Los latinoamericanos deben aceptar
las virtudes económicas de la cultura capitalista
como cualidades necesarias del hombre.
RICHARD HOFSTADTER
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Don Arturo Uslar Pietri, en esta tremenda disyuntiva que hoy vivimos se habría parcializado por la posición de Guaidó. De eso no tengamos la menor duda. Los ultramercenarios como Alejandro Peña Esclusa; el copeyano Oswaldo Álvarez Paz, Ramón Escovar Salom o el finado cardenal Rosalio Castillo Lara, debe decirse que con sus amenazas y acciones no llegaron a ser tan efectivos en sus argumentos para imponernos la dominación capitalista, como lo logró el esclarecido escritor don Arturo Uslar Pietri.
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De estar vivo hoy, don Arturo estaría del lado de los José María Aznar, Mario Vargas Llosa, Vicente Fox, Rafael Toledo, Alan García, Álvaro Uribe y el rey Juan Carlos, por ejemplo. Es cierto que al señor Uslar le dieron el Premio Príncipe de Asturias, pero también le concedieron el Premio Internacional de Periodismo Rey de España a Patricia Poleo, a Venevisión y a Luis Alfonso Fernández, por sus arteras y macabras manipulaciones mediáticas cuando intentaron derrocar al presidente Chávez.
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Debo decir que conocí a don Arturo, con quien crucé correspondencia en muchas ocasiones, cartas que aún conservo y que algún día daré a conocer a la opinión pública. También en ellas se verá por qué nos distanciamos.
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No deja de sorprender la habilidad de este distinguido personaje para promover a todos los partidos contra nuestros más sagrados intereses, por más de medio siglo, y aparentar al mismo tiempo ser un gran nacionalista, forjándose una grandiosa una imagen de patriota. Acabó siendo el supremo oráculo de la nación y el ente moral y humano más representativo de nuestra cultura e identidad. Pero al mismo tiempo, OJO, un recio defensor de las compañías petroleras. Fueron éstas quienes les financiaron una curul para que les defendiera desde el Senado de la República.
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Justificaba el eminente escritor don Arturo Uslar Pietri lo muy poco que recibíamos en pago por nuestro petróleo aduciendo que estaba bien y que hasta merecíamos menos, porque las compañías tenían que gastar enormes cantidades de dinero en sus actividades de exploración y refinación; justificaba la apertura petrolera y, por ende, que se les otorgara más concesiones a las compañías petroleras para continuar con esa política de expoliación salvaje de nuestros recursos. De modo que su verdadera tesis en cuanto a hidrocarburos es: «Siembra mucho petróleo y cosecharás bastante incremento de dicha producción, además de excelentes concesiones para la Shell o Standard Oil Company».
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Durante el gobierno de Raúl Leoni, Uslar y su grupo de partido, desde el Congreso de la República, se opusieron ferozmente (apoyados por todos los sectores de la oligarquía) a que se modificase la Ley de Impuesto sobre la Renta, para que no se pudiese gravar a las grandes empresas, incluyendo a las petroleras. Siendo él la cabeza de la junta directiva de SEGUROS LA SEGURIDAD y ésta comenzó a hacer aguas por la crisis financiera de 1993, entonces don Arturo no vaciló en solicitarle auxilios al gobierno, quien eufórico le echó el salvavidas de un jugoso préstamo. Después, y al mismo tiempo, se le darían tribunas por doquier a este gran oráculo de patria para decir que el país era un desastre, un desorden, un caos por el reparto de beneficios y prebendas a los más poderosos.
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Fue Uslar Pietri el de la expresión: «Lusinchi es un hombre de abundante corazón». Don Arturo no fue sino un crítico de la corrupción de los dientes para afuera, no podían los poderosos de los partidos halagarlo porque se conmovía hasta las lágrimas. Todos los gobiernos le dieron buenos cargos y exquisitas atenciones y reconocmientos desde la época en que tumbaron a Rómulo Gallegos, pasando por el de Pérez Jiménez y toda la era del puntofijismo; por supuesto, con el último gobierno de Carlos Andrés Pérez consiguió algo sustancioso: fue embajador de Venezuela ante la Unesco.
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Pero fíjense estos insólitos detallazos: don Arturo estuvo totalmente de acuerdo con un apartheid educativo: los pobres para él no tenían cabeza para pensar y se les debía enseñar muy particularmente lo que necesitaban para sobrevivir en su entorno. Más nada. Los pobres para él no tenían remedio y vivirían eternamente como muertos de hambre por el inevitable estado mental con el que habían llegado a este mundo, exactamente la misma tesis de don Mario Vargas Llosa.
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El doctor Uslar Pietri supera en racismo a las tesis selectivas y ultraderechistas de personajes como Laureano Vallenilla Lanz, Alberto Adriani, Mario Briceño Iragorry y Guillermo Morón, por ejemplo; sobre todo en cuanto al tema de nuestros aborígenes, Uslar Pietri mostraba un odio y desprecio delirante. En un estilo harto chocante en el que habla de «La Guerra Santa en América», refiere que «la empresa de la conquista de América no puede verse sino como una continuación en otro escenario de la gran lucha multisecular por la reconquista de España de manos de los infieles». ¿Qué de sagrado o divino podía tener aquella matanza de indios, cuando todo el mundo sabe que fue la política de terror la que se impuso para hablar de «pacificación en las Indias?».
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¡Qué clase de infieles!, ¡los indios!, ¡a los que se venía no a catequizar sino a robar, mutilar y diezmar! El señor Uslar, para dar realce a su afirmación, toma las palabras de Fray Bernardino de Sahagún, quien con «impresionante y simple convicción» escribió: «Parece que en esos nuestros tiempos, nuestro señor Dios quiso restituir a la Iglesia lo que el demonio le ha robado en Inglaterra, Alemania y Francia, en Asía y Palestina».
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Lo que vino a estas tierras fue gente contumaz y ociosa, que por necesidades imperiosas, por inmunda lujuria y rancia ignorancia descargaron aquí sus viles simientes. Eso de Guerra Santa contra los indios sólo puede caber en una cabeza estúpida, pues qué clase de herejía era la que sostenían los indios contra la religión católica, que Bartolomé de Las Casas se conmueve ante la bondad, la inocencia, de los mansísimos y dóciles nativos; gente pacífica y no dañosa o nociva, con tanta confianza y seguridad con que se acercaban a los intrusos y se ponían a su disposición, sin tomar en cuenta que éstos podían ser feroces.
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Mientras en nuestras escuelas sigamos manteniendo como dioses del pensamiento a intelectuales como Uslar Pietri, aquí seguiremos mal; esclavizados, herrados, tal como lo estuvieron nuestros indígenas por parte de los conquistadores, pero ahora con la sucia escoria de los crímenes del racismo, de la esclavitud y la explotación trasplantados de Europa.
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En 1978, Alfredo Peña escribió un libro sobre don Arturo, resultado de sus pláticas con «notables», pero que valen la pena releer en estos tiempos. Pues bien, conservo esas Conversaciones con Uslar Pietri, editadas por el Ateneo de Caracas, en 1978, libro que servirá de guía para profundizar en otros elementos deplorables de aquella democracia heredada del betancurismo.
El abuelo materno de don Arturo, Juan Pietri, fue un connotado servidor de Juan Vicente Gómez, y quien antes adulaba a Cipriano Castro (Arturo Uslar Pietri fue ahijado de don Cipriano). Juan Pietri, todo un político, con mucha uña de zorro, abuelo también de quien será la esposa de Rafael Caldera, doña Alicia. Este Juan Pietri, dice Uslar, fue quien instó a Gómez, el 19 de noviembre de 1908, para que se decidiera a traicionar a Cipriano Castro; episodio que describe Uslar con mucho orgullo: "Gómez estaba indeciso y Pietri era uno de los que más lo empujaba. El 13 de diciembre de 1908, Gómez sale al balcón de la Casa Amarilla, a su lado Juan Pietri, abajo la muchedumbre. Mi abuelo agarra por el brazo a Gómez y gritó ¡Muera Castro! Dándole vivas al vicepresidente y mueras al presidente de la República. Se armó un escándalo tremendo. De modo que mi abuelo fue el catalizador del proceso. Eso precipitó la situación y cuando Gómez surgió al poder, el Dr. Pietri fue llamado a formar parte del Gabinete, y posteriormente, de un Consejo de Gobierno que creó Gómez, el famoso organismo que puso a figurar allí a unos 10 o 12 caudillos, entre los cuales estaba mi abuelo materno, que llegó a presidente del Consejo de Gobierno. Cuando murió, en 1911, tenía a su cargo la Vicepresidencia de la República: reemplazaba al presidente y hacía sus veces, por faltas temporales o absolutas".
Consumada la traición contra Castro, la familia de Uslar establece una muy buena relación con el tirano, hasta el punto que estableció su residencia en Maracay, y visitaba con frecuencia la casa donde vivía
Gómez. Al general no le caía mal el muchacho y lo mandaba a pasar vacaciones a Suiza.
Cuando derrocan a Medina, Uslar se va a los Estados Unidos y trabaja como profesor visitante en la Universidad de Columbia. Labora allí ininterrumpidamente cuatro años como catedrático de lengua española. En 1950 regresa a Venezuela y no volverá a salir más hasta 1975, cuando pasa a ocupar un puesto en la Unesco (bajo el gobierno de Carlos Andrés Pérez).
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En términos generales, dice Arturo Uslar Pietri, que su familia toda era un dechado de virtudes. Su padre fue «un hombre excelente, muy bondadoso, cariñoso, buen padre de familia y buen marido. Un hombre de su casa, nunca fumó ni bebió, ni trasnochó. No recuerdo que haya llegado tarde una noche a mi casa, salvo que haya salido con mamá a algún teatro». Qué tal.
Pero, Arturo Uslar Pietri fue mucho más virtuoso que su padre, y más que él querrán serlo sus hijos. Él dice que todas sus travesuras de niño fueron normales: nunca se escapó de la escuela, nunca hizo una trastada ni le dio dolores de cabeza a sus padres; fue un alumno ejemplar, muy responsable en sus estudios, en sus trabajos. Un niño, pues, hacendoso. Cuando él tuvo hijos, Arturito y Federico, llevaban una relación tan bella y tan unida, que «la prueba es que a pesar de que pasan uno de los 40 años, y el otro de los 30 años, todavía viven conmigo aquí en la casa. Todavía no están casados… han permanecido solteros; pudiendo independizarse, irse a la calle, han vivido siempre con nosotros, en la mayor unión, en la mayor estrechez…»
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La vida de Uslar fue siempre un misterio de puertas adentro; la existencia de aquella idílica familia estaba construida sobre una gran farsa: gris y lánguida. Un día Arturo Uslar Braun se suicidó: ironía cruel y terrible que muestra los contrastes entre las virtudes que este hombre predicaba a los cuatro vientos, y el resultado que en su propia familia produjeron.
Nada de esto fue óbice para que continuara siendo un hombre próspero en el mundo de los negocios. Siendo un amante de las finanzas y de los menesteres capitalistas, Uslar fundó el Banco Nacional de Descuento, aunque luego éste quebraría estrepitosamente a principios de los 80.
(Para más detalles de esta vida léase la obra LA VERDADERA HISTORIA DEL PROCÓNSUL GRINGO: RÓMULO BETANCOURT (De la obra de Sant Roz, "EL PROCÓNSUL…")…
LA PARTICIPACIÓN de Arturo Uslar Pietri, EL 23 DE ENERO
Pocos días antes del 18 de enero de 1958, Arturo Uslar Pietri, viendo totalmente caído el gobierno, se arriesgó a ir preso. Ya estaba cansado de que lo vieran solidario con el gobierno y era hora de hacer un gesto de inconformidad. Su delito era haber firmado un manifiesto de intelectuales contra la dictadura. Por cierto que Mariano Picón Salas también lo había firmado, y cuando por un momento creyó que Pérez podía mantenerse firme en el poder, suplicó que lo sacaran de la lista, porque él no quería problemas. Pero sí estaba convencido que el gobierno estaba caído, porque la Iglesia y los empresarios lo habían dejado solo. Cuando la policía llegó a casa de Uslar, el famoso escritor, con su típica prepotencia, les dijo:
—Supongo que no querrán registrar los libros porque les va a tomar mucho tiempo—.
Estaban buscando armas. Qué cosa más ridícula.
Lo llevaron a la Cárcel Modelo, y entonces pensó: «A lo mejor, estos van a darme un paseo626». Cursi. Un «paseo» era matarlo, expresión que se estilaba durante la caída de la República española.
Cuenta Uslar Pietri que el 22, a las 3 de la madrugada escuchó el ruido del avión en el que Pérez Jiménez huía, y que pasó rasante sobre la cárcel. Inmediatamente comenzó a golpear una puerta, y vino un subteniente y él dijo que el gobierno acababa de caer y que no tenía sentido seguir allí preso. El subteniente, seguido de Uslar Pietri, fue a consultar con un coronel, y que entonces se produce un diálogo con dicho coronel:
—¿Y usted que quiere?
—Que me den un jeep para irme a Miraflores.
—Está bien.
Y le dieron el jeep. Uslar continúa:
Aquello era un carnaval increíble. A las tres y pico de la mañana, todo el mundo en la calle, con sábanas, mantas, banderas. Los accesos a Miraflores estaban bloqueados con tropas y tanques, y nos dejaron entrar porque era un vehículo militar. Pasamos a saludar a la Junta. Allí estaba Larrazábal, también Alirio Ugarte Pelayo, que me dijo: «Estoy encargado de hacer el Acta Constitutiva de Gobierno; me quiere ayudar, ¿doctor?»
¡Cómo no, chico! Nos sentamos en la mesa. Había un retrato de Pérez Jiménez, una fotografía con un enorme vidrio. «Espérame un momentito, Alirio, ya empezamos». Cogí el retrato, salí para el patio y lo tiré. De modelo nos sirvió el Acta del 24 de noviembre, cuando cayó Acción Democrática.
Este hombre, quien tan fiel y servilmente le sirvió a la dictadura perezjimenista, se desnuda completamente cuando cuenta todo lo que dijo e hizo en esos momentos.
Firmada el Acta Constitutiva del Gobierno «pasó un alto oficial y me dijo: «Doctor, ¿quiere hacer una lista de ministros?» «Bueno chico, cómo no», y como en ese momento vi a Isaac Pardo, le llamé: «Ven, Isaac, ayúdame aquí, vamos a hacer un gabinete». Empezamos a recordar nombres. «Pon a Perencejo de tal, pon a Perencejo, sí, hombre, sí, muy bueno para ministro de Obras Públicas. Y así hicimos una lista de quince nombres, muchos de los cuales salieron ministros.
Fue entonces por lo que la oligarquía siguió tal cual como venía controlando el mismo «coroto» de la administración pública, incorporando a Arturo Sosa, Óscar Machado Zuloaga (ministro de Comunicaciones), René de Sola (ministro de Justicia), después se integraría los multimillonarios Blas Lamberti y Eugenio Mendoza para conformar la Junta de Gobierno.
Resulta deprimente, desoladora y horrible esa Venezuela plagada de gorrones de la política, zamuros inmundos, carroñeros, que vivían a la caza de la caída de cualquier gobierno para ellos ir corriendo a presentarse como ministros y salvadores de la situación. Casi siempre eran los mismos. Sin vergüenza, sin pudor ninguno, estos hijos de puta se acomodaban, se ponían los mejores trajes y corrían, frotándose las manos, a Miraflores. Exactamente lo que sucedió el día que echaron a Rómulo Gallegos. Estaban seguros que se les iba a incluir y acomodar, que algo muy bueno les darían. ¿Qué hacía allí, a esa hora tan precisa, ese descarado del René de Sola, quien se murió como todos ellos, encamburado? Qué tal, pues, la catadura del Arturo Uslar Pietri que se divirtió de lo lindo armando el Gabinete de la Junta con amigazos suyos.
Qué moral, qué categoría de hombre, qué fineza la suya. ¿Recuerda el lector que cuando derrocan a Gallegos se produjo el mismo inmoral show; que se estaba buscando a alguien en medio de una horrible jarana para secretario de la presidencia, y alguien propone a Miguel Moreno, y resultó que era el propio Miguel quien se estaba proponiendo a sí mismo?
AHORA, AUP, MUY BIEN ACORDADO CON BETANCOURT
Betancourt, quien siempre quiso ser escritor, admiraba a Uslar. Como político lo enfrentó en la década de los cuarenta, pero luego se arrepintió. Los amigos intelectuales adecos de Betancourt eran muy amigos de Uslar: Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos, Mariano Picón Salas, Gonzalo Barrios, Alberto Adriani. Para la década de los cincuenta, ya Betancourt era un hombre totalmente distinto, y había «superado todos sus prejuicios antiburgueses». Cuando Betancourt toma el poder en 1959, una de las primeras cosas que hace es llamar a Uslar, y pedirle que le ayude. Le dio la honrosísima distinción de encomendarle la inauguración de la estatua de Bolívar en Washington, que había encargado Pérez Jiménez. Allá, en la tierra del norte, junto con el presidente Eisenhower, presidió los actos en representación de Venezuela.
Como Betancourt le dio luz verde, él comenzó a tener presencia en el escenario político nacional con fines muy claros; Uslar abrió una empresa con fuertes lazos con Estados Unidos. Sin duda que su proyecto era orientar el país hacia una dirección que Betancourt deseaba, pero que no podía poner en práctica dado sus compromisos con su partido. Ambos sabían muy bien lo que tenían que hacer, cada cual por su lado pero apuntando hacía los mismos fines.
Ya veía Uslar, que tanto para Washington (lo más importante) como para Betancourt, estaba convertido en todo un verdadero presidenciable. Comenzaron a llegarle dólares, y se movió para echar las bases de un partido político que le quitase votos a la Cruzada Cívica Nacionalista, de Pérez Jiménez, y a URD. Así, Betancourt mataba a dos pájaros de un solo tiro.
Entonces se veía con frecuencia a Uslar dando declaraciones en El Nacional. Miguel Otero Silva ya estaba plenamente conquistado por las empresas norteamericanas, luego de que Sears lo pusiese en serio aprieto, retirando toda su propaganda. Fue una experiencia terrible para don Miguel que le dejó muy «buenas lecciones». Cuando en 1959 la empresa norteamericana Sears amenazó a El Nacional con no contratar más publicidad, por las informaciones que éste estaba difundiendo sobre la alianza del referido consorcio con la Seguridad Nacional, para presionar, torturar y amenazar a aquellos clientes morosos, Otero Silva se quebró, cedió sin escrúpulos, sin haber siquiera escrito una sola línea contra la bochornosa y degradante presión ejercida contra su diario. Con razón decía el general Marcos Pérez
Jiménez: «A Miguel Otero Silva lo que le interesaba era los reales. Y quizá por eso se puso el traje de comunista, para obtener más dividendos. Los Otero Silva se asociaron con los Rockefeller». Pero este vínculo se dará por intermedio de Uslar y don Diego Cisneros. Uslar habló con Betancourt y sacó a Miguel Otero Silva del atolladero en que se encontraba; en pago, se le nombraría después director de El Nacional.
En este mundo capitalista nada se hace gratuitamente.
Entonces, con el visto bueno de Washington, apoyado por Betancourt y contando con las páginas de El Nacional, Uslar Pietri, se metió en el cotarro político criollo. Su debut fue con el asunto de las concesiones petroleras, y cada día estaba pidiendo por la prensa debatir el tema con Juan Pablo Pérez Alfonzo. Ya vimos los argumentos de Uslar Pietri a favor de un petróleo barato para las compañías, pero también argumentaba que se les debía otorgar más concesiones porque, en su concepto, gastaban centenares de millones de bolívares en inventariar nuestra riqueza, en hacer exploraciones y en recorrer el país buscando oro negro.
Como dijimos, Uslar nació para estar bien con todos los gobiernos.
En cuanto muere Gómez, López Contreras lo nombra director de Información del Ministerio de Relaciones Exteriores, y después cuando Enrique Tejera, en 1939, renuncia, él pasa a ocupar la cartera de Educación. Luego, con Medina, se mantiene casi dos años en la Secretaria de la Presidencia con una interrupción de seis meses en el Ministerio de Hacienda. Con Pérez Jiménez, reservándose un bajo perfil, es el amo y señor de la cultura nacional. Durante la democracia tiene muchos cargos políticos y financieros, y pasa quince años ocupando una curul de senador. Sería el primer senador por el Distrito Federal. Pietri se llevaría el galardón más preciado del poder legislativo, «Hombre Congreso», y él mismo dice que lo obtuvo porque:
…yo era un hombre de integridad moral. Acción Democrática no tuvo objeción en darme los votos y con los de la oposición y los de AD, actué (con mucho orgullo) como «Hombre Congreso", en la Comisión Delegada. Debo decirlo, a gran satisfacción de todo el mundo, porque ni el gobierno ni la oposición me reclamaron nunca nada, estuvieron sumamente concordes con todo lo que hice. Me tocaron momentos muy difíciles, como el allanamiento de Sáez Mérida y Eloy Torres, ya que era mi voto el que decidía, y pude manejarme con mucho equilibrio y prudencia, de tal manera que el día que terminé, tanto el gobierno como la oposición me llenaron de elogios, me agradecieron mucho lo que había hecho. Eso contribuyó a esa visión de mi posible candidatura como hombre que podía ser un símbolo de unidad nacional, y cumplir un papel importante en el porvenir político.
Arturo Uslar Pietri ciertamente siempre la pasó muy feliz en el Congreso, dialogando, compartiendo buenos regalos, buenas comidas y refrigerios. Le gustaban hasta los chistes vulgares de los «pata en el suelo y bochincheros» como él les llamaba. Después de todo no eran tan feos ni tan groseros ni tan patanes los adecos. Descubrió que eran muy simpáticos. Él les decía en su cara que era un burgués pero que le encantaría meterse en la piel del más miserable Juan Bimba y sentirse adeco por unos cuatro días. «Debe ser maravilloso. Después de todo ser primitivo no es del todo malo». Nunca se sintió parte del pueblo, aunque aprendió a jugar dominó, truco y bolas criollas. Hasta en mangas de camisa lo vieron varias veces chanceándose con los porteros, a los que siempre les llevaba algún regalito. «Yo creo que dentro de mí hay mucho de adeco, pero eso lo dejaremos para la otra vida», y se reía a carcajadas. ¡Qué tiempos!
El país nada sabía del negocio petrolero; eso era un tema tabú, algo casi esotérico. Y en este mar de ignorantes que lo éramos casi todos, Uslar con aquella voz hueca, llena de volutas grandilocuentes, de sentencias maravillosas, con aquella parsimonia de sabio sobrado para esta binación de negros, indios y mulatos; extremadamente incultos, flojos y sinvergüenzas, introdujo una palabra que todavía los grandísimos farsantes usan con mucha pompa para asegurar que vamos muy mal y que ellos (los que la pronuncian) tienen la llave salvadora de todo: Disparate. Casi todo lo que el gobierno hace es un Disparate. Los venezolanos somos los reyes de los Disparates. Hay que ver con cuánta prepotencia pronunciaba esta palabra, y a casi todo el mundo, pues, se le caían las babas oyendo aquellas profundas reflexiones del más grande gurú que había parido la tierra de Bolívar.
El gurú estaba a toda hora dando lecciones de historia, de moral y de conocimientos profundos en un programa que se llamaba «Valores Humanos». Cuando empezaba su programa, acuñó por aquellos días una expresión que conmocionó a los intelectuales del país: Amigos Invisibles.
Venezuela no encontraba qué hacer con Uslar: «Ese hombre sí sabe y habla bello, ese hombre sí piensa, ese hombre sí conoce de todo».
Cuando se lance como candidato, la consigna de su partido será: «Arturo es el Hombre».
Lo veíamos hablando en su programa sobre Bolívar, sobre Sucre y Simón Rodríguez y poco después diciendo que «las compañías petroleras no son insensatas, para seguir gastando dinero en prospectar los recursos petroleros de un país, cuando se sabe que no se va a obtener ninguna concesión, que no van a poder explotar esos recursos. Sería una locura».
Sus augurios eran alarmantes y la gente creía que Venezuela podía entrar en una total desgracia, en una debacle sin precedentes, en una tragedia horrible e irreparable. De aquel gran gurú nacerían luego todos los «guruítos» economistas modernos, como Quirós Corradi, Emeterio Gómez, Maxim Ross, Luis Giusti, Servio Tulio Ochoa, Faraco, Palma, Petkoff… «Eso va a producir un retraso gigantesco en el desarrollo petrolero nacional —insistía Pietri—, se paralizará toda exploración, se congelarán las reservas. Todo por un disparate, por el anuncio demagógico de que no se le darán a las compañías más concesiones».