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Con las últimas versatilidades de don Gustavo Petro, protestando la inhabilitación de doña María Corina Machado y echándole tiritos a los rusos por el show de tres colombianos en Ucrania (que adrede se colocaron a pocos metros del candelero), me han dicho muchos bolivarianos: "-No olvides que allá todavía le prenden velas a don Francisco de Paula, y que el colombiano que no lo hace a la entrada lo hace a la salida". Me cuesta tener que aceptar, que Colombia nunca podrá dejar de ser una colonia de alguna potencia, ahora de los gringos, y que por lo general sus políticos llevan la sangre y el estigma de la estirpe aquella de los asesinos de Sucre, una banda de viles traidores. Eso nos duele en el alma.
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La traición de Santander al Libertador produjo una escisión moral en América Latina, una hecatombe en la sociedad colombiana, se confundieron las ideas de Bolívar con conservadurismo y las de Santander con "libertad", con los valores "liberales" en boga en Europa. En realidad, se expandió una oscuridad de muerte, de guerras interminables llevadas a cabo por seres mutilados mentalmente. Ahí está ese legado monstruoso de aquel Vicepresidente, que nunca habló de sus progenitores sino en el testamento y eso para decir que era hijo legítimo y de familias nobles, es decir, para cubrirse de nobleza. ¡Utilitarista! No hay cartas suyas en que se refiera a su madre; ni suyas hay cartas amorosas. Como dice Fernando González, vivió para alindar la Nueva Granada. No tenía intimidad. Su porte grave repelía el acercamiento como tronco erizado de la palma de corozos; encarnación de la noción de frontera. Su mundo habría de ser el de la hipocresía porque vivió entre curas: Tuvo varios tíos curas, entre ellos José María Santander (cura de Cúcuta), y don Lorenzo Santander (cura de Nutrias). Santander estudió en el Colegio San Bartolomé, donde se formará la élite intelectual de la aristocracia colombiana, pro-fascista y pro-norteamericana. Allí conoció a don Vicente Azuero…
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Esto lo debe saber muy bien el señor Gustavo Petro, que la política colombiana ha estado sustentada por personajes como los Azueros, Francisco Soto, Florentino González, y monstruos como los generales José Hilario López y José María Obando, casi todos muy parecidos en sus procederes a don Álvaro Uribe Vélez y el guiñapo de Iván Duque. Los mejores representantes de esta clase de políticos los encarna don Vicente Azuero y su hermano Juan Nepomuceno, ductores y maestros de Santander, enloquecidos y aberradamente liberales. Los Azueros, de familia socorreña, estaban tocados todos por un afán de lecturas extravagantes y leguleyas. Juan Nepomuceno era siete años mayor que Vicente, e influenciado por las lecturas religiosas, quiso ser cura. Con este propósito pasó muy joven a Santa Fe, al Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, y más tarde se recibió como sacerdote en el seminario Mayor. Hombre muy irritable, violento. Sustentaba el precepto de que el hombre como ser irracional debía vivir según principios estrictamente lógicos. De la pérdida en la fe cristiana, pasó a un aborrecimiento de cuanto tuviera que ver con el catolicismo. Optó por violar cuanto precepto religioso antes había sustentado Lo primero que hizo fue romper con el hábito de la castidad y se dispuso a vivir con una prima, de quien tuvo varios hijos. Por ahí empezaron para los dos sus manías de buscar árboles (constitucionalistas y liberales) en los cuales ahorcarse.
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Tanto Juan Nepomuceno como Vicente comenzaron a traducir cuanto periódico llegaba de Francia. Eran traducciones que llevaban más del traductor que del autor, porque lo que no les gustaba lo liaban a su manera. Para este empeño utilizaban los auxilios de varios canónigos del Colegio San Bartolomé, donde había una locura anticatólica muy bien trajeada con hábitos religiosos. En el Colegio San Bartolomé se educó y se ha educado a toda la oligarquía neogranadina.
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Toda esta clase intelectual infeccionada y confundida por las ideas de filósofo Jeremías Bentham, base programática de todos los partidos políticos de América Latina, llámense liberales, comunistas, socialistas, cristianos o conservadores. Sus preceptos se articularon en parte utilizando la obra de Bentham, Defensa de la usura, que contiene argumentos como este: "Si un hombre roba los fondos públicos él se enriquece, y a nadie empobrece, porque el perjuicio que hace a los individuos se reduce a partes impalpables...". Propugnaban pues la filosofía del beneficio propio y cuya sustentación radicaba en que cada cual debía ser juez de su utilidad.
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En verdadero padre de la patria de la Nueva Granada es Jeremías Bentham, Bolívar no pudo contra él. En esa Colombia de hoy y de siempre todo se mueve por el cálculo. Sostenía Bentham unas ideas que enloquecían terriblemente a don Francisco de Paula Santander: "La lógica de la utilidad consiste en partir del cálculo, o de la comparación de las penas y de los placeres en todas las operaciones del juicio, y en no comprender en ella alguna otra idea. Soy partidario del principio de la utilidad cuando mido la aprobación de un acto privado o público por su tendencia a producir penas o placeres: cuando me sirvo de las voces justo, injusto, moral, inmoral, bueno, malo sólo cuando me conviene... la virtud no es un bien sino porque produce los placeres que se derivan de ellas y el vicio no es un mal sino porque las penas que son consecuencia de él. El bien moral no es bien sino por la tendencia a producir bienes físicos; y el mal moral no es mal sino por su tendencia a producir males físicos; pero cuando digo físico entiendo las penas y los placeres de los sentidos".
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Don Gustavo Petro debe haber leído muchas veces las páginas 67 y 68 del Tratado de Legislación de Bentham en la están las claves de las acciones políticas. Dice en estas páginas: "Se dice que el hombre tiene cierta cosa que le advierte interiormente lo que es bueno y lo que es malo, y que esa cosa se llama CONCIENCIA. No hay tal conciencia; todo esto en el fondo es arbitrario. La ley natural y el derecho natural son ficciones; no hay más ley natural que los sentimientos de pena y de placer".
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Bolívar hasta sus últimos días luchó a muerte contra estos principios degenerados de Bentham, que eran adorados con locura por Santander y todos sus seguidores. Entre los que se volvieron loco leyendo a Bentham estuvo Pedro Carujo, el que llegará a atentar contra el Libertador el 25 de septiembre de 1828.