No se trata de nadar en dos aguas o amarrar el burro en dos palos, ni tampoco estar en la buena con Dios y con el diablo. Pero ante la gravedad del momento que vive el país, no cabe dudas que debemos deponer esas bajas pasiones porque está en juego nuestra integridad territorial, así como nuestros recursos naturales, tan codiciado por esas mafias trasnacionales que ven cómo se agotan sus materias primas y por ello vuelcan su miradas al Tercer Mundo, pensando que nuestra condición de países sub-desarrollados no tiene dolientes.
Y porque la masa no está para bollo, no cometamos la torpeza de desperdiciar el tiempo apostando a intereses mezquinos, ni perder las perspectivas dejándonos arrastrar por estúpidos egos y ambiciones extemporáneas que solo conduciría al despeñadero. Bastaría con medir las consecuencias mediatas de una invasión militar extranjera, para que pudiéramos conocer en carne propia las atrocidades del infierno. Que quede muy claro: bajo el yugo del imperialismo ningún pueblo en vías de desarrollo ha sido premiado por la voracidad del capitalismo salvaje. De modo que hay que dejarse de pendejada creyendo en pajaritos preñados, y mucho menos creer que con el desembarco de los marines gringo, también los anaqueles se abarrotarían de productos de la dieta diaria. Así que bien lejos con esos sueños de opio, porque nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. De ahí que el dilema sea ser o no ser realista para obviar esas amargas experiencias que solo satisfacen a los masoquistas.
