Páez de los llanos, Caballero de la oligarquía

El historiador venezolano Manuel Caballero, amanuense póstumo del asesino Rómulo Betancourt, sostiene que la crítica de Hugo Chávez a José Antonio Páez se debe a un supuesto odio por lo civil y a “la aberración” de confundir la historia y la moral.

En un artículo publicado en el diario “El Universal” de Caracas, el 29 de octubre 2006, el historiador toma la defensa del Páez Presidente y afirma que no traicionó a Bolívar cuando, “en menguada hora” según sus propias palabras, el caudillo llanero se puso al servicio de la naciente oligarquía liberal.

Páez, según Caballero, no traicionó a Bolívar ni a sus hermanos de armas, ni las esperanzas del pueblo que entregó, desarmado, a la codicia de los ricos. Según el historiador, Páez prefirió un proyecto político viable a otro que no lo era. Y si de traición se trata, añade, traición fue también “la de Simón Bolívar a Francisco de Miranda vendiendo su jefe a Monteverde por la vida salva y un pasaporte”… Esto es falso, y Caballero sabe que lo es: Bolívar y otros jóvenes oficiales, sintiéndose traicionados porque la Armada inglesa les negaba la protección que concedía al Precursor, lo entregaron a los españoles. Bolívar no “vendió” a Miranda, y menos “por la vida salva y un pasaporte”: la vida la tenía salva por los términos de la rendición y el pasaporte lo obtuvo, tiempo después, por “palanca” de su monárquico tío Palacios.

La entrega de Miranda fue una trágico e imperdonable error de grupo, en tiempo de caos y pasión, la traición a una persona pero no a una causa. Eso lo discutiría largamente Bolívar, ya Presidente de Colombia, con el hijo de Miranda.

Lo que pasa es que el odio a Chávez ha desenmascarado el odio a Bolívar, que la oligarquía disimuló durante 200 años. Es lógico y natural que así sea, porque en ambos se odia y teme al pueblo. Pero ¿qué tiene que ver con la oligarquía un pelagatos como Manuel Caballero? Es que la imitación, como escribe Luís Britto García, es el homenaje que la indigencia le rinde a la opulencia. Por querer elevarse a la altura de sus amos, Caballero no duda en tocar el fondo de la bajeza, la deshonestidad intelectual. Buen “caballero sirviente”, observa a la historia por el ojo de cerradura de una familiaridad canalla. Para él no existen grandes hombres porque no comprende la grandeza y todo lo ve con ojos miopes de escribano.

EL CIVILISMO BETANCURISTA

Vamos ahora al supuesto odio que, según Caballero, le tiene Hugo Chávez a la República Civil. Podríamos responderle recordando cómo se convocó, redactó y aprobó la Constitución Bolivariana y el estricto respeto, cercano a la indulgencia, que observa este gobierno a las leyes que defienden a los individuos de los excesos del Estado. Pero si Caballero no lo vio, no quiso verlo y no lo verá nunca. Nos limitaremos, pues, a citar los adjetivos que utiliza en su artículo para referirse al Presiente de la República: “mariscalito de Miraflores”, “sargentito parlero y narcisista”, “héroe encerrado en la letrina del Museo Militar”, alguien a quien “el primer plomazo escuchado le causa amigdalitis”; contra el Vicepresidente: “José Indecente Rangel” o contra los oficiales generales, “generalitos de torta” y “chafarotes”, a quienes el Presidente “otorgó el colgajo” (condecoró). Y le preguntaremos a Caballero, pero sobre todo a los lectores, qué le hubiera pasado a quien se hubiera atrevido a decir algo parecido de los muy civiles Betancourt, Leoni o Caldera, o de los generales “civilistas” de entonces.

Caballero ignora o finge ignorar que Chávez es el primer Presidente en nuestra historia que renuncia al uso político de la justicia militar, porque Caballero ignora o finge ignorar lo que le conviene, y su conveniencia le aconseja no juntar la moral con la Historia, ni con su propia historia.

CORREGIR LA HISTORIA

Para nosotros, protagonistas de estos tiempos, la Historia es la memoria de los pueblos, castigo y baldón de traidores. La Historia no son los libros, ni no queda en el pasado, como quisiera Caballero, y todos los conformistas o resignados. La antigüedad, vivida y recordada en la inconciencia y falsa conciencia de los hombres era, sin embargo, historia humana. La burguesía y su Revolución Francesa la volvió historia de las cosas, de la economía, la mercancía y el trabajo, una especie de prehistoria contemporánea. Nuestra historia sólo puede ser humana si es conciente, lúcida, cuando sus protagonistas son los pueblos del mundo globalizados y fundidos en el proletariado mundial, la clase de la conciencia. Es la historia que avanza hacia una sociedad humana, es decir una humanidad socialista.

La historia conciente puede y debe corregir el pasado. Puede abolir y corregir a Rómulo Betancourt y su obra nefasta, puede corregir las mentiras de Manuel Caballero. De hecho lo estamos haciendo.

Y para concluir con el General en Jefe José Antonio Páez, la Revolución no lo odia: lo admira en sus victorias y lo critica en sus errores. Por Páez sentimos orgullo guerrero y tristeza ciudadana. Por Manuel Caballero no sentimos nada, salvo el desprecio que se siente por el talento sin probidad, por el calumniador de la libertad y el adulante de los tiranos.




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Eduardo Rothe


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