Diario montaraz de julio 2022
21-7-22: Hoy, jueves, emprendemos un nuevo viaje a La Coromoto, con un motivo entre doloroso y melancólico: plantear la venta de nuestra casa, sin exagerar, la más hermosa de este mundo, en una aldea apartada de todos los mundanales ruidos y contaminaciones, rodeada de montañas, con un río puro y sagrado que saluda con su fragor allá abajo de una ladera, con una esplendorosa troja bajo la cual, desde un chichorro, se dominan todos los silencios y soledades del universo. Lugar mágico y maravilloso, con pobladores poetas y sabios; la gente más querida también de esta tierra. Allí nos encontramos con el ser más puro, noble, humilde y fiel que hayamos conocido nunca: Solita, nuestra amada perra. También conocimos a un santo de las dimensiones de Juan Félix Sánchez: el señor Corsino Mora. El lugar donde aprendimos a trabajar la tierra, a cultivarla y cosechar sus frutos. Lugar mágico de comunicación y encuentro con perros, gatos, multitudes de aves, niños, vacadas, flores, descomunales y frondosos árboles, cientos de caminos abiertos también para el encuentro con uno mismo, todos esos cielos rotos o con brillos piadosos espejo de nuestros sueños más íntimos: encantados arreboles cada mañana, con permanentes lluvias de luces y de estrellas en las noches. Cómo no recordar el día que se terminó de construir nuestra casa, en aquel año de 2013, los dioses nos lo advirtieron: "-Van a emprender otra vida y entre poetas vivirán".
¡Ah!, el lugar donde aprendimos a recolectar la leña para la época de invierno y a cortarla con hacha para luego verla arder, embebidos nosotros en la plenitud de nuestros corazones, en días lluviosos o cerrados, con las llamas alardeando de sus dones también en los fogones o en la estufa. Donde aprendimos a conocer tantas variedades de café y a procesarlo: desde que está en los viveros hasta plantarlos, luego en el momento de la recolección, en lo del despulpado, secado, trillado, selección, tostada y molida. Donde aprendimos a conectarnos con el tiempo de las estaciones, con los ciclos de la luna, el cuido de los animales, en esa indetenible lucha del hombre en medio de las adversidades y placeres de la naturaleza. Y nosotros viviendo, disfrutando, lo repetimos, de la soledad más plena y absoluta.
Cuántas lágrimas empapadas de melancolía, ha demarrado María Eugenia (mi esposa), por tener que llegar a vender la casa por la que tanto hemos estado batallando. Al parecer, la dicha no es algo que se pueda tener para siempre, aunque constantemente estemos diciendo que la andamos buscando. De ciclos en ciclos se nos da la vida, y el destino de todos nosotros es ir cerrando unos y emprender otros, suspirando, soñando, estrellándonos algunas veces, pero lo que hemos vivido en La Coromoto jamás se podrá comparar con los dorados sueños o paraísos que los seres humanos suelen imaginar en sus delirios e ilusiones, en eso que llaman "la búsqueda de la felicidad", porque ella es algo que previamente, antes de buscarla, debe encontrarse formada y forjada en nosotros. Así iremos, pues, durante este viaje, entregados a los recuerdos de esos diez años en ese edén, entre esas cornisas y sublimes espacios plenos de belleza, luz sagrada, entre guiños de estrellas, encantos por doquier y aire dulcemente divino. Pues, también se puede decir que no hay bien que dure diez años ni sosiego o paz que lo resista… El regreso, vamos calculando, será dentro de dos semanas.
Salimos de Mérida a las 7:30 y en diez años éste es el viaje número 257 hasta Canaguá, el cual haremos en unas cinco horas. Son trayectos que se van haciendo más largos a medida que el camino empeora. La primera parada la hacemos en Tusta, donde damos cuenta de nuestro avío el cual consiste en arepas rellenas con huevos revueltos y queso.
Nos detenemos a contemplar parte de la Cuenca del Chama mientras sorbo a sorbo vamos tomándonos al aire, un café de nuestra propia cosecha.
Durante el trayecto, nos encontramos con una carretera, cuando no enmontada, destrozada por las lluvias. Parecen restos de una aparatosa vaguada: promontorios de barro apelmazados, árboles caídos, enormes peñascos en la vía, grandes fallas de borde, cunetas atestadas de maleza, árboles a punto de caernos encima. Es tal la soledad, que a veces pasamos horas sin encontrarnos con un carro, por lo que siempre tenemos presente los riesgos que se deben asumir ante cualquier percance o avería en la camioneta. Es por ello, que los edenes no se encuentran a la vuelta de la esquina ni están hechos para espíritus acomodaticios o maleados por la llamada modernidad.
En uno de esos trompicones que da la camioneta, escuchamos un temblequeo metálico escandaloso que nos hizo pensar que se había desprendido el cardán. Nos detenemos, revisamos el vientre embarrado de la máquina y vimos entonces que se había desprendido el tubo de escape. Hubo que amarrarlo con mecate y así continuar la marcha, teniendo que aminorar la velocidad, aunque sin poder evitar el mar de cráteres de la vía. Lo que vamos viendo, es que realmente cobrar doce dólares por un pasaje de Canaguá a Mérida es una ganga, que en nada compensa los grandes daños que por estos caminos se le ocasionan a los carros, además de los riesgos en estas resbaladizas cuestas, descensos y curvas anegadas de abismos. Por ejemplo, vi que el silenciador de nuestra camioneta ya está abollado de tantos trancazos que se lleva contra piedras y palos, por lo que cambiarlo tendría un costo de más de trescientos dólares.
Continuamos nuestra aventura, recordando el accidente que casi causa una mortandad, cuando un grupo de trabajadores de FUNDECEM (Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida), en una camioneta como la nuestra, trasladaban un cargamento de telares a La Coromoto. El conductor, poco experto en estos caminos, al tratar de embragar la primera en una empinada cuesta, dejó ir el carro de retroceso unos metros y ya no pudo frenarlo. Entonces para evitar caer a un precipicio giró el volante para irse contra un sembradío de café, pero chocó con una roca volcándose con los cauchos hacia arriba. Hasta allá corrimos para prestarles auxilio y enderezar la camioneta. Vimos el reguero rojo del aceite de la trasmisión y nos asustamos. Todos fueron llevados al hospital de Canaguá, pero no hubo víctimas.
Un detalle importante de momento, es el haber podido poner full el tanque de gasolina, suficiente como para ir y venir. No puede uno fiarse, porque lo más probable es que en el pueblo no se consiga gasolina en varias semanas. Esta escasez de gasolina ha causado estragos en la economía de estos pueblos ganaderos y agrícolas.
Pese a las grandes dificultades de estos tiempos, nuestros agricultores han sabido defenderse, alimentándose con cambures, yucas, ocumos, apios, auyamas; trapicheando caña, truequeando productos para medio sobrevivir en medio de una espantosa escasez que puso en vilo la existencia de muchas comarcas, sin poder comprar abono para las plantas, sin gasolina, sin poder contratar obreros, sin alimentos para el ganado. Sin un banco, porque en este Municipio no hay ya ni una oficina bancaria ni pública ni privada.
A pocos kilómetros de El Molino, vemos en un maizal a un viejo amigo, al preguntarle: "-¿Cómo va todo, estimado?", responde: "-Bueno, por aquí teniendo que pagarle hasta a los espantapájaros en dólares, además de que quieren ponerse en paro porque también exigen sueldo mínimo y las tres papas, ¿qué le parece?". ¡Los espantapájaros!
La gente siempre de buen humor, pese a los duros tiempos.
Siendo las 12:45 nos encontramos haciéndole visita a Carlos Chacón, quien reside en El Rincón. Carlos y su esposa nos atienden con generosidad y cariño, encontrándonos nosotros todavía un poco aturdidos por la larga travesía. Pasamos al amplio corredor, viendo el tiempo nublado, anunciando lluvias. Corre un viento helado. Nos traen café, mientras nos acomodamos para conversar sobre los planes que tenemos de vender nuestra casa. Nos dice Carlos que tengamos claro que por la región la plata está muy escasa, la cosa apretada, que por aquí los negocios se tranzan prácticamente con intercambio de terrenos, de ganado o de carros. Que nadie nos dará por nuestra casa lo que realmente vale. Además, que por aquí la gente quiere invertir en algo que produzca. Que hoy, una casa que hace diez años, pudo haber costado cien mil dólares, levantarla con todas sus comodidades, a la hora de venderla la gente no paga más de veinticinco o treinta mil dólares. "- Quien podría comprárselas porque tiene finca por esos lados, es Lizardo, hombre muy honrado. Hablen con él. De modo, profesor, que ponga los pies sobre la tierra y vea claro cómo están las cosas, pero no aspire que eso lo vaya a vender tan rápido. Otra cosa, eso no lo coloque por las redes porque quien se lo puede comprar es gente de esta zona".
Recordé que los magnates de la cámara inmobiliaria nacional, repiten por todos los medios el siguiente latiguillo: "No es tiempo de vender sino de comprar". Pero, digo yo, si es tiempo de comprar, alguien tiene que vender (ciertamente los más precarizados), que la necesidad obliga. Los consejos de Carlos fueron cruciales para nosotros. Nos despedimos. Traspasamos el aparatoso Puente Los Ingenieros (porque diez de ellos en ese punto se los ha tragado el eterno desbordamiento de la quebrada La Ezequielera, en El Rincón), y cogemos por la cuesta que nos llevará a La Coromoto. ¡Qué resbaladizo está el camino!, cualquiera se desmamona por esos abismos…
En cuanto bajamos nuestros macundales voy a visitar al señor Corsino y lo encuentro sentado en el corredor acompañado de su hijo Manuel Ovidio y de su hija Ana. El señor Corsino tiene tres hijas que viven en Mérida: Eligia, Iraís y Ana, las cuales se van turnando para venir y darle una ayuda en los quehaceres hogareño a su padre, quien tiene ochenta y siete años. El señor Corsino goza de una salud excepcional a pesar de su ceguera que empezó hace cuatro años.
Entre las nuevas noticias nos encontramos con que la vecina Engracia, tan querida y servicial, se ha mudado para El Rincón, lo cual deja un gran vacío entre nosotros. En realidad, dos grandes vacíos, porque también se ha ido Neptalí quien estaba viviendo frente a nuestra casa, en la escuelita, en calidad de damnificado a causa de la vaguada del año pasado. Dos familias que venían todos los días a conversar con nosotros y con las que nos sentábamos en el porche a tomar un té o café: Qué tristeza, encontrar ese vacío que en otros tiempos llenábamos con buenas conversaciones, con intercambio de excelentes platos de comida, con las ayudas que ambos nos prestaban en la limpieza del terreno o en la amolada de los machetes, los momentos que compartíamos en la época más celebrada que era Semana Santa, los paseos con la niña Lucía Valentina y sus perros.
Neptalí, pues, ya ha dejado de ser damnificado en la escuelita de la aldea y se ha mudado a la casa que construyó en El Cobre. Hace once meses su casa fue arrasada por una creciente, y desde entonces ha estado batallando sin descanso, noche y día para levantar otro hogar con cierta ayuda de materiales que le aportó el gobierno regional. Levantar esta casa, a un kilómetro de donde nosotros vivimos, ha sido una proeza, si tomamos en cuenta que El Cobre queda en una empinada cuesta cuyo camino él, Neptalí, tuvo que repararlo, canalizar las aguas de una quebrada para que así camiones pudiesen transportar arena, vigas, bloques, los materiales para el techo y el cemento. Hacer accesible este camino hasta su casa fue un arduo trabajo de ingeniería. Luego de la construcción de su casa vino la mudanza, ese incesante acarreo de muebles, alimentos para los animales (vacas y cabras), las herramientas para el trabajo agrícola, los equipos del trapiche, la máquina despulpadora de café, un molino y docenas de pesadas herramientas. Todos los ahorros de varios años se le fueron construyendo esta casa de unos ochenta metros cuadrados donde vive ahora con su esposa Marcolina (invidente) y sus dos hijos. He calculado, que en sus tareas diarias, andando por empinadas cuestas, Neptalí y su familia recorren diariamente entre quince y veinte kilómetros.
El motivo de este viaje, pues, como hemos dicho, ya no es tanto como en otros tiempos, pasar unos días entregados a la siembra y al desmalezamiento de nuestro terreno, sembrar o preparar la leña, buscar abono natural…, Ahora nos ocupará vender nuestra amada casa. Ya hemos cumplido un ciclo vital, luego de más de diez años asentados en ella conviviendo con gente maravillosa, amable y honrada. Es muy dura esta decisión para nosotros, pero los tiempos han cambiado drásticamente. Con el objeto de oír consejos en relación con esta decisión fue por lo que nos detuvimos en casa del amigo Carlos Chacón. No será nada fácil conseguir un comprador, por lo que nos lo vamos a tomar con calma y a conducirnos con paciencia y mucho juicio…..