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Sin intención de generalizar diré que no hay cosa más aburrida y fastidiosa en este mundo que un doctor (¡no se diga un profesor!). Casi todo el mundo quiere ser doctor para que lo respeten, para darse caché, para presumir del título, pero eso sí, sin aportarle nada al país ni sacrificarse en lo más mínimo por él.
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No hemos evolucionado -entiéndase bien: Evolucionado-: primero niñez: entusiasmo e ingenuidad; luego juventud: cordura y progreso. ¡No! Hemos más bien andado en brazos de otros saberes extraños a nuestra tradición y cultura, como un ser ciego e inhábil para conducirse por sí mismo. Y así, con muletas de todas clases, deambulamos, dando traspiés, cayendo una y otra vez, en medio de trastornos y golpes que por doquier nos llegan. Esa ha sido la educación que nos han impartido!
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Nuestros doctorcitos, copiando y copiando, nos quisieron elevar de las cavernas las luces de la Francia revolucionaria, dejándonos cegados y convulsos; maltrechos por un cúmulo de teorías importadas, de programas que no hemos elaborado con nuestro ingenio, ni son producto de nuestras necesidades como del natural proceso de error y selección de todo lo que se aprende bien; nos abrimos a todo "progreso" extraño, y se nos obligó a adquirir costumbres contrarias a nuestro sentido de la vida y de la muerte.
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El que no va a ser un creador, un artista, un poeta o novelista, un pensador o filósofo, un auténtico líder social, entonces se dedica a buscar un título de doctor. De ahí el dicho genial: "Lo que natura no da Salamanca no lo presta" ("Quod natura non dat, Salmantica non præstat»).
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En gran parte, los fulanos doctores y profesionales universitarios han puesto a Venezuela como la representación del palacio de Satanás. Médicos insensibles y criminales, ingenieros y arquitectos destructores del ambiente; abogados embrolladores, tracaleros y politiqueros,…
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Leguleyos y espantosos asesinos de la Gran Colombia y Venezuela fueron: Santander, Leocadio Guzmán, Vicente Azuero, Francisco Soto, Ángel Quintero, Miguel Peña,… los que acabaron asesinando a Sucre y a Bolívar.
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Menos mal que usted señor Presidente Maduro, no perdió gran parte de su vida escuchando en un salón a unos señores grises incapaces de asumir un papel valiente, creativo y decidido en la transformación de Venezuela. Unos señores que desperdiciaron sus vidas en una letárgica existencia domestica, repitiendo lecciones rancias, y viviendo de un sueldito y soñando eternamente con un bono extra para seguir tirando.
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La única manera de nosotros para salir de abajo es definir nuestro propio rumbo tanto en el conocimiento como en el saber, porque todo lo que nos llega de afuera nos debilita y nos esclaviza, por ello Bolívar dijo con su profunda sabiduría: "La influencia de la civilización indigesta a nuestro pueblo, de modo que lo que debe nutrirnos nos arruina".
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En 1749, la Academia de Dijón propuso el tema: El progreso de las ciencias y de las artes ¿ha contribuido a purificar o a corromper las costumbres? Juan Jacobo Rousseau concurrió al certamen de Dijón con un trabajo titulado: Discurso sobre las artes y la ciencia. Esencialmente proclamaba Rousseau que la cultura de Europa estaba en manos mediocres y desvinculadas de la vida; se planteaba preguntas que darían algún escozor a los pensadores de la Venezuela actual; ¿Qué aportan todos los diletantes que se entretienen en los laboratorios, o los libertinos que no dejan de hacer, a cada paso de sus limitadas trayectorias, sutiles distinciones?
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Nuestras mediocres universidades no llegaron a crear verdaderos investigadores amantes de la patria, sino a tipos que para darse caché sólo han querido que sus nombres aparezcan en revista indexadas (gringas o europeas) para luego viajar a congresos y cobrar un bono especial para investigadores. ¡Cómo, carajo, aman un aeropuerto! Pero todo lo que ellos producen jamás benefician a nuestro país sino a la avasallante investigación euro-norteamericana. Porque además, estos investigadores son tan geniales que en sus petulantes poses dicen que el conocimiento no tiene fronteras, pero luego vienen los gringos patentan y monopolizan ese saber para esclavizarnos bestialmente a sus negocios y sus invenciones.
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Los más grandes hombres de Venezuela fueron autodidactas, empezando por Bolívar. Fueron autodidactas Miranda, Simón Rodríguez, Sucre y Andrés Bello. El mismos Bolívar sostenía que la mejor escuela era la de la adversidad y de la miseria.
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Rousseau exigía que el conocimiento no se alejara de los valores y del medio que lo rodeaban, ni perdiera de vista la sencillez. Pensaba que detrás de la resplandeciente superficie de lo denominado "cultura" y "progreso", avanzaba la sofistería y la flaqueza; afirmaba algo (que puede palparse en la Venezuela que aman los opositores al chavismo): las letras y la ciencia desparramaban guirnaldas de flores sobre las cadenas de hierro y frenaban en los pueblos el sentimiento de libertad para la que parecían haber nacido, haciéndoles armar su esclavitud.
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Juan Jacobo denunciaba que a consecuencia de estas influencias, se propagaban convenciones corruptoras y una uniformidad vil y engañosa en las costumbres, pues "todas las mentes parecían fundidas en el mismo molde". Y agregaba: "Se veía regir dondequiera la moda, la cortesía, el decoro; jamás la independencia o la originalidad. No había ya amistades honestas, ni verdadera estima, ni confianza profunda. En su lugar, sospechas, sombras, temores, odios, traiciones, se ocultaban
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bajo el inmutable y pérfido velo de la cortesía, esa jactanciosa urbanidad que debemos a la cultura de nuestro siglo".El espectáculo de esa clase media intelectual feliz, pobre de espíritu, con manías de cortesanos, dóciles, muy apropiados para la servidumbre, mientras los tiranos y los ladrones de los empresarios y los explotadores extranjeros destruyen la tierra y arruinaban nuestros recursos humanos y es la misma clase que emergió como un volcán de quemadores de negros a partir de 1998 (batiendo banderas, tocando pitos, cacerolas y charrascas, y diciendo que Chávez era un tirano).