El cerebro no se hizo para pensar, como suele decirse por allí, sino para huir más bien del pensamiento. Lo que le sucede, por ejemplo, a los escuálidos es horror a considerar que el mundo pueda y deba ser otra cosa. Por eso algunos de ellos huyen a Miami porque “temen que sus hijos sean educados bajo un régimen comunista”; en cambio les parece natural si esos ellos son adoptados por la cultura pornográfica que hace estragos promocionando misses. Es increíble como el 90 por ciento de las madres con fenotipo escuálido desean que sus hijas se hagan modelos o artistas de televisión, y que sus hijos se formen en la cultura de la telebasura, de la comida rápida, de la estupidización de los video-juegos o playstations, las babiecadas de Walt Disney y en definitiva en esos formatos que trasmiten seres sin patria cuyo único propósito es perder la vida tratando de hacer dinero.
Y todo esto me hace recordar a mi madre cuando yo desbarraba y me decía: “caramba muchacho que usted no tiene cabeza ni para piojos.”
En estos días carnavalescos, nada por cierto socialistas, Mérida se ha convertido en una pequeña Sodoma y Gomorra, con la francachelas de los bonches a todo vapor y las discotecas a reventar, ardiendo. Ya se espera que el índice de natalidad en la región para noviembre se dispare en un 1,2%, según datos de la Oficina de Estadística del HULA. Esto unido a que al alcalde Carlos León le encantan los biombos y platillos, y haciendo gala de su estupenda facha de bufón se ha decidido superar en artificios a las viejas Ferias del Ron que aquí instalaban los cuadrúpedos de la IV. Un joven de su corte, de nombre Amarú Briceño, ha sido ficha estrella de la Alcaldía Libertador; se pavonea con las chicas lindas por todos los canales de televisión mostrando sus creativas artes para confeccionar saturnales y parrandas y acaba de anunciar, con prolífica imaginación, las ferias taurinas para niños. En fin, Mérida se contornea con un maruto verdaderamente renovado y reluciente. Y todo esto pasa, al tiempo que leo un libro sobre Nietzsche, escrito por Karl Jasper(*). La filosofía también se asimila en medio de estas jaranas y estridencias con altavoces que llaman a la “alegría”. A falta de pensamientos propios alegrarse no está nada mal. Pero así y todo nos escuecen amargas dudas. Dudar es algo que martilla las sienes cuando no se esperan recompensas algunas aquí abajo ni en el Cielo, y ahora mucho menos cuando el Vaticano ha admitido que el Infierno no existe. La vida se nos va en tratar de encontrarle significado a la propia vida, ¿y tendrá algún sentido en tratar de encontrársela? Bueno.
Posiblemente la existencia en sí misma carezca de sentido alguno, y sea peligroso tratar de entender esto. Dice Jasper: "Si el mundo que existe no debería ser, y si el mundo que debería ser no existe, al hombre moderno no le queda otro recurso que buscar en un nihilismo sin salida la justificación de su amargura y la consagración de su desencanto".
Nietzsche fue un ensayo, una lucha y un intento encarnizado por llegar a un total entendimiento del perenne fracaso del hombre. Sostenía Nietzsche que sólo es verdad lo que de nosotros mismos proviene, por lo que no se puede aprender filosofía en las universidades. Pensar es doloroso, exige un valor y una capacidad de desafío que es imposible encontrarlo en un profesor universitario, en un hombre que devenga un sueldo y que espera con angustia la seguridad del porvenir de sus hijos, el asunto del fideicomiso, prestaciones, primas académicas y bono extras anuales.
Para Nietzsche lo fundamental del pensamiento está en la contradicción, el acto de negar, entendido como la aparición de la concepción racional es, él mismo, un acto afirmativo, y sostiene Jasper que Nietzsche por sus negaciones actuó de un modo más verdadero que por sus afirmaciones. A cualquier juicio se le debe contraponer su opuesto. Pero entre juicios que van y vienen, que chocan y se entrecruzan lo importante es el carácter, y he aquí lo estremecedor del pensamiento porque muy pocos se atreven a acercarse a los extremos; por lo que muchos procuran asirse a muletillas, a grupos, títulos y emblemas. Nietzsche fue un pensador que jamás se propuso crear una escuela, que rechazaba al individuo que anda en busca de maestros. Sólo le interesaba a los capaces que tenían sus propios modelos. "No quiero ningún creyente -decía-; pienso que soy demasiado maligno como para creer en mí mismo; jamás hablo a las masas... Tengo un espantoso miedo de que algún día se me canonice...” Aspiraba a que con el libro Así hablaba Zarathustra, podía preservarse de este abuso.
Quizás haya sido uno de los poquísimos pensadores que se han salvado de ser convertido en dioses o gurúes por los intelectuales. Ha mantenido, y esto es un milagro, a raya, aún después de un siglo de muerto, a los canonizadores oficiales de todo genio.
Lo que desquició a Nietzsche- lo confesó él mismo- fue la nebulosa metafísica de todo lo verdadero y simple y la encarnizada lucha realizada con la razón contra la razón. De los creídos y rechazados en cada línea de su pensamiento.
Se planteó cuestiones agotadores: "Apenas sabemos si la humanidad misma no es un grado, un periodo dentro de algo universal, en que ella deviene... ¿Acaso este eterno devenir jamás finalice?"
No se podía encadenar a nadie. Pese a cuanto sufrió, no ha habido un hombre sobre la tierra con una capacidad para el amor más grande, pero por no comprometerse con un amor que pudiera marchitarse al instante, padeció una horrible soledad. No encontró a nadie a quien pudiese obedecer ni a nadie a quien mandar. Y fue de los que pudo ver como su existencia se despedazaba ante sus ojos. Un hombre valiente, destrozado por la necesidad de amar. En vida desengañó a todo el mundo, pues no tuvo un amigo de su calidad humana y de su profundidad de pensar. Acabó amando desde el abandono definitivo: un hombre, pues, que había nacido para la hostilidad.
(*)NIETZSCHE, Karl Jasper, Biblioteca de Filosofía. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, Argentina, 1963. Título en original 'NIETZSCHE. EINFÜHRUNG IN DAS VERSTÄNDNIS SEINES PHILOSOPHIERENS"
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