Desde que los shamanes en las comunidades primitivas descubrieron que el uso del temor a lo desconocido, a la enfermedad y a la muerte les confería poder y autoritas dentro de su grupo, este miedo muchas veces irracional ha sido usado para los fines de la dominación política. De hecho, el papel relevante que han jugado las religiones en la integración y organización de esos grandes conjuntos sociales identificados como civilizaciones se ha sustentado en el temor. Por una parte ofrecen una vida después de la muerte, lo cual es una expresión de optimismo, pero también prometen castigos eternos o temporales en esa nueva vida que existiría en un paraíso etéreo o en la propia tierra a través de la transmutación. Pero no han sido únicamente los pontífices y sacerdotes quienes han usado este instrumento para el control de las sociedades. Otros oficios, como él de los médicos, especialmente ahora en la contemporaneidad, usan este expediente para alcanzar una posición dominante en la vida social de los pueblos. El temor a la enfermedad, a la fealdad, a la vejez y a la muerte –cosas absolutamente inevitables- en las cuales su acción tradicionalmente ha sido paliativa, preventiva, y en algunos casos curativa, lo han venido utilizando como una forma para imponer sus intereses en las sociedades organizadas políticamente. En estos días, asistiendo a un congreso de oncología, no pude sino reírme cuando un ponente hablando del cáncer, y reconociendo su carácter multifactorial, presentaba, en el mejor enfoque finalista de la teología, al cigarrillo como la causa principal de esta enfermedad, obviando los rayos ultravioleta y otras formas de radiaciones; la contaminación ambiental generada por los automotores y la industria mecanizada; el alcohol; el uso excesivo de lípidos; los factores hereditarios y genéticos; los estados depresivos; y, otras variables que influyen en la aparición de la enfermedad.
Pero lo que no me provoca risa es la campaña antitabáquica hecha por el poder nacional, y por alguna ONG, destinada a discriminar a los fumadores en los ambientes públicos. Hoy un fumador es sometido a escarnio por cualquier portero, si como consecuencia de su enfermedad –la dependencia es una patología- se atreve a encender un cigarrillo en un ambiente público, mientras un borracho, por ejemplo, es visto en la mayoría de los casos como una persona “alegre”. Se trata de la adopción de un patrón impuesto por la elite del poder norteamericana, que tiene como fondo el racismo. El uso del tabaco y la coca son rasgos culturales de los indígenas americanos, que al extenderlos a los blancos los igualan, quitándoles la soberbia de ser “la raza superior”. No he visto una campaña que muestre el hígado, el páncreas o los intestinos de un alcohólico, o el órgano sexual caído de un consumidor de aguardiente. De modo que semejante campaña en Venezuela es un abuso de poder que contraría disposiciones constitucionales que prohíben la discriminación social. Tiene el mismo significado que ha tenido la satanización del socialismo por la sociedad dominada por los blancos anglosajones protestantes.