La “decencia” y la prudencia son especie de mercaderías que en política resultan extremadamente peligrosas. La derecha siempre le está exigiendo al adversario que sea correcto, formal, “responsable”, muy estrictamente apegado a la ley porque la ley es un recurso que se presta al engaño y la perversión; la derecha exige delicadeza y que se sea muy prudente y cuidadoso en cada reforma y cada cambio que se proponga. Todo un mecanismo de argucias para preparar el zarpazo mortal: la trampa, la traición, el crimen, las más sucias y feroces emboscadas. La derecha carece de moral, de compasión y al tiempo que mata ríe, se sacude las manos ensangrentadas sin pizca alguna de remordimiento. La derecha sabe que las condenaciones a sus crímenes serán tardías y tendrán explicaciones muy sesudas y que serán evaluadas por catervas de intelectuales que sabrán darle los giros y matices necesarios a los hechos para que no parezcan tan severos y criminales como realmente lo fueron. La derecha siempre anda blindada por el dinero y por el poder, con un guante de seda que encubre una garra de hierro. La derecha púrpura (o purpurada) invita a dialogar, o cuando se viste de colores suaves (el azul tenue), muestra una voz melosa, dulce, modales suasorios y una lógica apegada al orden, a lo tradicional, con sabor a plegarias, de amor a Dios y a la Virgen. Rosales anda hablando de Dios y de la Virgen, un papanatas de lo más vulgar e inmundo.
Yo quiero hablar aquí de lecciones bolivarianas frente al crimen de la melosa hipocresía de la oligarquía, de la derecha, y si no se aprende y no se entiende lo que trato de decir, es mejor que no hablen nunca más de política ni que se diga que se es revolucionario o bolivariano. Cuando se sucedían los hechos de la Convención de Ocaña algunos militares hicieron pronunciamientos públicos contra el Libertador, entre ellos el almirante Prudencio Padilla, quien ganó la batalla de Maracaibo. Ante este vil pronunciamiento a favor de los revoltosos criminales dirigidos por Santander, el general Mariano Montilla ordenó detener a Padilla, a lo que el Presidente de la Convención, José María del Castillo protestó enérgicamente. Fue entonces cuando Bolívar le dice a del Castillo que él no ve nada reprensible en la conducta de Montilla, si lo que ha hecho Padilla tampoco tiene nada de delincuencial. Bolívar le advierte que el paso dado por Padilla pervierte el espíritu militar y relaja la disciplina. Agrega Bolívar que los militares no pueden ver con indiferencia la causa pública que pueden llamar suya, por sus sacrificios, a tiempo que otros las quieren arruinar. Y le pregunta a del Castillo: “¿Usted quiere que Páez, Montilla y mi administración obren con mucha suavidad, en tanto que el contrario sale a los caminos públicos a forjar a los ciudadanos a daopar el suyo, y seduce a los ejércitos y levanta las plazas de armas?... Todo el cuerpo de la historia enseña que las gangrenas políticas no se curan con paliativos”. El presidente Chávez ha desperdiciado casi ocho años tratando con paliativos la monstruosa acción de los medios de comunicación, mientras que los niños y seres inocentes se encuentran en medio de sus bombardeos, de sus insidias, engaños, terrores y horribles maldades. Pero tampoco Bolívar, ya viejo, cansado y traicionado en 1828 podía desenvainar su espada y actuar como lo hizo el año de 1816 contra Piar. Bolívar le insiste en que esos señores de la oposición mienten cuando dicen que le tienen miedo al “tirano” porque lo tuvieran no fueran tan insolentemente facciosos, porque “ellos saben que mi magnanimidad es muy superior a cuanto exige la política, la prudencia y el bien mismo de la república… el hombre es hijo del miedo y el esclavo y el criminal mucho más. Demasiado generoso he sido siempre con mis enemigos… Las imprudencias de algunos de mis enemigos no son comparables con los atentados enormes de esa facción; por lo mismo no tiene derecho a quejarse ni aun de murmurar. Amenazan destruir su obra y sus vidas y no quieren que se resientan y se defiendan, cuando nosotros representamos la fuerza del león y ellos no representan más que la malicia de la zorra”. Más aún terrible es lo que Bolívar, con motivo del complot que se cuece en Ocaña le escribe a Pedro Briceño Méndez. Los bolivarianos en Ocaña no tienen garra, no tienen carácter, actúan con extremada moderación, y Bolívar llega a sentir lástima por ellos, y les dice: “yo no veo más que desaires y derrotas por parte de ustedes; los contrarios triunfan de todos modos y están erguidos llenos de la satisfacción de su causa. USTEDES POR EL CONTRARIO PARECE QUE DEFIENDEN UN CRIMEN, ESPERÁNDOLO TODO DE LA COMPASIÓN Y DE LA HUMANIDAD… USTEDES SE VAN A TRANSAR CON LOS FEDERALISTAS, PORQUE NO TIENEN BASTANTE FUERZA PARA SOSTENER LO ÚTIL Y LO JUSTO Y PORQUE LA VIRTUD ES MODESTA Y EL CRIMEN VIOLENTO. Ellos triunfarán, sin duda, después de habernos robado la gloria, la fortuna y la esperanza de Colombia, y después de habernos ultrajado de mil modos”. Señores bolivarianos del presente, lean estas líneas una y mil veces si quieren comprender la actual realidad de Venezuela. Por favor, léanlas una mil veces. Yo no soy bolivariano de hace ocho años; no, yo lo soy desde que nací, lo llevó en la sangre. Y esa es mi verdadera revolución. La única revolución posible para nosotros.
Qué insolente y miserable es cuando Manuel Rosales dice que Chávez lo que tiene es un caletre sobre Bolívar; como se ve que no sabe lo que es un caletre, pero aún más como se ve que es un pobre diablo que no sabe nada de Venezuela, de dónde venimos y qué hizo realmente el Libertador por nosotros. Cuando Chávez habla de Bolívar, lo siente, lo vive, lo ausculta hasta lo más hondo de su médula espiritual. Es Bolívar mismo quien se expresa a través de él. Qué caletre puede haber en eso. Un caletre no tiene fuerza, no mueve los pensamientos, no impulsa la creación, los nervios y la fuerza para luchar y vencer. Caletre es lo que hace Rosales cuando balbucea sus recetas de muerte, diciendo que ama a Dios y a la Virgen.
Manuel Rosales proviene del submundo más venal, más pecaminoso que se pueda imaginar. Separado de su mujer, y cada cual andando por su lado, en cuanto resulta propuesto como candidato de la oposición se avienen, cual miserables mercaderes, a un acuerdo. La misma pantomima que hizo Luisnchi con su esposa Gladys a quien tenía años sin ver y sin convivir con ella. Manuel Rosales se hizo a la vida siendo chofer y guardaespalda del famoso policía y delincuente Hugo Soto Socorro, aquel que fundó la famosa SOTOPOL. Este manojo de simplezas y vulgaridades, sin cultura alguna, sin amor por nada que no sea por los reales, sin misericordia ni respeto por principios religiosos, por valores morales o humanos, es escogido por la derecha por el desparpajo y la bajeza civil y republicana que mostró durante el golpe del 11-A. Pero su mirada desorientada, esa pose con lenguaje sereno y estudiado, ese monocorde discurso tan vacuo y soso que no sale de “mi negra”, de la “regaladera”, de la inseguridad, del anticomunismo betancurista, repetido como una receta, sin alma, sin fuerza de convicción ninguna.