Todo lo que pasa, nos guste o no nos guste, nos afecta

La historia de la humanidad se ha escrito con sangre

La historia de la humanidad se ha escrito con sangre

Tienes una obsesión casi perniciosa con eso del pensamiento apocalíptico, me dijo un amigo con quien me encontré casualmente en una hermosa tarde en la plaza Bolívar, en el centro de Caracas, me lo mencionó luego de tomarnos un cafecito en uno de los locales de sus alrededores.

Comentas sobre esa visión de forma negativa y sin darte cuenta caes en lo mismo, impregnando tus opiniones de cierta pesadez, me insistió.

Y lo he estado pensando y tal vez tenga algo de razón y mis anticuerpos mentales han presentado ciertas fallas últimamente y me he encontrado navegando, arroyado sin querer, al inmenso caudal de los quejosos profesionales que pululan en este caótico e ilógico mundo en que nos ha tocado vivir.

Pero una cosa es tener una visión no muy optimista de la realidad que nos circunda y otra es el permanecer indiferente, apático e inconmovible ante los que observamos, como si nada estuviera pasando, como si la cosa no fuera con nosotros, tanto a nivel local como en el ámbito internacional.

Todo lo que pasa, nos guste o no nos guste, nos afecta.

Si, es un hecho, la historia de la humanidad se ha escrito con sangre y se sigue escribiendo con ella, estamos ante dos frentes de guerra, el de Ucrania y el de Israel, con sus semejanzas y sus diferencias, potencialmente riesgosos de transformarse en un enfrentamiento nuclear que sería el comienzo del fin de esta forma de vida que conocemos.

El manejo de la situación en ambos frentes es delicado y cargado de mucha violencia, falta de racionalidad y de una indiferencia o de un gran desconocimiento del caos ligado a toda guerra, que dados los avances en los sistemas de información en la actualidad los vemos casi en vivo y directo.

Todo parece indicar que hay fuerzas poderosas implicadas que apuestan al desarrollo e intensificación de los frentes de guerra, que pujan por ir al borde de un abismo sin retorno y que solamente apuestan a escenarios que favorecen sus intereses y que no les importa como afectan al resto de la humanidad.

Como se ha hecho prácticamente una costumbre, el ser humano, nosotros, los humanos, una vez agotados los mecanismos de negociación, la diplomacia, el vamos a hablar, vamos a ponernos de acuerdo, vamos a entendernos, que todo parece indicar se ha transformado en un diálogo de sordos, después de eso, recurrimos a las armas, a la violencia, a la guerra, a imponer nuestro punto de vista, que por supuesto consideramos es el correcto, y que queremos imponerlo a la fuerza o tenemos que defendernos de quien nos trata de imponernos el suyo.

Hagamos un ejercicio y examinemos la historia del ser humano sobre la superficie de este globo azul que nos alberga, casi globo dirán algunos, revisemos y podremos constatar que no hay ni un instante en que no estuviese la guerra presente, ergo, es parte de nuestra naturaleza, somos, hemos sido, seres violentos, es una parte innegable de nuestra naturaleza, de nuestro ser como especie.

Eso somos.

Con el agravante, que dado el avance tecnológico, hemos desarrollado, hemos diseñado y construido armas atómicas capaces de destruirnos.

De acabar con la vida sobre la faz de la tierra, sin la menor duda, no nos engañemos, así están las cosas.

Me estremece el pensar en un escenario posterior a un severo enfrentamiento atómico, el sólo imaginármelo me afecta, me entristece, pero necesito compartir esta gran preocupación con todos y los invito a que pensemos en ello, a que hablemos, a que discutamos este delicado asunto y que nos plantemos posibles soluciones.

Por el momento, a que unamos fuerzas para que ello no ocurra.


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Luis Enrique Sánchez P.


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