Es un prejuicio horrible. Todo el que ha pasado una temporada en el infierno de algún colegio católico lo sabe. Pero se hace tradición, sobre todo entre la gente pudiente, enviar sus hijos allí porque da caché, porque se codean entre “gente fina” y de “buenos modales”, y se asegura alguna clase de relación con gente de alcurnia, de poder que a la final les tomará en cuenta para la seguridad de su futuro. La verdad es que en los colegios católicos proliferan los vicios y las perdiciones más despreciables, degradantes y abominables. Quien esto escribe los ha conocido muy de cerca, pero igualmente basta con leer los diarios, escuchar los testimonios de lo que ocurre en los internados, las aberrantes conductas de curas y de monjas en esos mismos colegios.
Hablan estos señores de la iglesia de amor, y lo que se respira en la mayoría de los colegios católicos es racismo, desprecio por los pobres, y odio visceral y desgarrado contra quienes mínimamente les adversan o no siguen sus verdades.
Por ser gente acomodada los que allí acuden, los colegios católicos suelen ser convertirse en espantosos centros de distribución de droga. Hagan somera una investigación los padres sobre lo que se exponen sus hijos en esos colegios (yo lo he hecho), y quedarán espantados. Seguramente ya lo saben, pero se resignan y se hacen los locos. ¿Es que si los sacan de allí tendrán entonces que meterlos en un sucio y miserable colegio o liceo público? ¡NI LOCOS!
Las aberraciones sexuales (precisamente porque tratan con medios hartos hipócritas con los que procuran inculcarle valores que casi nunca practican), cunde como una verdadera plaga. Y esta es una constantes en toda la literatura universal; hasta el ultra-derechista Mario Vargas Llosa en su obra “El Pez en el agua” cuenta una historia de seducción por parte de un pesado cura, nada dignificante ciertamente. Podría anegar este artículo con una interminable lista de aberrantes practicas que se suelen hacen en esos recintos, pero basta con señalar la más reciente, el caso del jesuita Marcial Maciel en México, y que inspiró la obra “La orden maldita”, del también jesuita Manuel Ruiz Marcos. Ese vivero de niños educados, finos, hermosos, se convierten en codiciadas presas para enfermos sexuales. El padre Marcial Maciel (también drogómano) decía: "Yo prefiero a los niños; yo los quiero maleables, como la cera caliente".
Leemos en una reseña de “La Jornada”, que en la reciente presentación del libro “La orden maldita”, estuvo Sanjuana Martínez, la periodista que siguió de cerca el caso del cura, también mexicano, Nicolás Aguilar, quien se encuentra prófugo de la justicia, después de violar por lo menos a 90 niños tanto en Estados Unidos como en México, y por cuya supuesta protección se presentaron dos denuncias civiles contra el cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de la ciudad de México, en la Corte Superior de California.
Sanjuana Martínez definió a Maciel como el sacerdote pederasta por antonomasia, que utilizaba la mentira para atraer a sus víctimas, haciéndoles creer que "padecía una enfermedad relacionada con la retención de semen, y decía tener dispensa del papa Pío XII para tener beneplácito con los chicos".
Sanjuana se preguntó qué hubiera pasado si, como resultado de esa investigación, Maciel hubiera sido detenido: "cientos de niños no habrían sido sus víctimas y se habría dado algo que se esperaba: la desaparición de la orden, dos años después". Pero la Iglesia venezolana se hace la sueca ante estos hechos, y hoy, con delirante soberbia le está reclamando a Chávez que no se meta con sus negocios en los colegios católicos; por boca del Cardenal Urosa escuchamos: “Yo he dicho varias veces que pretender excluir a la religión de las escuelas va a causar un conflicto absolutamente innecesario y va a perturbar la paz del país. ” ¡Qué lenguaje, qué vulgaridad y qué delirio de diabólico fanatismo, Dios mío! No les basta con los muertos que ya han provocado desde el 2002, con la perdición de otro Cardenal que se embanderó sangrientamente con un Golpe de Estado y por cuya acción casi fusilan al Presidente de la República. Ya, en plena noche buena, para el 2007 están anunciando sangre.
Pero veamos algo más del emblemático problema que suelen darse en los colegios católicos, y que fue transmitido ayer 23 de diciembre por CNN: El jesuita Manuel Ruiz Marcos cuestionó la moral con que se maneja la Iglesia católica al referir lo que en su historia le habría dicho Pío XII a Maciel, tras conseguir su permiso para manejar sus órganos genitales de forma tal que pudiera expulsar el semen: "tú has sido elegido por Dios para una gran obra sobre la tierra, si Dios te da eso, te tiene que dar los medios que tú necesitas para realizar esa obra". El Pontífice le sugiere, entonces, que pese a sus votos de castidad, se busque una mujer. "Lo he intentado, hay damas que han tratado de seducirme, pero no pasa nada", le habría dicho Maciel.
Y el Papa le insiste: "¿Y si tú mismo te lo haces? Me lo he hecho respondería el legionario de Cristo, y tengo más dolores todavía. La única forma que yo tengo de hacer eso es con niños, son niños que yo procuro que me amen". Pablo es la figura sostuvo Ruiz Marcos que reúne varios de los crímenes de Maciel. Lo condenable es que para los sacerdotes célibes el gran enemigo es la mujer, no el hombre, y si se meten con niños es como "si fuera un pecado menor".
Yo invito también a leer las obras de Felipe Rodríguez, quien ha relatado cientos de testimonios de las locuras que cunden en colegios católicos. Yo recuerdo con espanto, el día en que visitando el seminario de Mérida uno de mis hijos que me acompañaba, de quince años, me pidió, inocentemente, que lo inscribiera allí. Aún recuerdo con horror esa petición, que nunca le respondí.
Finalmente, porque si todo lo que hace Dios hay que aceptarlo, ¿por qué no cuanto surgen de los pueblos, de la sociedad, ya que es obra del mismo Dios? ¿Quiénes son los curas para arrogarse ese derecho, y para imponérselo al mundo? Sandeces.