- Un día (hace ya unos quince años) me encontraba dictado una conferencia en Parque Central, cuando de pronto se presentó una señora, pretendiendo sabotear el acto, y diciendo que yo había agredido moral e intelectualmente a su padre. Aquella señora se veía muy afectada emocionalmente. Decía a gritos que era mentira todo lo que yo había escrito sobre don Mario Briceño Iragorry. Le respondí que debía rebatir lo que yo había criticado, siendo que lo había tomado textualmente de la propia obra de don Mario.
- Me contaba el escritor Eloi Chalbaud Cardona, que él llegó a conocer a don Mario Briceño Iragorry, y que a su parecer este personaje le resultaba bastante pedante. Que para esa época don Mario lo conocían por el mote "Yo hice el mundo".
- Don Mario Briceño Iragorry llegó a celebrar la caída de Rómulo Gallegos, aduciendo que aquel derrocamiento «era deber cívico en aquellos momentos a la abatida república, y fui en servicio a Bogotá, donde me fue grato exhibirme como el representante de un país sin solución de continuidad…». Don Mario Briceño Iragorry fue toda la vida un gran adulador de quien estuviese gobernando desde Miraflores. Le sirvió a todos los gobiernos, desde Juan Vicente Gómez hasta el último que conoció en vida, aunque hubiese echado aquel burdo cuento que se hizo muy popular de que Pérez Jiménez le había mandado a dar unos golpes en Madrid1. Durante el mandato de Gómez, fue secretario general del presidente del estado Trujillo, don Amador Uzcátegui, hombre de gran confianza del famoso tirano. Luego, entre 1928 y 1930, se desempeñó como prefecto en Valencia, donde se caracterizó por ser extraordinariamente duro y represivo, sobre todo contra los actos de protesta estudiantiles: plomo y plan de machete les mandaba a dar.
- Pues volviendo a la obra del escritor Mario Briceño Iragorry, debemos decir que él se condideraba un admirador de las fórmulas sacramentales del quirite romano cuando éste asumía el dominio de un lugar y que mediante ritos con estolas y báculos -que la Iglesia Católica tomó del Imperio Romano- declaraba la "posesión del espacio contra el vacío del desierto".
- Don Mario creía en el Poder Cósmico de la Anunciación Divina, el cual justificaba la presencia y dominio de España en América y el derecho a decirle a los "salvajes": "-¡Escuchad extraños, hemos descubierto esta tierra y por tanto es nuestra! Quedaréis obligados a nosotros. Nos debéis todo: vuestras vidas, vuestras mujeres, vuestros hijos y cuerpos porque carecéis de Alma."
- En su libro Tapices de Historia Patria2, -que para 1982 llevaba cinco ediciones- don Mario asume una posición extremadamente eurocentrista, católica y romana sobre el asunto de la conquista; prácticamente no ve lunar alguno en el proceder del conquistador.
- Don Mario Briceño Iragorry, dice, por ejemplo, que Guaicaipuro no puede merecer el nombre de héroe, porque "el héroe requiere una concreción de cultura social para afianzarse3" (¡cursi, coño!); y sigue añadiendo con alarde jurídico, arrogante y retórico: "la defensa de un bohío podrá constituir un alarde de temeridad y de resistencia orgánica (¡qué entelequias, Señor!), pero nunca elevará al defensor a la dignidad heroica. Porque héroe, para serlo, en la acepción integral, debe obedecer en sus actos a un mandato situado más allá de las fuerzas instintivas: su marco es el desinterés y no la ferocidad4".
- ¿A qué desinterés se refiere don Mario? Nunca podremos saberlo. Y habla sólo de fuerzas instintivas y de ferocidad (animal). Cómo se ve que jamás tuvo la menor preocupación por estudiar las tradiciones indígenas, su cultura, la cual está llena de hermosos y ejemplares actos de humanidad, ante los cuales los civilizados son verdaderos patanes, gente obtusa y genios de la maldad. Por esta vía de indigno sometimiento a los valores europeos, fue por lo que Juan Bautista Boussingault dijo que Simón Bolívar no podía ser considerado héroe ni gran guerrero, por lo reducido de las tropas que comandaba, si se le comparaba con las de Alejandro, César o Napoleón.
- Mario Briceño Iragorry llama románticos a quienes critican a los españoles por su "cruel comportamiento" -porque tal cosa no hubo para él- durante la conquista. Y justifica la presencia de estos señores en América "situándonos más allá del tiempo y contemplando la conquista de América como una nueva ondulación que hacía en su progreso la curva institucional del Occidente, habremos de juzgarla en su conjunto como un hecho cuya legitimidad, si bien no reside en la voluntad del soberano, se fundamentaría en un plan cósmico5. ¡Un plan cósmico! Por ese plan cósmico tuvo Venezuela sumida en la esclavitud durante tres siglos.
- Estas son las necedades que propenden a la corrupción de nuestros muchachos, y que dieron como resultado la fofa democracia representativa que por tanto tiempo sufrimos. Claro, si éstos era los delicados intelectuales que teníamos y a los cuales seguíamos y admirábamos, ¿qué se podía esperar de los políticos de partidos sometidos a los dicterios de Washington o a la Corona española? Los indios, para don Mario Briceño Iragorry merecían poco o ningún respeto. En su concepto, esta raza no ha dejado casi ningún rastro en la presente generación porque "la sangre aborigen quedó diluida en una solución de fórmula atómica en la que prevalece la radical española" (pág. 41). Nuestros indios eran en su concepto, lo más atrasado y deplorable de América. No hay entre estas tribus -en su modo de ver- "organización político-social, una comunidad continua" sino seres divididos en parcialidades. Según él, no se llegará a conocer nunca el origen ni la naturaleza de aquellos primitivos pobladores (pág. 42). Agrega también que los caribes eran de vocación germánica; eran duros y crueles, comedores de carne humana, fresca y cecinada (pág. 43). Para don Mario, eso de conservar a los indios en su medio, respetándoles sus dioses y sus costumbres, es "como si se organizara un museo de historia natural en plena selva, y maldita la gracia del Olimpo zoológico que llenaría sus templos" (pág. 44). Nuestros indios eran unos "atrasados" que ni siquiera "utilizaban adobes en sus construcciones" (pág. 46). Deberían estar agradecidos de haber sido pacificados por los españoles (pág. 67); habla de la "flecha aleve del indígena" (pág. 71); que a estos infelices se les ofreció la paz y "en nombre del Rey se les redujo cuando de grado no la aceptaron" (pág. 81); que eran "duros de corazón" (pág. 83), poseían ferocidad natural (pág. 85) "y en verdad que eran de poca cabeza los infelices" (pág. 86). Y añade muy ufano, luego de otros tantos adjetivos presuntuosos, que la encomienda no fue un sistema de explotación, "sino un medio de mejorar la condición de los naturales a trueco de que estos trabajasen para el encomendero" (pág. 86).
1 Me refirió el doctor Joaquín Mármol Luzardo, ex rector de la Universidad de Los Andes, que fue absolutamente falso el que Pérez Jiménez le hubiese mandado a dar una paliza a Mario Briceño Iragorry en Madrid.
2 Mario Briceño Iragorry, Tapices de Historia Patria, Impresos Urbina, Caracas, 1982.