El triunfo de la democracia participativa

Especial para "VEA"

Las elecciones del pasado domingo fueron una victoria para la democracia participativa. La mayoría determinante de la población concurrió a las mesas de votación, no como personas mediatizadas por una propaganda política alienante. Asistió como un conjunto de ciudadanos concientes de sus propios intereses, dentro de sus correspondientes visiones del país, de la vida y del mundo. Incluso, seguramente hubo una minoría de paranoides que lo hicieron con los fines que les señalan sus fundamentalismos patológicos. Ese cuadro es la derrota de la apatía favorecedora de la fuerza de la inercia que paraliza los pueblos. Es el descalabro de esa democracia formal que tiende a perpetuar a minorías en el dominio de los pueblos. Se recuperó la esperanza. Pero no la esperanza inflada producto de la demagogia, que más que virtud es vicio. Se recobró la perspectiva racional sobre la posibilidad de una existencia mejor para cada uno de los venezolanos, condicionada al esfuerzo individual dirigido no solamente a producir bienes y utilidades, sino, más importante aun, a crear un ambiente propicio que facilite la convivencia armónica entre clases y estamentos sociales que expresan intereses contradictorios. Se reconoció el pluralismo social y político, favorecedor de la diversidad enriquecedora, rechazándose la uniformidad empobrecedora que pretenden imponer quienes históricamente han concentrado el poder.

Sin dudas, este momento es crítico para quienes hoy ejercen el gobierno de la sociedad. Ciertamente, una porción mayoritaria de los venezolanos le están cediendo su poder para coordinar el esfuerzo requerido para lograr el ascenso humano de todos. El hecho mismo de la reelección es una aprobación a una gestión que posibilitó esta transformación de la comunidad apática en pueblo activo que espera una elevación en su calidad de vida. No pueden caer en la tentación, en la cual han caído la mayoría de las elites que logran el control del poder social, de apropiarse de un atributo que es común. El error capital de la democracia representativa que devino en demagogia, para finalizar en oligarquía. Debe entender esa minoría que la capacidad de decidir obtenida no se deriva de su propio poder, que es ínfimo al lado del real radicado en el pueblo. Y ese deber no es un imperativo moral dependiente de la conciencia individual de quienes ejercen circunstancialmente el liderazgo de la comunidad política. Los venezolanos aprendieron con esta crisis -afortunadamente incruenta- y hoy poseen y dominan las herramientas para defender sus legítimas aspiraciones frente a quienes sienten la lujuria del poder. Su función es administrarlo con la prudencia del buen apoderado. De aquel que esta conciente que el poder que concentra no le pertenece. Le ha sido cedido por un otorgante, en este caso el pueblo venezolano, que tiene conciencia de sus intereses. La próxima crisis doméstica posiblemente no sea pacífica.


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Alberto Müller Rojas


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