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Mi amigo y hermano del alma Chucho Azuaje se fue para México; lleva ya un año en Sinaloa, ese incondicional y leal socio de tantas esperanzas y aventuras: Chucho y yo nacimos en el mismo pueblo y todos nos consideraban inseparables y devotos de las mismas ideas y proyectos. Yo cuando lo llamo, que no sé un carajo de inglés, le pregunto: Jauar yu gai? Y él que tampoco sabe me contesta: Greit, broder, veri greit!
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Chucho eligió la carrera del derecho, pero su fuerte siempre fueron los negocios mercantiles, que combinado con sus actividades jurisprudentes levantó varias empresas en los estados Lara, Aragua, Guárico, Carabobo y Miranda.
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A mí no me iba mal con mis comercios agrícolas y ganaderos, que también me dedicaba a importar de Cúcuta aparatos electrónicos, y en lo posible nos ayudábamos a engrosar nuestros planes y nuestras entradas con contactos de toda naturaleza. Viajábamos, hacíamos grandes fiestas, sancochos y parrilladas. Estuvimos con nuestras familias en viajes por Medellín, Cartagena, Bogotá, Miami y Curazao. ¡Qué tiempos, coño!
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Chucho llegó a hacerse un verdadero genio en inversiones inmobiliarias y a tener apartamentos en Chichiriviche, Margarita, Caracas, Barquisimeto, Maracay, Los Teques, San Cristóbal, Mérida y Maracaibo. Su mansión en Valencia, donde pasaba la mayor parte del tiempo contaba con media hectárea de terreno para el esparcimiento, con piscina, cancha para bolas criollas, un hermoso huerto y un parque para que se divirtieran los muchachos.
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Pero repentinamente, con el asunto de las guarimbas a Chucho se le metió en la cabeza que debía irse de este infierno, y se metió a hacer planes, y a buscar un país bello y alegre, progresista y desarrollado para asentarse con su familia; y como ama mucho la música, las telenovelas y las estrellas mejicanas, y siempre había sido su sueño conocer el país de Juan Gabriel, pues así fue, como de la noche a la mañana se busco un gestor y arregló sus papeles y cogió para allá.
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Y me llamaba de vez cuando y me decía que le iba de maravillas, y que era imprescindible que yo hiciera lo mismo, que vendiera mis propiedades y que me fuera a vivir a Sinaloa: "… no lo dudes ni te lo pienses mucho, hermano; véngase cuanto antes, que aquí podemos echar para adelante con nuestros proyectos, unidos y como socios…", me decía con muchas insistencias.
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Yo me monté en la idea, pues, de vender en dólares lo mío. Y puse en venta mis carros, tres motos, dos apartamentos, unos terrenitos, dos chiringuitos para vender empanadas, una panadería y tres carritos perrocalienteros.
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Ayer, sorpresivamente tuve noticias de Chucho a través de un compañero que lo fue a visitar en Sinaloa. Me he caído de culo: Chucho está muy mal; es dependiente en una lavandería y trabaja medio turno y para sobrevivir el mes le tienen que mandar dos mil quinientos dólares de Venezuela, que los suda mediante sus negocios de agentes bachaqueros que trabajan para él en la frontera, en Cúcuta.
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No sé qué pensar realmente, pobre Chucho, pues, a lo mejor también me voy, y al menos lo acompaño en este mar de lágrimas y de locos en que estamos todos,… que es lo último que nos queda…