La ingratitud

Dejando a un lado naturalmente la crueldad, a mi juicio la ingratitud, con la deslealtad y la traición, es el rasgo más despreciable de la personalidad.

La ingratitud, es decir, el desagradecimiento, olvido o desprecio de los beneficios recibidos, no es propia de personas perturbadas de su razón. Según las circunstancias, la ostentación del desprecio por los beneficios recibidos, la ingratitud es propia de personas miserables, de escasa inteligencia, o bien de personas normales pero a veces incluso en cierto modo pervertidas…

Es hija de la soberbia. El soberbio no está loco, simplemente se siente superior a los demás. Alguien dijo: "no sé por qué me odian tanto, si no he hecho nunca un favor a nadie". Lo que expresa bien la inclinación del humano sin sensibilidad, a olvidar los favores recibidos y a odiar a sus benefactores. El ingrato no sólo los olvida, es que los niega empeñado en tener razón para negarlos.

La ingratitud no está tipificada como delito, pero en ciertas situaciones familiares sobre todo, debiera serlo asociada a la injuria o a la calumnia, según el caso.

Hay varios motivos por los que una persona merece desprecio. Pero la más sólida, con la deslealtad y la traición, a mi modo de ver es la de ser ingrata. Hay ingratitudes épicas, hay otras que hicieron temblar las murallas de Jericó.

Pero es que quienes forman parte del entorno del ingrato que justifican o apoyan su ingratitud, son tan miserables o pervertidos como el ingrato.

Quien no sabe de la ingratitud es porque o vivió toda su vida de favores o no ha vivido aún lo suficiente…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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