- Emprendimos el regreso a pie desde la Plaza de Belén al centro. Ya el desmadre cogía fuerza, encontrándonos en el camino con promontorios de basuras quemadas, dos perros quemados y multitud de árboles derribados. Los drogo-sordos y ciegos de la zona Norte se estaban entusiasmando con los llamados a quemar la sede del PSUV. A la desolación se unía un sol de carne abierta que ardía en las tripas de las tapias, en los mudos portones de los talleres clausurados por obra y gracia de los mandatos galácticos que corrían por las redes. Ahora sí era verdad que no había busetas funcionando ni mucho menos taxis.
- Cundía la mayor ingrimitud en la extensa calle Siete, con comercios mudos o muertos, y una que otra acera podía verse a algún anciano buscando la sombra bajo los escasos aleros de las cojitabundas casas. Mi esposa llamó a Horacio, su papá, para que tratara de recogernos en un punto a donde él pudiera adentrarse con su carro. Nuestra perra Solita andaba buscando nuestra mirada regalonamente, y como preguntándose "-¿Y cuándo nos vamos a La Coromoto?"
- Hacia El Viaducto bajaron a toda velocidad dos ambulancias y un carro de bomberos. Pasaron tres motos cargados de pimpinas y cauchos. En las adyacencias de la avenida Don Tulio se oían morterazos. Unas siete damas muy bien acicaladas y trajeadas, gritaban: "¡Libertad!", "¡Libertad!", "¡Libertad!", "¡Tenemos hambre!". Pasó un motorizado y les dijo: "¡Cuajadas, les tengo un chorizo!". Pasó un mozo totalmente en cueros con el atuendo de una corbatica azul que le colgaba hasta el ombligo. La nota era desnudarse incluso hasta en los templos y los espacios del Alma Mater.
- A la altura del viejo Inavi dos damas sesentonas comenzaron a quitarse la ropa por lo que nos apresuramos para no ver aquel espectáculo. Llegaron dos periodistas para recoger las imágenes, y se veía que no estaban indignadas contra el gobierno porque les divertía el show que iban a montar aunque fuese con aquellos senos apolillados y caídos. Se reían, aunque gritasen: "¡Tenemos hambre! ¡Este gobierno nos está matando de hambre!".
- Terminada la sesión de fotos, aquella tromba de damas libertinas o libertarias, se dirigieron hacia El Paseo de la Feria. Se sentían un poco frustradas porque no aparecía ni la guardia ni la policía. Luego surgieron de la nada un cura con unos diez seminaristas, decididos a dar la pelea por la libertad y los derechos humanos, claramente se les notaba decididos a trancar la Avenida Tulio Febres Cordero.
- Llegó Horacio, nos recogió y bajamos, como pudimos, pasando por docenas de "barricadas" en dirección a La Pedregosa Sur: humo, denso humo cubriendo las avenidas, enormes peñascos en la vía, casi todas las paradas destrozadas, árboles derribados, las tapas de las alcantarillas sacadas de cuajo.
- Cuando llegamos a nuestra urbanización, pudimos ver cómo grupos de vándalos tomaban las terrazas de los edificios gritando lo mismo: "¡Tenemos hambre!". Arreciaban los cacerolazos que parecían un vendaval de enfurecidas urracas desparramadas por todos los edificios. Y como sabíamos de la quema de perros por parte de estos demócratas, apresuramos el paso para encerrarnos en nuestro apartamento. Ya estaban bloqueando las calles cercanas y se veían a los primeros grupos de encapuchados llegar en camionetas de la Alcaldía.
- (Se empezó quemando llantas, luego carros particulares, luego autobuses, estaciones del metro y del trole-cable o trolebús; luego se fue a por los centros ambulatorios, guarderías y hospitales; se intensificó la guerra derribando árboles; y se siguió quemando varias sedes de la Misión Vivienda Venezuela, bibliotecas y hasta que lograron el récord de incinerar cuarenta y ocho universidades. Después pasaron a quemar perros y gatos, y luego el delirio supremo por superarse en abominaciones les llevó a quemar negros o chavistas.
- Un vecino que sabía que yo escribía artículos me gritó: "-Te tengo en la mira, si te pasas así una ñinguita de la raya te quemamos". Entonces el grito de guerra de los guarimberos, cada vez que veían a un chavista o a alguien que pareciera ser un chavista, sería: "¡quémenlo!", "¡échenle gasolina!", "¡préndanlo!"
- Ya en casa, le dije a mi esposa, en mi deseo por hacerle entender el cuadro en el que nos encontrábamos, que navegábamos entre los ecos de una fauna de simuladores; entre una tormenta de pantallas táctiles, claves o imágenes condicionantes, cuyo fin es borrarnos la memoria, los sentidos; que ya no existe la comunicación, la razón o el entendimiento. Que estábamos en una lucha demencial contra la grandilocuencia de la NADA, en la que ya no habitan hombres sino la absoluta bestialidad y el odio más implacable:
- ¿Pero acaso ellos, lo que protestan, existen?
- Son sólo receptores, y replicadores de las órdenes que les envían.
- Qué peligrosos.
- Como ventrílocuos armados, echando mano de todo lo que tengan a su alcance; ahora les ha dado por andar en cueros porque creen que es también un arma mortífera: ¡la desvergüenza!
- ¿Pero puede algo que no existe destruir raíces, una conciencia, una historia, un sentimiento bien arraigado? ¿Y habrá algo que los pueda hacer entender que están equivocados?
- A ellos sólo los derrotará una acción inesperada, la sorpresa de un gran golpe por fuera de toda lógica formal. ¿Entiendes? Algo inusitado. Algo prodigioso, o la una larga lucha de resistencia.
- Porque enfrentarlos directamente sería fatal.
- Hay que permitirles que se vayan ahogando en sus propias extravagancias, crímenes y monstruosidades. Ellos tienen un gran problema: la inconsciencia del horror.
- Nosotros, los que estamos aguantando este chaparrón, tenemos una pedagogía, una raíz lógica nueva que no es para nada lineal, y eso acabará por enloquecerlos. Nosotros nos movemos en una dimensión superior que ya no es simplemente la cartesiana.
- Ellos van equivocados porque utilizan turbas violentas que no responden a la razón sino a los prejuicios y a las pasiones más envilecidas. Entonces para sostenerse en el terror necesitan muchos perros de presa; no hay tantos; los están trayendo de Colombia: multitud de mercenarios, pero a la final no podrán controlarlos.
- En esencia la bestialidad tiene sus días contados. No tardará en estallar entre ellos profundas diferencias y se desintegrarán como pamplinas ante la evidencia del prodigio de un pueblo.
- Me siento más tranquila. Mira, por cierto, ¿te pasó el olor a formol?
- Todavía.