Pandemia, ignorancia y certezas

El filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas declaró hace unos días que "nunca habíamos sabido tanto de nuestra ignorancia", como ante la crisis del coronavirus. A su vez, Edgar Morin afirma que "Esta epidemia nos aporta un festival de incertidumbres…. No sabemos si debemos esperar lo peor, lo mejor, o una mezcla de los dos; nos encaminamos hacia nuevas incertidumbres".

En verdad, el coronavirus nos ha dejado sin certezas y ha abierto un inmenso campo, alimentado por la superficialidad de las redes y el caradurismo de muchos twiteros, a la especulación y el rumor. En todo el proceso nos han mareado con opiniones contradictorias: nos dijeron que no eran necesarias las mascarillas, ahora en casi todas partes son obligatorias. Nos obligaron a usar guantes, ahora dicen que no son recomendables. Insistieron en que debíamos quitarnos los zapatos y lavar enseguida la ropa, ahora repiten que es casi imposible que por allí se transmitan los virus. Nos aseguraron que la vacuna estaba lista, ahora repiten que hay que esperar todavía algunos meses.

En cuanto a su origen, han proliferado las teorías más insólitas: teoría del murciélago; de la conspiración china para dominar el mundo; de la epidemia selectiva ideada por el capitalismo para matar a los ancianos; de la venganza de la naturaleza ante tanto maltrato; del experimento social de dominación a través del miedo; del virus creado por los laboratorios para vender medicinas; teoría que es una gripe común pero los medios de comunicación pretenden amplificarla y crear pánico; teoría del destino fatídico de los años 20 en los que se vienen dando las pandemias: 1320,1520,1920,2020; teoría de la ira de Dios por habernos olvidado de Él; teoría de un plan global para vender aparatos tecnológicos y trasladar los costos de la educación a las familias…

Pero en este mar de sobresaltos e incertidumbres, sí deberíamos rescatar algunas certezas: La crisis es una oportunidad extraordinaria para cambiar: esta crisis nos enseña la importancia de la familia, los abrazos, las profesiones minusvaloradas; la importancia de leer, de jugar, de cocinar, de disfrutar la vida y saber perder el tiempo; y la relatividad de las prisas, del dinero, del consumo, de la locura del armamentismo. En palabras de Leonardo Boff, " esta pandemia representa una oportunidad para que repensemos nuestro modo de habitar la Casa Común, la forma como producimos, consumimos y nos relacionamos con la naturaleza y entre nosotros, superando de una vez la acumulación ilimitada, la competición, el individualismo, la indiferencia frente a la miseria de millones de personas; para promover en su lugar el cuidado, la solidaridad social, la corresponsabilidad y la compasión".

Esta crisis nos ha enseñado también la necesidad de cambiar el sistema educativo, arrancándolo de la dictadura de la información, el vacío y el tedio, tanto por medios presenciales como virtuales, para centrarlo en los sentimientos, los valores, el respeto, el compromiso por humanizar este mundo inhumano, la defensa de la vida, la búsqueda de la felicidad, como el objetivo esencial de la educación.

Para ello es urgente que pasemos del discurso educativo, al discurso pedagógico. En educación estamos saturados de proclamas humanistas sobre los fines educativos: educación para la creatividad, el respeto, la solidaridad, la autonomía… Pero las prácticas pedagógicas siguen promoviendo la repetición, el individualismo, la obediencia, la segregación social…



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Antonio Pérez Esclarín

Educador. Doctor en Filosofía.

 pesclarin@gmail.com      @pesclarin

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