Domingo, 30 de mayo de 2021. Todos los humanos mienten, todos los políticos son humanos luego todos los políticos mienten.
Todos los humanos dicen la verdad, todos los políticos son humanos luego todos los políticos dicen la verdad.
Silogismos de tercer grado, que se contradicen pero cumplen con la norma de secuencia lógica como muy bien nos enseñara el doctor Bravo, allá en nuestros años de estudiantes en la UCAB.
Si los mezcláramos nos aproximaríamos a la verdad, si esta existe.
Vivimos y cualquier duda ofende, en una realidad salpicada de retazos de mitos por todos lados, nuestros pueblos latinoamericanos han logrado una mixtura fina al mezclar en el pilón de la historia nuestros originales mitos con los que trajo la invasión europea en su búsqueda de un atajo hacia La India.
Aunque el mito que hoy proponemos revisar es casi, diríamos con un alto porcentaje, consumido por todos los pueblos de la tierra, se trata de la infalibilidad del líder, es decir el líder siempre acierta, no puede errar, nunca se equivoca, no puede, ni debe, le añadiría yo.
El líder en general y especialmente el líder político, el que influye sobre las masas, el que manda, debe poseer elementos casi mágicos en su constitución personal, debe estar dotado de una esfera que se acerca mucho a lo divino, sin llegar a serlo, de él o ella se espera todo y sobre todo que no se equivoque, aunque sea humano.
Los de la iglesia católica se le adelantaron a muchos y decretaron la infalibilidad papal allá por el año 749, los políticos del mundo conocido, que siempre andan pescando en río revuelto, copiaron esa característica papal y se fueron asimilando a la imagen de ser infalibles, es decir, de nunca equivocarse.
Ha visto usted a algún líder que acepte de motus propio que se ha equivocado al tomar una decisión importante, contados con los dedos de una mano y sobran dedos.
La forma de comportarse del líder y el manejo que haga de esta característica tan delicada de su don de mando define al tipo de líder que podemos precisar, que van del absolutamente carismático y asociado íntimamente a lo sacro, oculto y en secreto consulta con el oráculo, se asocia con fuerzas que el resto de los humanos no percibimos, solo los elegidos lo captan, hasta el terrenal, el sencillo, el que aparentemente no le importa ser infalible o no, pero que sabe bien donde está parado y también es infalible, aunque no presume de ello.
Hay una cantidad de actividades conexas con esta característica, que van desde los propulsores, promotores y cuidadores de la misma, los que desarrollan ese mito y procuran su crecimiento constante hasta los que intentan infructuosamente desmontarlo, estos últimos sin lograr su cometido, ya que olvidan la necesidad que tiene el humano de creer en algo que lo supere y le brinde esperanzas de una vida mejor.
La historia está llena de ejemplos.
Algunos exitosos, otros no.
Pero la infabilidad del líder parece ser una necesidad primaria en esa relación íntima que debe existir entre este y su pueblo.
Los problemas comienzan a surgir cuando este líder comienza a creer en su propia infabilidad y se convence que siempre la pega, que siempre acierta, se cierra, no oye consejos, no oye críticas y cree que siempre tiene la razón, cayendo inexorablemente en los cantos de sirena de sus aduladores de turno y en las garras de consejeros complacientes.
Una cosa es decirlo y otra vivirlo, sentir que flotas frente a un mundo que se arrastra no debe ser fácil, pero para eso existen las cargas de balance, el aterrizar a tiempo y la posibilidad de comunicarse con el resto de la humanidad para oír diversos puntos de vista.
Aunque al final, como líder siempre tenga la razón, nunca me equivoque y sea infalible.
Buenas tardes Venezuela.