-
En la novela "Doña Bárbara", el protagonista Santos Luzardo, surge como una especie de abogado, un preclaro héroe del siglo XX, moderno, que se interna en la barbarie, y con su carácter y fuerza moral pretenderá dar un ejemplo de virilidad y firmeza frente al caos y la muerte. Santos Luzardo aparece rodeado de indolencia, de muerte, desolación y ATRASO. Llega Santos Luzardo al Arauca, a lo más cerrero del llano apureño y va, para más señas encorbatado (¡Coño, a quién carajo se le ocurre esa vaina!). Es el abogado severamente legalista que pretende enderezar el mundo mediante la aplicación de justicia desconocida y destrozada por montunos, rudos y criminales salvajes.
-
Es, pues, Santos Luzardo (aunque esa no haya sido la verdadera intención del autor) una especie de HOMBRE DE LAS LEYES, una especie de Francisco de Paula Santander, quien se sitúa en un medio dominado por bárbaros no sé si parecidos a aquel "loco de las malditas correrías", a aquel incontrolable Simón Bolívar, ni más ni menos.
-
Aunque Rómulo Gallegos poco habla de la figura del Libertador, seguramente (lo deducimos de sus trabajos) no lo veía con buenos ojos, dado el estilo subversivo y frontal ("arbitrario") del HOMBRE DE LAS DIFICULTADES, que seguramente el novelista lo colocaba dentro de esa esfera de caudillos y centauros que para él, a la final, convirtieron a Venezuela y a la América Latina "en un paraíso de tiranos, en una permanente condición de países atrasados, incivilizados".
-
Los abogados en Latinoamérica y en España no han sido propiamente ejemplos de civilidad, sino de intriga, conflictividad, engendradores de horribles recelos entre bandos políticos. Abogados, curas y militares ha sido una mezcla explosiva cuya combinación produjo centenares de guerras civiles, durante siglo y medio, en nuestro continente.
-
Los reyes españoles desde el siglo XVI, prohibían bajo penas severisísimamente a los abogados y a los escribanos que pusiesen el pie en las nuevas colonias, considerando que su ominosa presencia propiciaba guerra y conflictos espantosos entre los propios colonizadores.
-
¿Qué pretendía Rómulo Gallegos haciendo de Santos Luzardo un abogado? ¿Presentar la idea del hombre necesario en la dirección correcta del progreso? Con la creación de este personaje se topa el autor con una argamasa telúrica de leyes y bandidos que lamentablemente en ocasiones le quita consistencia a la unidad de la obra.
-
En Doña Bárbara se refleja esa manía que se desató en el país, que para surgir había que hacerse doctor. Lograr un doctorado era hacerse con una especie de título nobiliario. Y Lorenzo Barquero, pues, también quiso hacerse doctor, pero "se lo tragó la barbarie". Pero resulta el que entonces ejercía las funciones de abogado desde mediados del siglo XIX hasta principios del siglo XX, tal como lo demuestra don Pedro Núñez de Cáceres, se entregaba a las prácticas más horriblemente corruptas. Entonces, en Caracas proliferaban los jueces venales, los magistrados vendidos al foro de las tribus judiciales; en esencia un abogado era un leguleyo nefasto y miserable. El foro en sí era entonces la verdadera selva inhumana, la incipiente sucursal del infierno, podrida entre amasijos de concreto y lúgubres tugurios propicios para el envilecimiento y el ocio más perverso, rodeada de una tenebrosa banda de jueces estafadores; la ciudad toda ardía en los vicios de la envidia, del más perverso egoísmo y de la hipocresía, en fin, antro de artificialidad, sordidez, consumismo brutal, insensibilidad, viveza, crueldad al máximo… La ciudad, en la que sin cuento pululaban cientos de miles de Mujiquitas y Ño Pernaletes. Se trataba, pues, de otra forma de incuria donde se mataba o se engañaba de una manera más "decente", sin la lanza, sin la soga si el supuesto puñal homicida de los centauros.
-
Así, pues, en "Doña Bárbara" vemos gemir a Lorenzo Barquero, diciendo que el llano no perdona con su barbarie, cuando sencillamente la lucha es dura y por igual en todas partes, en los llanos, en Madrid, Nueva York, Paris, La Habana o Zurich. Pero para el novelista, apenas Barquero se adentró en los llanos brotó en él el bárbaro que llevaba dentro y acabó devorándolo.
-
Cumplida la "proeza" de Santos Luzardo, la de domeñar a Doña Bárbara, viene la parte en la que el hombre delicado (civilizado) de Santos Luzardo procurará morigerar las costumbres nobles de la montuna Marisela, las cuales se encontraban muy agazapadas producto de la barbarie en que había vivido. Habría que escribir otra novela (una continuación de Doña Bárbara), para ver en qué habría terminado Marisela en la ciudad: visitando clubs, alternando con damas distinguidas de la sociedad y participando de la moda, de las divagaciones y negociones frívolos y sutiles, esos en los que viven los avispados y nada campurusos capitalinos. Como evolucionista, Gallegos se detiene en las funestas condiciones que aquella mujer pudo haber heredado de sus padres, y que indudablemente ella no podía ser la mujer de un hombre sensato como él.
-
Es así como, entonces, Santos Luzardo se empeña en traerle ropa a la muchacha, se empeña en que se arregle el cabello y que use zapatos para que deje de andar descalza, a pesar del bajo oficio a que se dedicaba.: "…Marisela, que venía con un haz de leña, como la tarde del encuentro en el palmar; pero era una persona ya diferente de aquella sucia y desgreñada. Vestía uno de los trajes que Santos le había hecho mandar, confeccionados por las nietas de Melesio Sandoval, y todo en ella daba muestras de aseo y hasta de acicalamiento, a pesar del bajo oficio a que se dedicaba".
-
Pero antes, Gallegos se toma el trabajo de hacernos ver que la imaginación y la inteligencia van de la mano del derecho y del sentido del capital y de las relaciones de propiedad. Marisela comienza a dejar de ser una bestia, una mona que trepa por los árboles para disputarle el silvestre sustento a los araguatos "… y escarbando por los rastrojos se encontrarían yucas y topochos; pero ya el paladar rechazaba aquellos groseros alimentos, y para procurárselos, ya ella no era aquella criatura bravía como un báquiro, que no le temía a la soledad del monte y se internaba en su espesura, haciendo crujir los brojales bajo sus anchos pies descalzos… Ya no era caso de escarbar rastrojos o «monear palos» para aplacar el hambre, sino de procurarse medios de subsistencia seguros y permanentes, pues ahora la imaginación trabajaba, y a causa de ello, la incertidumbre del porvenir hacía más angustiosas las privaciones del momento. Por lo tanto, era necesario crearse una fuente de recursos…". Y fue entonces, cuando un poco más civilizada pensó en reclamarle derechos a su madre. Felices ambos, comiendo perdices o perdigones, pues…