y replicó burdamente el imbécil: "Pues, que se trata de que él está apoyando la violencia". La señora valientemente respondió: "Te conozco, eres un guarimbero que trabajabas para el alcalde Omar Lares que ahora está huyendo…" El imbécil se acojono, y alzó su cuello de lagarto para ver de dónde surgía alguno de su clase para que le apoyara. Yo vi al lagarto con sus ojillos estrábicos suplicándome solidaridad, y le dije: "¡Vete a Cúcuta y véndete como una rata, llévale billetes de cien mil a Uribe, nojoda, anda, que eso es lo tuyo!"

El lagarto me sonrió acorralado, acodado en la ventanilla y sin saber qué más agregar a su protesta. Había no obstante un silencio de mierda en el ambiente, y allí nadie estaba pagando pasaje, y la atención de los funcionarios era magnifica, pero todo hería los nervios miserables de los enfermos idiotizados que se habían metido allí para gritar consignas contra el gobierno.

  • ¿Y quién puede comerse ese cuento de que se están llevando esos billetes para Colombia? –preguntó un manganzón que aún se estaba desperezándose de la cogorza que llevaba.
  • Nadie puede matar a las ratas, ni siquiera dándoles mil dosis de "La Última Cena". Está demostrado –sentenció un anciano que llevaba una mano de cambur.

Alguien dijo: "Errar es de humanos", y el lagarto estalló:

  • Yo estoy cansado de tirar la última piedra.
  • Bajen el telón – dijo el chófer, que por cierto era mujer, y nos bajamos de aquel infierno.

@jsantroz

 

 



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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