El alumno de Robinson

Autoexilio en Caracas

Si Dios fuese beisbolista sería millonario. Tipos como Miguel Cabrera ganan más de 20 millones de dólares al año y sólo batean 300. El promedio de Dios está por encima de 500 o en el peor de los casos (el mío) en 500. Me explico: todas las noches le pido que me ayude a regresar a Buenos Aires, tengo cinco años y medio en eso y las únicas dos veces que he visitado el aeropuerto es por unos viajes a Tabay (que es un pueblo andino lindísimo) pero igual está a cinco mil kilómetros de La Bombonera. Ahora bien, en compensación, me da algo que no le pido explícitamente, pero que siempre lo tengo presente y es el hecho de que no permita que me convierta en una persona de Clase Media Alta.
Vamos a ver, no sé cómo es alguien de CMA en Túnez, aunque sí sé cómo es la mirada de Hiba Abouk quien tiene ascendencia tunecina, piel tunecina y sex appeal tunecino. Pero en Caracas a los de CMA los tengo identificados, son los autoexiliados. Y de pana que no quisiera convertirme en eso, creo que preferiría terminar como zombie y quizá logre una chamba en The Walking Death. Me da terror pasar a ser un CMA, porque los CMA van perdiendo espacio, paladar y guaguancó.

Cuando se es CMA, ya no se puede seguir comiendo en ese restaurancito que más bien es un cuchitril (pero en el que preparan un Hígado Encebollado que es del carajo) porque hay que ir a los restaurantes de Las Mercedes, Altamira o Los Palos Grandes y pagar el triple o el cuádruple por un plato que no siempre logra estar por encima del Hígado Encebollado. Tampoco se puede seguir yendo a ver películas en la Cinemateca Nacional, porque hay que pagar 400 veces más por ver una peli que no le llega ni por los tobillos a lo mejor del Cine Iraní, pero hay que ir al Millenium porque sí, porque uno es CMA.

Resulta que el clasismo se expresa en la comida con una naturalidad sorprendente: la mortadela no entra en el carrito del Excelsior Gama, el Anís tampoco, mucho menos el Cocuy, la morcilla es sólo para acompañar parrillas, almorzar con morcilla un día de semana (para aprovechar el hierro que contiene) es como, como, cómo te digo, es como niche, poquita cosa, pobre. Eso, pobre. Lo de pobre asusta, da piquiña, genera incertidumbre, y no digamos que eres de los que disfrutan el Metro y las busetas (mi caso), donde escucho cada vaina tan de pinga e interesante, pues no, buseta no y Metro ni por equivocación, tienes que tener carro y mientras más caro mejor. No importa si contaminas o no, ser un CMA no se mide por tu coeficiente intelectual sino por la capacidad de poder pagar por las cosas más caras, incluso si no lo valen.

El amor también está condicionado, pero el sexo no. Es decir, te puedes acostar con la cajera del supermercado pero ni de vaina te puedes enamorar y ni se te ocurra lo de querer casarte con ella, porque te llevan a la Iglesia para realizarte un exorcismo.

Plazas, parques, calles, avenidas, monumentos nacionales, carritos de perros calientes, estadios, bares, discotecas, teatros, tiendas, todo es etiquetado según el lineamiento de los CMA y así vas viendo como la ciudad se va contrayendo, de la misma forma que se van reduciendo el intelecto y el corazón.

Pero hay algo que celebro de los CMA y se los agradezco un montón: son la prueba inexorable de que el capitalismo es una mierda y el American Dream un mal chiste, aunque para algunos es divertidísimo. Lo que no es gracioso, es que sigan existiendo personas que busquen autoexiliarse en la ciudad, en su corazón, en su sentir. Todo por querer ser más que el otro o mejor dicho porque unos pocos otros les den su aprobación y les hagan sentir que son más que el otro, aunque defequen por el mismo orificio. A fin de cuentas es un tema de complejos y carencias afectivas.
Quizá alguien piense que es un asunto personal y que cada cual puede hacer con su vida lo que le dé la gana; pero aquí es donde está la razón de esta columna de hoy: no es un asunto personal, porque para pagar el Paté, el Mercedes, el viaje a Paris y el Blue Label, toman el dinero que le pertenece a otros, a través de esa porquería que se llama Tabulador Salarial, que no es otra cosa que un robo a mano armada de forma legal. Si lxs dueñxs pagarán lo que corresponde, no podrían tener los lujos, pero vivirían muy bien; si quienes no son dueñxs de las empresas sino ejecutivxs buscarán un poco de justicia social para contribuir a equilibrar la cuestión, habría menos pobreza y menos calamidades, pero no, estos dos grupos van por lo suyo en un individualismo inoculado por los medios de comunicación y una micro sociedad zombie que nunca se sacia porque es una sociedad infeliz que vive en un círculo vicioso y maldito.

leonardo.guilarte@gmail.com


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Leonardo Guilarte Lamuño

Guionista, productor, director cinematográfico. Militante y poeta

 leonardo.guilarte@gmail.com

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