A cada brindis gritábamos: "¡Carajo!"

2-1-22: Muchos esperan renovar sus vidas cada año nuevo, lo gritan el 1º de enero, hacen brindis por ello, se van a la cama y vuelven a dormir como todos los años viejos anteriores. Al volver a la realidad ya todas esas promesas las han echado por la borda. Llevo en la cabeza el título para un artículo: "Azul solar al filo de Las Labranzas…".

8 de la noche. Borbotea el agua para un té restaurador del calorcito tan necesario en estos días congelantes. Nos llama Paola. Dice que Heriberto va a hacer desde ya cola...:

  • ¿Les apartamos un puesto mientras llegan? – pregunta.

¡Dios!, pero qué terrible frío está haciendo, ¡cómo será salir a las tres de la madrugada! Recordamos que hace un año cogimos tal resfriado en una cola, que luego terminamos hospitalizados. El té nos hizo cambiar de opinión; se nos repusieron los ánimos y las ilusiones: pues, qué más, hagámosla...

Decidimos unirnos a Heriberto, porque de otro modo, ¿cómo podríamos ir a La Coromoto según lo planificado largamente? Ponemos el despertador a las 3. Y adelante con los faroles…

Precisamente antes de salir, no envía Heriberto un mensaje: "-No olviden traerse un cafecito que aquí estamos brincando como caucho…".

En esta oportunidad viajaríamos con las hermanas de mi esposa, Paola y Alba. Las tripochas.

Nos anima, la ilusión de darnos un buen descanso en el campo, recorriendo montañas, y conversando bajo las estrellas sin otro compromiso que contemplar la naturaleza y embebernos en ella.

3-1-22: La partida se da a las 8:45 de la mañana. Con ese espíritu juvenil, con esa carga de energía que imprime emprender un viaje para ir a uno de los lugares más bellos de Venezuela, a cinco horas de camino, atravesando páramos y montañas, con encantadores paisajes, para gozar de amplios horizontes, de noches estrelladas, de música silvestre, de esos líricos olores y colores a cielo abierto… cargamos nuestros equipajes, aseguramos las amarras en la tolva, y a partir, a esa hora, clara y suave de un año nuevo, cogiendo por la desierta y adormecida avenida Andrés Bello. Siempre estamos buscando los sueños y caminos de la infancia, piensa uno; hay en esos sueños una cabaña, también maizales, camburales, capullos en flor, sacudidos por esa sensación de que no encontraremos allá a esos que llaman ciudadanos, hombres de la ciudad, en otras palabras. Yo voy al volante, mi esposa hace de copilota, y Paola y Alba, van atrás animadas administrando los chuches y los equipos de fotografía. Albita va en su elemento preferido, deportista por naturaleza, ciclista y montañista, amante de la naturaleza. De niña su afición espiritual ha sido la de atender esos seres tan espirituales que no hablan ni se quejan y se dedican en la vida, sin otra pretensión, que la de ser lo que son. Albita tiene por compañero un loro que le ha sido fiel por más cuarenta años. De sus seres predilectos están los perros, insisto, de sus más fieles seguidores. Con cuatro virtudes suyas la puedo definir: disciplina, lógica, precisión y orden.

Paola es educadora, y con la cualidad muy acendrada de la responsabilidad la cual es resaltante en los Parilli-Monsalve. Ella es de aquellos educadores en proceso de extinción, que uno recuerda de niño, amadas como madres, de nuestros primeros amores del alma. Con esa sensibilidad a flor de piel para captar las más sutiles intenciones, de modo que antes de uno opinar sobre algún evento, ella viene y nos complementa nuestras ideas de manera sorprendente y ejemplar. Es una experta lectora de la mente de los demás en el mejor sentido de la palabra. Por otro lado, no deja de recordar a Malta, su perrita, y va relatando algunas de las agudezas y argucias de su zorrita picarona.

Nos detuvimos en varios puntos: a tomar café, ver la tumba donde dejamos a nuestra perra Solita, contemplar las fabulosas estribaciones que se aprecian desde el páramo de Las Labranzas y se extienden más allá cerca de Las Mesas donde otrora se criaban toros de raza. Fueron cinco horas y media de viaje que se nos dieron serenos, placenteros, pausados. Durante todo el camino nos acompañó un sol espléndido, acogiéndonos con sublime bondad y transparencia.

En llegando a nuestro destino, La Coromoto, luego de descargar nuestros equipajes y limpiar y arreglar la casa, nos dispusimos a aprovechar el tiempo, que está tan hermoso, para hacer una caminata: en calzándonos las botas, y en poniéndonos la ropa adecuada, bordón en mano cada uno, cogimos hacia el punto de El Borde.

Ahí vamos, dicharacheros, alborozados y rebosantes de energías.

Ya comienza a verse cómo se nos mete el verano, quitándole humedad a los callejones. Llegamos a El Cobre, la finca de Neptalí, con su patio improvisado secando café. Allá al fondo, en su casita de barro, los obreros cenando después de la dura jornada de la recolecta. Nos vienen a recibir una bandada de perritos entre los que sobresalen Chispita y Chespirito, quienes muy animados se ponen a juguetear con María Eugenia, recordando los buenos tiempos que hemos pasado juntos en otras largas correrías. Chispita está inflada, a punto de parir, como es pequeña, parece un barrilito andante.

Continuamos nuestro ascenso ahora con Chispirito de compañero. Traspasamos el segundo portón, y son las 5 de la tarde, recibiendo aire fresco y contemplando hacia abajo el gran boquerón por donde discurre el camino real, y a los lados apreciando el camino hacia la casa de Ramoncito, el muchacho de Campo Elías casado con Francys, luego, a la izquierda, se divisan diminutas las casas de Alesio, la de don Antonio, las Silvio y don Juvencio. Chesperito nos pide que le tiremos piedras grandes, su vicio, para salir a buscarlas, nos quedamos maravillados viendo como las busca por los precipicios y nos las trae entre sus pequeñas mandíbulas.

Seguimos la marcha hasta el tercer portón donde hay un mata de guayabitas del Perú; comemos guayabas y entramos a un umbroso bosquecito con matas de pepeo, y vamos ahora por un senderitos desde el cual vamos siguiendo, allá abajo, el camino real como una cinta marrón que enlaza la montaña y va rumbo a la carretera. Pasamos por los predios de Onofre, viendo camburales, cafetos y plantaciones de chachafruto. Nos vamos internando por entre las vacadas que nos miran sospechosas, les pasamos a un lado que ni se inmutan. Chespirito no deja de pedirnos que le volvamos a tirar más piedras para demostrarnos sus habilidades maravillosas para encontrarlas y traérnoslas. Ya estamos en el cuarto portón desde donde se ve al fondo, a la izquierda, la quebrada de La Coromoto, internándose por la vieja casa de Adán, casi en su punto de contacto con la carretera, y a la derecha la finca de Ramón Isidro. La vista se funde en una explosión de colores en el que domina el moribundo y meloso amarillo rojizo del sol de los venados.

Cada vez que hacemos una pausa en el camino para hacer un brindis con agua de panela y limón, gritamos: ¡CARAJO!.

Pasamos a un lado de la casa de Gaudencio con ganas de saludarlo, pero su casa se veía desolada.

Llegamos al quinto portón.

Yo le digo a mis compañeras que de seguro Ángel le está trabajando a Ramón Isidro, en la recolección de café, y comienzo a dar lecos:

  • ¡Ángel!, ¡Ángel!, ¡Ángel!, ¡Ángel! –sin obtener respuesta alguna.

Con la tarde despidiéndose se acentúa el borde del gran espinazo de esa cadena de montañas que van a postrarse a orillas de la gran represa, cerca de Santa María de Caparo. Viene una cuesta entre chorreras de límpidas aguas que refrescan el gaznate de los montañeros, hasta que vamos llegando a la entrada de la finca de Ramón Isidro. En el portón de la entrada vemos a una especie de hidalgo, de estirada figura, con gorro de lana y andrajoso traje de trabajo. Lo saludamos y su sombra a zancos, se proyecta sobre el camino agarzonada. En eso reconocemos el jeep rojo de Ramón Isidro que viene llegando cargado de leña. El sorprendente personaje situado en la entrada de la finca no es otro que Ángel, que al parecer aún no nos reconoce. Nos saluda extrañados, y se va acercando porque no puede creer que se trate de nosotros. Estupefacto, cuando descubre a quienes está saludando, emocionado se entrega a repartir abrazos de feliz año. Departimos unos minutos con Ramón Isidro y su señora Cileni, y seguimos la marcha hacia El Borde.

Comprobamos que Cheisperito se ha quedado con Ángel, su amo.

El último tramo es de los más hermosos, abriéndose los espacios hacia un gran encuentro con las fornidas y portentosas cornisas empedradas, ya azuladas en sus inmensidades, perdiéndose hacia el sur, hacia los llanos, cuando casi ya está oscureciendo. Ya situados nosotros en el sitio privilegiado, desde donde se ve el pueblo de Canaguá y su río, a la izquierda el cementerio y al frente la gran antena de CANTV, al centro, la cuesta de Los Naranjos, y mucho más allá, al fondo, el Cerro de Las Angustias… Nos sentamos a masticar unos chuches, a campanear unos traguitos de sangría, a conversar y a embebernos en la majestuosa e imponente belleza de las montañas que nos rodean. El frío comienza a morder ya entrada la noche.

Emprendemos el regreso teniendo que encender las linternas, y nos volvemos a encontrar con Ramón Isidro en su tarea de acarrear leña para las faenas que exigen atender a tantos obreros. La cosecha parece que ha sido buena, y Ramón Isidro nos dice que Ángel no nos quiso esperar y que cogió para su casa. Quedamos un poco extrañados. La noche es cerrada y llevamos dos linternas que no son suficientes para los cuatro. Entre resbalones y caídas, saltos y risas, llegamos a casa a las 8:15 de la noche.

Sin darnos tregua, nos ponemos a jugar Ludo hasta la media noche.

4-1-22:

El café mañanero reverbera en la tetera, y ya comenzamos a calentarnos un poco los huesos y el alma, porque la temperatura está a once grados centígrados. Las madrugadas son lo más sagrado del día, y se nos va metiendo la alborada en los nervios, en la sangre, en el corazón. Salimos a regar las matas y a verle ese cuerpo renovado al manzano, al cafeto, a la higuera, al chirimoyo, al cambural y al níspero.

Recibimos la visita del señor Corsino junto a su hija Iraís. Nos traen un litro de leche y cuatro hallacas. Nos sentamos a conversar distendidamente en el porche, viendo discurrir a los lugareños que pasan con sus cargas de café o arreando sus becerros, a los cochinos que deambulan libremente por los caminos. Al frente, al otro lado de la escuela, hay un maizal con sus matas resecas, tostadas por el recio sol. En eso escuchamos en la escuelita los aullidos espantosos de un perro que corre a toda prisa por la cancha donde los muchachos juegan futbol. Vemos que al perro lo persigue a todo dar una gallina negra, casi que vuela, lanzándole picotazos. Comenta la niña Lucía Valentina: "-Eso le pasa por meterse con los pollitos".

  • La verdad es -le comento al señor Corsino-: no sé por qué comparan a los cobardes con las gallinas. Para mí es uno de los animales más valientes. Se enfrentan y dominan a culebras, gavilanes, escorpiones, alacranes, gatos y perros.

Nos enteramos que un toro que Baudelio traía de El Rincón hacia La Coromoto para ser sacrificado, se ha perdido. Al rato vemos bajar a dos hombres con sogas, seguramente para buscarlo.

Nos arreglamos y hacemos una caminata hacia la parte alta de La Coromoto, por los predios del señor Lizardo. Pasamos por casa de doña Rosa la de las rosas, dueña de uno de los jardines más variados y espectaculares de los Pueblos del Sur. Un poco más adelante nos cruzamos con la jarana de gallinas, cerdos, becerros, pavos y vacas. Saludamos a lo lejos a Abel. Vamos recordando al burro Remolino que apacentaba por aquellos lados y que solía saludarnos con su trompeta de la Fama y sus acompasados rebuznos. Nadie en La Coromoto rebuznaba tan bien como él. Lástima.

Aprovechamos para ver los daños a la famosa Mucuposada Las Hortencias, de Neptalí Mora, la cual fue arrasada por la vaguada de agosto pasado. Nos reciben abultados pavorreales que nos saludan con su gluglutear.

Cruzamos un arroyuelo, pasando por un tablón. Ascendemos por el umbroso camino hacia la propiedad de Lizardo y nos detienen la marcha unos formidables toros muy bien plantados en el camino. Hay que tener en cuenta que por estos lares criaban toros de raza.

De regreso de esta corta expedición, las hermanas Parilli entran a visitar la casa de Engracia, sobre todo para ver a Maya, perra de raza quien ha parido seis bellos peluchitos. Maya es de raza Beagle mezclada con el tipo de Basset Hound. Albita quiere negociar con Cristian (hijo de Engracia), el dueño de Maya, la compra de una de las perritas. Albita lleva unos cuatro años sin tener un perrito.

Leemos, se barre, se rastrilla, recogemos moras y fresas, y de las labores en la cocina pasamos a echarnos en las hamacas de la troja, a escuchar los pájaros, a ver las nubes y las montañas, y a conversar al boleo interminablemente.

Luego hacemos un campeonato de ping pong nosotros cinco incluyendo a Ángel. En la competencia llegan a batir récord Albita y María Eugenia.

Si la gente que anda por otros mundos buscando tesoros supiera ver y conocer las verdaderas riquezas que están por aquí ocultas, de veras que quedaría maravillado. ¡Cuántos tesoros espirituales a la espera de que uno los descubra! En los pueblos todavía se escuchan esas leyendas que hablan de "entierros": una luz que se aparece en las noches, que señala un tesoro enterrado. Pues, esa luz siempre se manifiesta en nuestros espíritus, y es a la que hay que descubrir y desentrañar. Cada día se nos aparecen tantos "entierros" que son los que tenemos que develar, y qué hallazgos desperdiciados a veces, ¡Señor!

5-1-22: Albita y Paola salen a montañear, cogen por la vía a El Cobre, y siguen hasta el cuarto portón.

Viene Natali y nos dice que Chispita también ha parido.

Llegan Paola y Albita con algunas sabrosas guayabas, y no se andan quietas; apenas entran salen de nuevo y esta vez bajan al río. Se sientan sobre un peñasco al tiempo que hunden sus piernas en las aguas heladas, y se olvidan de sus almas. Es el masaje perfecto, y allí se están embebidas en el silencio y la soledad, el rumor solaz o encantado de las aguas.

Por la noche encendemos la chimenea y nos estamos entre conversa y conversa contemplando las formas tartamudas, lujuriantes y morisqueteras de las llamas, hasta la medianoche.

A decir verdad, por aquí se me dificultad leer, pues, logro encontrar más sabiduría en el espectáculo de la divina ausencia de las cosas lejanas que nos transmite la naturaleza. Hay muchas más cosas para la comprensión de la vida, en la variedad de las plantas, en el clima, en el trino de los pájaros y sobre todo en el modo en cómo van enfrentando las dificultades los pobladores de estas regiones. ¿Quién aporta más al conocimiento, los que ven cómo se hacen las cosas en los libros o quienes las hacen por sí mismos? Porque para vivir en el campo se requieren dominar muchos oficios: el de veterinario, carpintero, tejedor, inventor, matemático, ingeniero, el de agricultor y criador de animales, y sobre todo el saberse poner al nivel de lo más insignificante y pequeño. Es decir, hay que tener unos cuantos Ph.D’s, mucho ojo, mucho instinto y precisión: paciencia, tacto, creatividad y poesía, porque todo lo que se hace por aquí va acompasado con las sonrisas y fragancias de las flores, rayos puros de luz.

6-1-22 Montamos un campeonato de ping pong (con raquetas de playa, al boleo y sin mesa) al aire libre, junto con Ángel, llegando en esta ocasión y de nuevo, a batir el récord la pareja Albita - María Eugenia. Dado que los hombres quedamos mal parados en la competencia, Ángel se dispuso a sabotear con gritos y aspavientos el que Albita y María Eugenia volviesen a imponer un nuevo récord. Como niños, todos nos alborotamos amistosamente, y Ángel corría de un lado a otro tratando de desconcentrar a las imbatibles.

DIA DE REYES: Nos preparamos para ir caminando al pueblo, y veremos si nos vamos por el camino real o por el viejo. Ángel quedó en venir a un cuarto para la tres de la tarde, para emprender la partida.

Muy de mañana, la primera tarea es regar las matas. Luego el desayuno, el cual hacemos en la troja, contemplando las montañas, llevado por la cálida alabanza de la música del río, del viento, de esa luz absorbente de este súbito día de verano. Paz maravillosa, esa sensación de secreta sintonía con esa sencillez que transmiten los seres apacibles. Luego la sabrosa sobremesa sazonada con deliciosos recuerdos, que culminaba con lecturas de páginas de Thoreau, haciéndonos sentir por lo oportuno de lo que ahí se dice. Luego a reinventarnos en otra competencia para ver qué equipo, entre nosotros, es capaz de sostener más tiempo en el aire una pelotita con una sola raqueta.

A la una de la tarde se produce un corte eléctrico.

A las 2:15 me adelanto al grupo de la excursión del día de hoy, para aprovechar y hacerle una visita al señor Antonio quien ha estado enfermo. Cojo mi morral y dos palos para la buena caminata que haremos. Animado me interno por el camino real que a la final ha sido el elegido. Voy disfrutando un día espectacularmente soleado, con un azul jabonoso, cantarino y envolvente sin una nube en el cielo. Con esa claridad y transparencia, recibiendo fresca brisa, me dejo llevar por la luz verdísima de los cafetos, el trinar de los pájaros, el fluir de mariposas amarillas anunciadoras de verano, en la grandiosidad del silencio, del placer de sentir que todo lo que vemos es para postrarnos ante la bendición de la vida. Al llegar a casa del señor Antonio escucho esa heroica latición de perros chiquitos, y veo aparecer a Antolín (hijo del señor Antonio), por un costado del corredor, acomodando una banqueta de cuero de vaca en la mejor vista del corredor. En un paño del patio encementado está desparramado el café recibiendo la canícula inclemente. La vista desde el corredor es encantadora, se puede apreciar la siembra de café de Horacio (otro hijo del señor Antonio), allá en lo alto, por el camino que conduce a la finca de Ramón Isidro, en un verdor delirante. Corretean las gallinas, los perrillos vigilan cualquier movimiento echados bajo el cambural y la siembra de yuca. Pasan los esposos Silvio y Leticia con sus tatucos vacíos que vienen a recoger café de las laderas y precipicios a lo largo del camino real. Saludo a Javier (hijo de Alesio) quien está acarreando unas cargas de café para pagar con ellas el traslado que deben hacer a Mérida, de su hermano Alejandro quien está bastante enfermo. El café en laja se está recibiendo en 2.5 dólares el kilo. Antolín me dice que la cosecha de café no ha estado muy buena este año aunque sí mejor que la del año pasado. Aparece don Antonio, delgado, andando despacio, algo recuperado, sin aquella palidez y fatiga de la última vez que lo vi. Nos preguntamos mutuamente por nuestras familias, luego viene su esposa doña María con una tacita de café negro. Siento que me estoy tomando el mejor café de mi vida. Me pongo a ver el techo del corredor; esta es una casa centenaria, con techos de tablones y vigas de peralejo. Don Antonio me estuvo contando su historia. Llevaba más de media hora de visita cuando escucho un alboroto por el camino, y es que vienen bajando María Eugenia, Paola y Albita.

  • ¿Y qué pasó con Ángel? –pregunto.

  • Que él nos alcanza –contestan -: que está haciendo una merienda.

Lo que pasa es que la tarea que tenía Ángel esta mañana era recoger café en su casa y lo que hizo fue ponerse a jugar pelota con nosotros, y ahora se ha tenido que quedar terminando su trabajo.

Bueno, emprendemos la marcha hacia el pueblo. Vamos viendo a la gente recoger café por unas laderas casi verticales. Nos sobrecogen esas montañas con toda la gama posible del verde. Allá arriba, vamos viendo la coronita de la finca de Ramón Isidro apiñada entre cafetos, platanales y camburales. Tomamos por el cinturón del camino real pasando por tramos pedregosos, luego por otros acolchados de tierra y polvo. Seguidamente remontamos un trecho pavimentado recibiendo acre olor a recina de los pinos. Cómo apetece buscar una sombrita y parar para contemplar el paisaje y quedarnos sumergidos para siempre en el aliento heroico de estos parajes. Vamos conversando, riéndonos de nuestras propias tonterías, y ejercitando los brazos con el golpetear de los palos contra el piso. Comienza la marcha por el primer tramo de cemento rígido, y es cuando escuchamos unos silbidos: se trata de Ángel quien con sus grandes trancos ya nos ha dado alcance. Ya con el grupo completo, la jarana se incrementa, los cuentos y recuerdos cogen vuelo y más vigor la locura de volvernos galgos para recorrer y acaparar todas las inmensidades. Ya estamos a la orilla de la quebrada que baja de El Rincón. Cruzamos un puente centenario, y al subir una pequeña cuesta ya nos encontramos en plena carretera. Un poco más adelante nos topamos con una cola de carros que esperan para poner gasolina. Hoy le toca a las placas con terminales en 0 o 1. Hay un avispero de motos, mucha gente alrededor de la bomba. Nosotros seguimos hacia la Plaza Bolívar, de las más hermosas de Venezuela. Están sonando las campanas de la iglesia. La Plaza tiene varios puntos techados con enredaderas y unos bancos para disfrutar de la sagrada paz del pueblo. Allí descargamos nuestros morrales y tomamos agua, y nos sentimos alegres como niños escapados de la escuela. Luego nos dirigimos a la mejor heladería del pueblo, y nos deleitamos con unas excelentes barquillas, pero las excelencias en tiempos de usura se pagan caro. Tanta atención, tanto amor y cariño de los dueños de la heladería para después sacarnos con ganzúa los pocos bolivaritos del magro sueldo que nos pagan. Por aquí no se sigue el patrón de cambio que establece el Banco Central de 4,60 por dólar (para ese día) sino a 4,98 y hasta más de 5.

Mientras María Eugenia y yo nos quedamos en la Plaza, se van Alba, Paola y Ángel hasta una panadería a ver precios y a hacer cálculos para llevarnos unas paledonias. Entretanto nos ponemos a conversar con un muchacho mucuchachicero que ha venido en moto, a echar gasolina, y quien tiene a su lado un litro de gasolina en una botella. Nos dice que ésa, ha sido de un resto del combustible de la asignación que le correspondía. El mucuchachicero habla de las grandes espuelas y garras usureras de los comerciantes. Dice que si alguien trae una carga de café para cambiarla por productos no quieren darle a cambio nada de dinero, por ejemplo, para comprarse una medicina que necesite. Todo tiene que adquirirlo en productos en un solo comercio.

Regresan Alba, Paola y Ángel con algo de pan y algunas paledonias.

Emprendemos el regreso. Son la 5:30. Aún se ve el bululú de la gente alrededor de la pequeña estación de servicio. Cogemos por la carretera congestionada por la cola de carros, y por allí vamos saludando a viejos amigos como los Tomases. Dejamos atrás la carretera, y Ángel propone un camino alterno metiéndose por un desvío poco después del puentecito. Iniciamos así un pronunciado ascenso cubierto de secos abrojos y empinado monte. La vista con la caída de la tarde, por detrás del pueblo de Canaguá, nos muestra un abanico de amarillo intenso, bordeado por un azul plomizo zozobrando en una luz dorada. Se ven a la derecha la carretera, la quebrada La Ezequialera, los pedregales que han dejado las últimas vaguadas en El Rincón, la finca de Carlos Chacón, los predios del fundo Loma-Pica. Vamos por un filo con precipicios a ambos lados con lo que vamos evitando pasar la fastidiosa cuesta de cemento rígido; a cada treinta metros nos topamos con recias alambradas teniendo que ingeniárnoslas para traspasarlas. Vamos trepando por escabrosos y frágiles terraplenes. Hubo un momento en que quedamos totalmente encallejonados, cortado el camino por una madeja de apretadas púas. Hubo que coger un atajo por un resbaladizo terreno. De primero subió Ángel que luego le dio la mano a María Eugenia. Después vino Albita que pasó a gatas, seguidamente Paola que apoyándose con un pie entre maniguales le costó sostenerse para poder coger impulso hasta que sus piernas quedaron arañadas por zarzas y matorrales. En los resbalones y caídas, vinieron a imponerse las risas. Se traspasaron cuatro cercas más de alambres de púas, hasta alcanzar una cuesta con grandes pinos, en cuyas bases se encuentran esas hojas pajizas marrones que desprenden ramas tan resbaladizas, las que secan y queman la tierra. Ahí fue el punto donde dimos cuenta de las paledonias, yantando magramente, y entre suspiros de victoria, comprobando lo que dice Thoreau en "Walden", que el gusto por lo bello se cultiva principalmente al aire libre. Seguimos por otros serpenteantes senderos, a lo largo de un acueducto recientemente construido y que trasporta agua que viene de La Coromoto, hasta topar de nuevo con el camino real.

Voy pensando en ese grave error de haber traído esos pinos canadienses a los andes venezolanos, una verdadera tragedia ecológica para esta región. Quienes trajeron esta especie fueron unos exquisitos profesores de la Universidad de Los Andes, en la creencia de que le darían altura civilizatoria y belleza polar a nuestros paisajes andinos.

Toda copia rebaja o degrada.

Comenzaba a oscurecer, Albita enciende la linterna, Ángel le dice que no es necesario, que basta con el cachito de luna en creciente que nos alumbra, que la apague. Comienza a soplar una brisa helada que compensamos con el calor que nos da la caminata, hasta que llegamos a casa a las 8 de la noche.

En llegando tuvimos visita de Neptalí y su familia, lo cual fue motivo para otro agradable momento.

Nos envían un mensaje en el que nos dicen que en Mucuchíes ha hecho cero grados centígrados y se muestran árboles encorvados por los mechones de hielo que les aplastan.

7-1-22: pensábamos que amaneceríamos golpeados por la caminata de ayer, pero sólo Paola ha tenido un poco de dolor en las rodillas.

Un día asoleado como ayer.

La pequeña Lucía Valentina ha pasado toda la mañana en las faenas de la casa. Luego ha jugado pelota con nosotros. Después Ángel se incorpora y Chespirito llega a formar parte del equipo cogiéndose la pelota y masticándola.

Pasa doña Consuelo con una enorme pava debajo del brazo y varios pavitos en los bolsillos de su camisón. Era una pava que llevaba varias semanas perdida y resulta que la ha encontrado por los lados de la vega del río, entre la maleza, con una buena cría de pavitos.

Más tarde llega Ángel con su cabrito Tomy y hacen un recorrido por la casa. Albita aprovecha y le toma fabulosas fotografías, una espectacular del animal contemplándose en el reflejo de un ventanal. Qué narcisos son los cabros.

Se van María Eugenia, Paola y Alba a El Cobre a ver los perritos que ha parido Chispita. Albita ha estado indecisa entre llevarse una de las crías de Chispita o de Mayita.

Comienzan a pegarnos los trotes que nos hemos dado, Paola en el tobillo, Albita en un talón, María Eugenia con la fulana fatiga que le dejara el Covid y yo con algo de dolor en la ciática. Pero aún así, felices y saltando como cabritos.

Llega ahora Ángel con un hermoso conejo para que lo vean las tres alegres hermanas.

Se juega a la pelota y se monta un especial pesebre para el condumio de mañana cerca de la troja.

Albita consigue concretar con Cristián la compra de una perrita (hija de Mayita). El problema es –le dice Engracia- que no podrá llevársela porque aún no ha cumplido el mes y aún es amamantada por la madre. Que nosotros se la llevemos, en un próximo viaje, cuando ya ella tenga los dos meses. Albita piensa llamarla Coromoto.

8-1-22: ya mañana regresaremos a la ciudad, y nos preparamos para compartir una comida al aire libre, cerca de la troja. Encendemos una pequeña fogata mientras escuchamos música y parloteamos como loros.

Por la tarde llega la niña Lucía Valentina para que le ayudemos con sus tareas. Yo le enseño a dividir por una cifra y María Eugenia le hace un dibujo en el que le enseña algunas partes del cuerpo humano.

Definitivamente a Albita le traen a su nueva hija "Coromotico", para que la abrace y la mime un rato. Queda conmovida y preocupada considerando lo que le dijo Engracia, que debe dejarla un tiempo con su madre.

Le hacemos una visita al señor Corsino a quien encontramos con sus hijos Iraís, Enrique y Ángel.

Por la noche recibimos a Neptalí y su familia para ver qué podemos hacer ante la situación que atraviesan viviendo como damnificado en la escuelita de la aldea….

Por la noche se aclara la situación de Coromoto, Alba se la llevará mañana.

9-1-22: Preparativos para la partida, arreglo total de la casa. Salimos a las 8:30 y Ángel aprovecha el aventón hasta el pueblo. Lleva en sus manos un frondoso ramo de flores. En el pueblo le compramos una miel al señor Ernesto Belandria, y emprendemos el regreso.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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