Recuerdo que hace algunos años, nos reuníamos varias familias de amigos a esperar la llegada del año nuevo en una terraza que tenía una vista privilegiada de Caracas. En verdad la vista era preciosa. Recuerdo que alguien siempre comentaba, con poca originalidad, que Caracas parecía un nacimiento, toda llena de lucecitas; y nunca faltaba quien dijera que en los cerros debería ser siempre de noche, porque al llegar el día las luces se apagaban y los ranchos dejaban de ser objetos decorativos. Quien hacía aquel comentario hablaba con la boca llena de pernil, hallacas, cocido gallego, turrones, vino y arrogancia; todo un gesto de mala educación.
Yo siempre he sido delicada de estómago, y ante al noche que tenía por delante, prefería comerme las uñas y no cenar. También soy delicada de los oídos, pero no era muy elegante presentarse en una cena con unos tapones de algodón atapuzados en las orejas. Por lo cual no tenía más remedio que sentarme allí envidiandole a los niños el don de la sordera selectiva. (Cualquier padre o madre sabe a lo que me refiero). Es por eso que cada año optaba por tomar asiento en el puesto más alejado de quien hablaba con la boca llena y y el más cercano al borde de la terraza. No se confunda el lector, no es que quisiera saltar a vacío, solo buscaba distancia y la mejor vista para presenciar, una vez más, un espectáculo bellísimo que, invariablemente, me destrozaba el corazón.
La mayoría de los venezolanos habíamos pasado todo el año tratando de sobrevivir en un país que se caía a pedazos. Muchos teníamos la pueril ilusión de el año que se terminaba cerraba para siempre un capitulo nefasto. Yo esperaba que con el cañonazo no llegara un nuevo año sino un nuevo tiempo. Venezuela entonces era diferente, todos estábamos de acuerdo en que quienes nos gobernaban eran una cuerda de sinvergüenzas. Hasta la cuerda de sinvergüenzas coincidía con nosotros; sin embargo, parecíamos resignados a que así tenía que ser. Era como una especie de castigo que teníamos que soportar por ser, según nos habían hecho creer, un pueblo de de segunda categoría, de gente floja, irresponsable y desordenada pero eso si, con las mujeres más bellas del mundo. El hecho es que una vez al año, durante unas pocas horas, parecíamos recuperar la ilusión y todos comentábamos con sonrisas nerviosas, ''no veo la hora de que se acabe esta vaina, a ver si el año que viene mejora la cosa.''
Al empezar la cuenta regresiva me pasaba como al maracucho de la gaita cuando cruza el puente. Sí, se me hacía un nudo en la garganta y se me nublaba la mente. Al dar las doce, mientras algunos se atragantaban con las uvas, otros se besaban, se abrazaban, lloraban y se perdonaban, otros salían corriendo a la calle con unas maletas vacías y alguien se enderezaba las pantaletas amarillas en el baño, yo permanecía en mi baranda y llorando a moco tendido, mirando como miles de cohetones iluminaban el cielo de Caracas. Cuantos más cohetes lanzaban más lástima me daba. Me parecía que los caraqueños trataban de hacer llegar sus ilusiones, deseos y súplicas más cerca del cielo, a ver si, por si acaso, allí estuviera Dios.
Por esos tiempos, al parecer, Dios estaba de parranda y a los pocos días de comenzar el nuevo año, encontrábamos que, con suerte, vendría más de lo mismo y cuidadito, porque podía ser peor. Total, solo habíamos cambiado de año, no de dirigentes. Como quien dice gastamos la pólvora en zamuros, literalmente.
Me parecía inverosímil que al final de cada año se repitieran con terquedad los mismos rituales. Era increíble que celebráramos de nuevo y que volviera puntualmente la efímera ilusión. Eramos unos tristes reincidentes. Pero en algún momento dejamos de lanzar nuestras esperanzas al cielo, (más no los cohetones). Nos dimos cuenta de que éramos muchos los que estábamos jodidos y pocos los que nos jodían; que los flojos, desordenados, borrachos, irresponsables, putañeros y/ o putas eran ellos. Fuimos recuperando nuestro autoestima colectivo, crecimos como pueblo y recobramos a nuestro país.
Este fin de año los cohetones iluminarán el cielo venezolano, muchos llevarán consigo alegría, otros agradecimiento y unos pocos, los más bonitos y caros, serán lanzados desde el este de Caracas y sus sucursales en las capitales de provincia, tratando de elevar al cielo, una súplica desesperada y llena de añoranza por tiempos que ya pasaron y que no volverán jamás.
¡Feliz año nuevo!
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