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Pocos son los seres elegidos para estar condenado a una tragedia. Muy pocas son las naciones elegidas para elevarse al estrado de la historia y representar una tragedia.
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Venezuela es la única nación latinoamericana trágica, en razón de haberse engendrado en ella a los tres hombres más trágicos del continente: Bolívar, Miranda y Chávez.
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Colombia y México no son trágicas sino grotescas o aberrantemente esperpénticas. Con razón, Ramón del Valle Inclán con su novela "Tirano Banderas" recrea en México al esperpento por excelencia, que también es una excrecencia del gachupín, del hombre más cruento, cursi y ridículo de la tierra, el españolito. México ha dado material en enormes cantidades para hablar de sus prominentes esperpentos, por eso han nacido allí extraordinarias novelas surrealistas como "La serpiente emplumada" (D. H. Lawrence), "Bajo el volcán" (Malcolm Lowry), "Tirano Banderas" (Ramón del Valle Inclán) y "El epitalamio de Prieto Trinidad" (Ramón J. Sender), ninguna escrita, por cierto, por un mejicano.
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George Washington no fue trágico sino un hacendado que acabó muriendo podrido en plata en una cama de oro, igualito como le sucedió a Francisco de Paula Santander.
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España nunca ha sido trágica sino esperpénticamente cómica. Colombia, México, Chile, Guatemala, Paraguay, Honduras… son los paisitos más parecido a la España púrpura y monstruosamente asesina, a la España negra y curera, a la España con sus vírgenes de siete puñales; a la España de José Millán Astray, de Francisco Franco y sus requetés.
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Nosotros los venezolanos, tenemos un destino, que es decir espíritu. Tendremos que estar al nivel de ese terrible encargo y jamás ceder a las presiones.
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Un pendejo (o un burgués) jamás puede ser trágico. Hay tontos, que cuando ocurre un accidente hablan de tragedia, qué ignorancia más repugnante. Escriben los periodistas (que de paso suelen poseer la virtud de disimular solemnemente la sabiduría que poseen) notas como estas: "… murieron trágicamente cinco personas en un volcamiento…".
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Dice Hermann Hesse que lo "trágico" es una palabra maravillosamente sublime, mística, sagrada, llena de estremecimientos de la mítica juventud humana. Por ejemplo, trágico es Bolívar en Cartagena, en Santa Marta, viendo como un profeta desahuciado la ruina absoluta de su grandiosa obra. Rafael Urdaneta no pudo ser un hombre trágico con sus 25 mil hombres sobre las armas, y acaba muriéndose en Londres de cólicos nefríticos. Urdaneta estaba llamado a ser en ese año terrible de 1831, una especie de Macbeth.
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Lo trágico es el destino del héroe que sucumbe por seguir su propia estrella en contra del rancio orden establecido. Por eso Chávez es trágico. En cambio esa caterva de insulsos y encogiditos seres como Juan Manuel Santos, Luis Almagro, Peña Nieto o Piñera son muermos proclives a desaparecer al primer soplo.
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Dice Hermann Hesse, que el héroe trágico es un OBSTINADO que le enseña a los millones de seres mediocres y cobardes que la lucha contra ese hediondo orden establecido no responde para nada a un capricho sino a la lealtad de un mandato sagrado de la historia, a un destino, tal cual como le correspondió al Comandante Chávez, por ejemplo.
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El hombre trágico no es para nada un ser gregario, un borrego, un pusilánime, una veleta que tiembla ante los cambios, ante las tormentas de la vida. El hombre trágico es aquel que ha erigido su propio sentido de la existencia, que está decidido a hacer una obra con su vida. Porque, como dijo el poeta Novalis, DESTINO y ESPÍRITU son nombres de un mismo concepto.
