Crónicas de ayer del municipio Guasimos XXVlll

Eli Lasalle Hernandez

Eli Lasalle Hernández es uno de esos palmirenses de ingenio y sus deseos de sobrevivir ante los rigores de aquellos años, le dio un día por allá en la década del 60 montar una peculiar empresa de vigilancia para velar por la seguridad de los bienes de sus clientes y de los que no lo eran. Era la Palmira aquella época que solo oía en las noches el ruido del ladrar de un perro; tranquila, bucólica, apacible; lejos de parecerse a las grandes urbes que a estas horas se produce como una metamorfosis, donde los noctámbulos, los amigos de lo ajeno, los proxenetas y paremos de contar se apoderan de las calles. En esa época nada trastocaba la tranquilidad, un leve ruido era percibido en la quietud de la noche. Pero Eli Lasalle con su pitico que en ocasiones tocaba retumbaba en la soledad. No solo vigilaba a sus clientes que colocaba en las puertas de sus hogares la efigie de un búho; sino que lo hacía gratuitamente con los demás.

Máximo Canales

Todos recordamos el secuestro del buque mercante Anzoátegui un 12 de febrero de 1962, operación que lo hacía a nombre de la FALN. Aquella noticia recorrió el mundo junto con aquel rostro imberbe de 19 años; que asumía la responsabilidad, llamado Paul del Rio, pero aparecía con el pseudónimo de Máximo Canales. Posteriormente cayó preso, en uno de esos encarcelamientos fue traído de la capital junto a otros procesados militares a poblaciones del Táchira; a Máximo Canales lo trasladaron a la prefectura del municipio. Allí fue encerrado en uno de los calabozos, pronto entró en confianza con los policías y estos tal vez a motus propio y dado que no mostraba peligrosidad alguna decidieron dejarlo libre de movilización dentro de la prefectura, donde tenía el privilegio de recibir a individualidades de izquierda y familiares. No sabemos si existió un plan previo de fuga o fue la ocasión que le brindo la oportunidad de pirarse. Un día domingo soleado pasaba una procesión frente a la prefectura. Todos salieron y digo todos que hasta los `presos` salieron a la puerta a ver pasar la romería. En medio de las imágenes, los feligreses y el cura párroco, en un descuido Paul del Rio marcó distancia y se perdió entre la multitud.

Don Eleuterio Labrador:

Tenía su bodega en la esquina de la carrera 2 con calle 1, que atendía con rigurosidad junto con su esposa Doña Berta. Era estrafalario no solo en el vestir, en la comida y en el pesebre que ya lo comentaremos en otra crónica. Quienes a diario visitaban su negocio se percataban de su no tan sana alimentación; por la falta de frugalidad, calidad y cantidad. Acostumbraba a devorar la cabeza de un cochino con viseras y demás apéndices completa sin alguna verdura que le sirviera de acompañante o, sino era un suculento mondongo reñido con los más elementales consejas medicas. Además Don Eleuterio era de esos personajes escépticos que no aflojaban un centavo para ir a un consultorio médico, menos hacerse una hematología de esas que arrojan señales de la severidad de su cuadro clínico. Al final Don Eleuterio en una madrugada partió, su corazón no aguanto tantos desarreglos.



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Luís Roa

Licenciado en Administración de Empresas (ULA). Luchador social. Jubilado de CVG Alcasa

 Luisroa519@gmail.com

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