El mundo real, tal como lo ven, está formado por Estados Unidos y Europa Occidental; el resto se divide entre «enemigos» y «neutrales»: los primeros son demasiados malos para que importen, los segundos demasiado atrasados para que cuenten. Si el marxismo parece irrelevante en Estados Unidos y en Europa Occidental, se hace, para esa visión del mundo, totalmente irrelevante, una idea «antigua». Pero incluso mientras los intelectuales occidentales se dicen esto unos a otros, con una complacencia casi increíble, movimientos derivados del marxismo están cambiando decisivamente la forma y el equilibrio de la sociedad mundial. El corolario habitual de esta visión característica del Atlántico Norte es que el capitalismo, aunque no guste demasiado, se ha demostrado capaz de contener el desafío socialista en sus propias sociedades, que, en consecuencia, avanzan hacia una nueva etapa poscapitalista:
El Estado del bienestar abierto. La gente que sigue utilizando argumentos marxistas o incluso socialistas es considerada, por consiguiente, como simples fundamentalistas sentimentales, o casos de retraso histórico. Esta nueva y confiada ortodoxia pasa por alto dos cosas: la primera, que suceda lo que suceda dentro de las sociedades occidentales, nuestras vidas están de hecho dominadas por la expansión de la revolución en otros lugares: no solo como una cuestión de relaciones internacionales, sino también como una cuestión de economía y comercio internacional.
Como socialista, tengo que vivir dentro de una alianza que existe bien para destruir el comunismo (si puede hacerse de manera segura) o bien para contenerlo. Y todos los socialistas de los países occidentales tienen que convivir con políticas coloniales que tratan de destruir o retrasar las revoluciones coloniales (si es que eso puede hacerse con seguridad) o de llevarlas hacía vías «moderadas». Con estos temas en el centro de nuestra vida política, la lucha entre los socialistas y los demás, en las sociedades occidentales, se convierte inevitablemente, en primera instancia, en una lucha sobre cuestiones internacionales. El movimiento por la paz y el apoyo a los movimientos de liberación colonial son, por lo tanto, los campos críticos de nuestra actividad socialista contemporánea. Y no es solo que esa lucha, en esos campos, esté evidentemente viva e indecisa. También parece que la forma de la sociedad occidental esté siendo determinada principalmente por esta lucha internacional, para la que el Estado del bienestar abierto parece simplemente un complemento marginal.
De hecho, me parece que el mantenimiento en Gran Bretaña de esa sensación de una sociedad cómoda y que va mejorando poco a poco va ligada al rechazo de un significante fundamental, la lucha militar internacional, expulsada del universo simbólico pese a que nos está cambiando profundamente desde dentro, y también al rechazo de los hechos sobre la naturaleza cambiante de la economía mundial, que difícilmente nos permitirá proseguir cómodamente nuestra vida tal como es
En la Unión Soviética, por ejemplo, en los últimos años, ha sido claramente uno de los mejores grupos el que ha prevalecido. Recuperación y renovación Por todas esas razones, creo que es incorrecto suponer que el marxismo está acabado como conjunto de doctrinas activas. Me sorprende continuamente la visión del mundo que se ha hecho preeminente entre los intelectuales occidentales en los años transcurridos desde la última guerra... No combatiré en la Guerra Fría en ninguno de los dos campos y no quiero reemplazarla por algún tipo de guerra económica, argumento popular para el cambio económico en Gran Bretaña. Por el contrario, quiero que se establezcan relaciones de tipo vivo, tanto con las sociedades comunistas como con los países del mundo que ahora están abandonando su condición de dependientes.
En las sociedades industriales más antiguas, el curso del desarrollo político ha sido muy diferente. Los que vivimos en ellas tenemos que interpretar nuestra propia experiencia social, y puede que ciertas tradiciones que hemos logrado mantener vivas, ciertas interpretaciones de nuevos problemas que solo se encuentran en sociedades industriales maduras, sean de importancia crítica en el desarrollo del socialismo internacional. Los marxistas independientes de Occidente se han volcado,
Recientemente, en el estudio de los primeros textos de Marx, en particular en el concepto de «alienación». Al mismo tiempo, muchos socialistas no marxistas han estado examinando el mismo conjunto de problemas: la relación entre trabajo y ocio; la naturaleza de la comunidad; cómo hacer frente a la manipulación al tiempo que se expande la cultura. No sé hasta dónde hemos llegado, aunque creo que hemos hecho algunos progresos. No puedo decir que yo mismo haya encontrado en el Marx temprano algo más que una serie de brillantes sugerencias y conjeturas, pero puedo estar equivocado, y en cualquier caso se trata de un conjunto de preocupaciones muy comunes. Estoy seguro de que ese trabajo puede beneficiar a nuestras propias sociedades, y creo que puede ser de importancia crítica para las sociedades comunistas a medida que se desarrollan. En cualquier caso, servirá para definir nuestras relaciones con ellos. Lo que podemos ofrecer es una tradición de independencia crítica y de democracia activa, que de por sí no vertebran la totalidad del socialismo, pero que son esenciales para su madurez.
Quizá la moraleja de todo esto sea que el futuro del marxismo depende de la recuperación de algo parecido a toda su tradición, y que ello podría suceder en la práctica al ir definiendo las relaciones existentes entre nuestros propios movimientos socialistas, los movimientos de liberación de los países industrialmente atrasados y las sociedades comunistas.
La calificación de «marxismo» será ferozmente reivindicada, por supuesto, por cada uno de esos movimientos históricamente separados y, por mi parte, preferiría abandonar la lucha por la herencia y ver las cosas de una manera más amplia. Marx fue un gran contribuyente al socialismo. Inevitablemente, en la historia real, su influencia se ha unido a otras fuerzas. Lo único que importa es la realidad del socialismo: los logros de la paz, la libertad y la justicia. Los marxistas y muchos otros pueden contribuir a esa realidad de muchas formas diferentes. Si Lenin llevó el marxismo en una dirección, debido a los problemas reales que afrontaba, muchos socialistas occidentales han llevado el socialismo en otra dirección debido a sus propios problemas reales. Ninguno de esos movimientos tiene el monopolio de la verdad; ninguno puede desdeñar a los demás suponiéndoles carentes de futuro. En la presente crisis mundial, todo depende de la búsqueda de la comprensión entre las diferentes tradiciones y pueblos. Los robots no lo quieren, pero la gente sí.
Y me parece que, en general, estamos demasiado limitados en nuestra visión del mundo, cuando ahora desdeñamos el marxismo y lo juzgamos anticuado. Es cierto que el marxismo, en cualquiera de sus formas ortodoxas, parece tener relativamente poco que decir sobre la situación actual en las sociedades capitalistas occidentales; o mejor dicho, lo que sigue afirmando se caracteriza por un dogmatismo obstinado y simplista que la realidad contradice continuamente. Al mismo tiempo, sin embargo, lo que dice sobre el imperialismo y, en la teoría y la práctica, sobre la liberación económica y el progreso de los países actualmente atrasados, me parece que tiene más sentido que cualquier otra versión de este problema ahora tan fundamental. La tendencia general del éxito comunista, en esas áreas del mundo, parece no deberse principalmente.
Las revoluciones que han tenido éxito, han ocurrido donde había un fuerte movimiento campesino rebelde contra condiciones imposibles, y donde existían, a su frente o en conjunción con él, intelectuales marxistas o influidos por el marxismo que a veces resultaban pertenecer a la clase obrera urbana. Los dos casos recientes más significativos son los de China y Cuba: el primero bajo dirección marxista desde el principio, mientras que el segundo cobra un carácter cada vez más marxista a medida que se desarrolla la revolución. Es importante ver esto como un desarrollo orgánico del marxismo más que como una mera contradicción o abandono de Marx. El cambio fundamental de dirección de Lenin ciertamente alteró todo el carácter del marxismo, ¿pero basta decir que al separarlo de su contexto eurooccidental anterior y al ponerlo en un nuevo contexto, Lenin estaba simplemente pervirtiendo sus ideales? Es una cuestión de juicio político, pero el mío es que ese cambio de dirección ha servido en general a la causa de la liberación humana de una manera decisiva y de un modo esencialmente compatible con el ímpetu original del marxismo.
Cierto es que esto se ha señalado muchas veces, ¿pero ¿cuáles son las conclusiones reales que debemos sacar de ello? El hecho de que el propio Marx se equivocara a este respecto parece comparativamente poco importante, porque es el movimiento que generó, más que sus propias formulaciones absolutas, lo que ahora debemos considerar 65 a políticas inteligentes de poder, sino a la formulación de un programa teórico y práctico que, en general, se ve confirmado por la realidad.
Lo que tenemos que examinar es el efecto de ese cambio de contexto sobre el pensamiento marxista. Me parece que hay dos efectos principales relacionados entre sí. El primero, que, al producirse esas revoluciones en sociedades sin formas democráticas maduras, el énfasis en un pequeño partido dirigente altamente organizado ha cambiado necesariamente toda la concepción anterior de la toma de poder por la clase obrera. El segundo, que el impulso de estas revoluciones desde el pueblo ha sido principalmente la larga reivindicación campesina contra el latifundismo y la explotación del trabajador, mientras que al mismo tiempo el futuro necesario del respectivo país, no solo como lo ven los intelectuales marxistas, sino como lo dicta la supervivencia y el crecimiento económico, es un futuro industrial.
Cierto es que esto se ha señalado muchas veces, ¿pero ¿cuáles son las conclusiones reales que debemos sacar de ello? El hecho de que el propio Marx se equivocara a este respecto parece comparativamente poco importante, porque es el movimiento que generó, más que sus propias formulaciones absolutas, lo que ahora debemos considerar 65 a políticas inteligentes de poder, sino a la formulación de un programa teórico y práctico que, en general, se ve confirmado por la realidad.
Lo que tenemos que examinar es el efecto de ese cambio de contexto sobre el pensamiento marxista. Me parece que hay dos efectos principales relacionados entre sí. El primero, que, al producirse esas revoluciones en sociedades sin formas democráticas maduras, el énfasis en un pequeño partido dirigente altamente organizado ha cambiado necesariamente toda la concepción anterior de la toma de poder por la clase obrera. El segundo, que el impulso de estas revoluciones desde el pueblo ha sido principalmente la larga reivindicación campesina contra el latifundismo y la explotación del trabajador, mientras que al mismo tiempo el futuro necesario del respectivo país, no solo como lo ven los intelectuales marxistas, sino como lo dicta la supervivencia y el crecimiento económico, es un futuro industrial.
La contradicción entre los objetivos campesinos nobles pero limitados y las exigencias de ese futuro industrial ha sido el principal problema de cada una de estas revoluciones a medida que se desarrollaban, y en esa situación el partido dirigente se ha hecho cargo en cierta medida de todos los intereses de clase inmediatos
El mayor sufrimiento humano en el desarrollo del comunismo soviético fue precisamente de ese carácter. En China y Cuba ha habido diferencias, pero en cada caso podemos ver la misma combinación de una liberación, generalizada con un partido dirigente concreto. El inmenso coste para sus primeras generaciones de cualquier revolución industrial forzada es exigido por el partido dirigente a un pueblo que puede ver al partido como liberador a largo plazo, pero que en lo inmediato ejerce el control con un rigor excepcional y a menudo inhumano. Mientras dura esta etapa crítica, cualquier amenaza para el partido gobernante, o para sus decisiones políticas, es reprimida sin piedad. No es mi propósito defender esa evolución en la teoría y la práctica marxistas, pero creo que tenemos que hacer un esfuerzo para comprenderla en el contexto en el que realmente opera.